Ideas del día después.

Por Quelacosanoquedeenpicada

El proceso creativo tiene diversas fórmulas, caminos, puntos de inicio, gatillos disparadores, cada uno con su librito. Esta es la historia de un genio contemporáneo: Augusto Martinelli, escritor culiniario.
Le llevó años a Martinelli encontrar su verdadera vocación. Pasó por varias redacciones de diarios y revistas, dejando su impronta en la historia periodística de los años ochentas. Como la vez en que el Sumo Pontífice se vió cuestionado a causa de irregularidades tributarias de la iglesia. El titular regía:¨ El Papa sabe donde esta la papa.¨
O cuando trabajando para un diario local, tituló la noticia de un trágico accidente de tránsito en el cual un camión que transportaba productos vitivinícolas provenientes de la región de Mendoza, perdió el control y terminó incrustado contra el centro de la asociación barrial Albina de Ituzangó, con la frase: ¨ Al bino, vino.¨
Fueron este tipo de titulares polémicos los que hacían que Martinelli no durara más de dos o tres meses en cada puesto de trabajo. Algunos amigos cercanos lo consolaban diciendo que era un incomprendido. El resto de sus amigos, directamente le dejaron de dirigir la palabra.
Durante sus períodos de abstinencia laboral, Martinelli pasaba dos tercios del día en el bar. El otro tercio se lo dedicaba sus ocho horas de sueño. ¿Quién iba a pensar, que las largas noche de bebidas, iban a abrirle una nueva perspectiva dentro del imaginario mundo de la creatividad?
Su musa inspiradora no viene del alcohol. O por lo menos, no directamente.
Algunos dicen que la mayoría de los grandes artistas que hoy se idolatran en salas de museo, eran consumidores y abusadores de diversos tipos de estupefacientes. Que gracias a la droga tenemos al surrealismo.
La historia de nuestro genio no tiene nada que ver con eso. O por lo menos, no directamente. La genialidad de las ideas que Augusto plasma en un menú, no le llega cuando está borracho. Sino a la mañana siguiente, cuando está de resaca.
En contraposición con la habitual reacción del cerebro de cualquier persona, para Martinelli los minutos traz despertarse de una buena borrachera eran instantes preciosos, que valían su peso en oro, si se pudiera colocar el tiempo en una balanza.
Antes de salir al bar, colocaba estratégicamente alrededor de su cama varios block anotadores y lápices, que utilizaría a la mañana siguiente. Las ideas surgían como agua de un manantial en esas horas.
En un inicio intentó mecanizar el sistema, yendo al bar a temprano, para tomarse su serie de tres whiskys, cuatro countreux, tres botellas de vino y una copita de jerez para cerrar.
Pero a medida que su fama crecía, más se ponía en riezgo su esquema, y con él, la continuidad de su éxito. Lo que sucedió fue que los textos de Martinelli comenzaron a tener una gran repercución en el mercado, al año, casi todos los restaurantes del area metropolitana solicitaron de su servicio.
La obra de Martinelli, se basa en darle un brillo especial a los platos, de dar títulos y descripciones suculentas, a veces hasta sobreprometedoras. Es el caso del comensal que llega sin hambre al restaurant y termina pudiendo entrada, primer plato, plato principal y compartiendo alguna delicia de la carta de postres. Dicen en el barrio, que una vez, un texto de Martinelli hizo comer carne a un vegetariano que llevaba décadas sin probar derivados de la vaca.
El plato se llamaba: Destellos rumiante reposado en verdes consuelos. Y estamos hablando de un bife con ensalada, imaginate lo que era capaz de hacer con un pato a la naranja.
El aumento en la demanda lo llevó a Augusto a tener que agrandar el negocio. A tener una serie de escritores a su cargo, a llenarse de reuniones. Programar estas reuniones, dificultaban el proceso creativo. Por la mañana era imposible, ya que era el momento de la creación y además el alineto de Augusto era capaz de voltear a un toro. Al mediodía era la hora de revisión de la producción de su equipo y por la tarde tenía que comenzar la tarea de ingerir ideas en estado líquido, que cosecharía en el día siguiente. Esto hizo que Augusto cambie sus hábitos. Comenzó por almorzar con vino y dormir una buena siesta, pero eso no daba resultados suficientes.
Así fue que Augusto comenzó a desayunar café con whisky. Pero no me estoy refiriendo a un cafécito irlandés. Me refiero a un café por costumbre y media botella de etiqueta negra. Con el pasar los años, la resistencia al alcohol del paladar de Augusto era tal, que tenía que innovar en su repertorio. Esto, sumado a su autoexigencia característica, hacia llegar al extremo la ingesta etílica diaria.
El primer coma alcohólico no fue dramático, al contrario, cuando despertó, lo primero que hizo fue pedirle a la enfermera que le traiga un lápiz y un papel. Escribió ciento cincuenta y tres títulos de platos seguidos, sin repertir ni uno sólo. La producción que le hubiera llevado meses, la consigió en media mañana, gracias a esas dos botellas de ajenjo con naranja. El médico le indicó abstinencia absoluta.
Pero es difícil bajarse del estrellato. Por esa época, la obra de Martinelli ya hacía repercución en el exterior, en Francia era más conocido que el cremé brulé. Fue cuando le llegó el pedido de escribir la carta completa del restaurant con mayor reputación en europa occidental:
Le Frou-Partout. Para él era como escribir para el New York Times, el sumum de su carrera.
El contrato requería de su total atención. Por eso decidió dejar el trabajo del día a día con su equipo y viajar de inmediato a tierras galas. Desde que llegó a Paris, Martinelli sólo bebía Belle Epoque de Perrier Jouet. Champagne que alguna vez había probado y le traía grandes resultados. Para solucionar la barrera idiomática, pusieron a su disposición a un grupo de cinco traductores.
Todos indicaba que ese iba a ser la consagración de nuestro ilustre escritor. A la mañana siguiente, el cartel de no molestar dejaba en claro que el genio estaba trabajando. Pero llegadas las ocho de la noche, el conserje se vió obligado a forzar la puerta de la habitación ciento cuarenta. Ya era tarde. Martinelli estaba desplomado sobre la cama, fallecido a causa de una sobredosis de alcohol. A su lado, se encontraba un anotador con algunas lineas, que nuestro heroe había llegado a esbozar. Por suerte, se logró rescatar el nombre de un plato, ese plato que aún hoy, sigue encabezando el listado de comidas del famoso restaurant parisino. En sus últimos suspiros, Augusto Martinelli, consiguió escribir su obra maestra:
Mousseline de salmón del pacífico con corazón de crustáceos y gritos silvestres. Foto: Juan Christmann.