Hay varias maneras de conseguir que algo no pase de moda. Si es un libro, basta con conseguir que sea de obligada lectura en bachillerato, si es una película tienes que lograr que todos los años se emita en TV y si es ropa tan solo tienes que asociarte a una multinacional y hacerte indispensable. Es fácil una vez que lo consigues.
Ida es un clásico instantáneo. Tiempo al tiempo. Esta película polaca (empezamos mal), en blanco y negro (me piro de aquí) y rodada en 4:3 (ya no estoy) es redonda. Una joven que va a tomar los votos para ser monja descubre que sus padres son judíos y por lo tanto ella también lo es. Ante la imposibilidad de responder a la llamada sin aclarar su pasaporte espiritual, Ida, acompañada de su estoica tía, tiene que encontrar la tumba de sus padres. Sus padres desaparecieron durante la segunda guerra mundial debido a la persecución a los judíos.
El argumento recuerda a la obra de Buñuel, Viridiana. Mientras Buñuel optaba por la autodestrucción de sus personajes, Pavlikovskiy prefiere mantener un tono austero, solemne pero sorprendentemente fresco. No sé si esto se debe a la apabullante belleza de todo lo filmado o por la sinceridad con que se trata a los personajes. Yo creo que siempre resulta más atractiva la compasión en un drama que la mutilación de sus pasiones.
En Viridiana todos los personajes se corrompen fatídicamente, sin poder evitarlo. Una fuerza mayor les doblega a sus instintos. En Ida existe una constante tensión entre mantenerse fiel a las convicciones o dejarse arrastrar. Tanto la joven novicia que ve que su vida podría tomar un camino totalmente diferente al planeado, como su tía que está en lucha constante con su pasado. Pero aquí no es el destino quien decide, son ellas las que dan el paso al frente. Puede que no entendamos sus razones porque no está en la intención de Pavlikovskiy. Sin embargo, no por ello nos resultan lejanos sus problemas y sus decisiones.
El tono solemne está en consonancia con el espíritu de la joven Ida. Mientras que su mundo podría verse abocado al derrumbe, Pavlikovskiy con sus encuadres se empeña en decirnos que Ida no tiene miedo a sorprenderse pese a que su tía es lo opuesto a ella. Y en un viaje de dos es difícil que no choquen espíritus diferentes. Si entramos en un análisis más cinematográfico, todos los elementos formales caminan en este sentido. Todo es sopesado y cada encuadre está trabajado al milímetro. Todos los encuadres son fijos lo que transmite la solidez humana de Ida. (Todos excepto uno).
Este estilo recuerda obligatoriamente a Ozu. El maestro siempre se mantenía a una respetuosa distancia a sus personajes y no por ello sus películas son frías -¡todo lo contrario!-. El tratamiento de los espacios, de los ambientes y de los mínimos gestos eran la razón de vida de sus películas. Su naturalismo era una auténtica puesta en escena y no por ello menos real. Pavlikovskiy absorbe el humanismo de Ozu sin necesidad de copiarlo. Si se recurre a los clásicos con elegancia y personalidad es fácil convertir tu película en un clásico.