Cuando llega el fin de semana a la ciudad, la gente suelta el cuerpo, prepara la billetera y se pone cómoda para pasar buenos momentos con su familia, amigos y porque no, hasta con desconocidos. La gente sale de su casa en sus coches y piensan que regresarán y hacen planes el día de mañana, un mañana incierto, un futuro improbable pues algo muy alarmante sucede, se tiene una idea de inmortalidad entre la sociedad tapatía de “no pasa nada”.
Esta filosofía imprudente domina a la gran parte de la juventud pues hemos visto en periódicos, televisión y redes sociales como terminan con su existencia a causa de accidentes vehiculares relacionados con el alcohol, y si no acaban con la suya, terminan con la de los demás. Es curioso, pues ni aprendiendo de los otros se cambia esta forma de pensar sobre el cuidado de la propia vida. ¿Cuántos accidentes suceden todos los días en todas partes? y todos nos enteramos por los medios de comunicación, y nos seguimos estrellando en el mismo poste.
El alcohol no es malo, nos ayuda a relajarnos, a sobrellevar la existencia, pero los excesos nunca son buenos como en todos los aspectos de consumo humano. Es necesario cambiar nuestra cultura de consumo y el sentido de responsabilidad al manejar un vehículo ya que no solo de nosotros mismos dependemos sino también de los demás al volante.
Egoísmo social. Pensar en el otro debe formar parte de nuestra cultura vial cuando decidimos subir a un coche bajo los influjos del alcohol, tener en cuenta que alguien nos espera en casa, preocuparnos por el “puede pasar”, ser consciente de la probabilidad y detenernos un poco a pensar en que podemos cambiar nuestra vida y la de los demás, incluyendo la de nuestras familias.
El cambio viene de adentro, de la sociedad misma, de cada uno, pues el gobierno puede generar las mejores medidas de prevención, podrá hacerlo muy bien, pero si la gente no se siente incluyente, responsable de este problema de seguridad pública los accidentes seguirán cobrando vidas y dejando cicatrices en vano.
Tomemos conciencia.