"Si pudieses razonar con la gente religiosa, no habría gente religiosa" Pocas cosas han sido tan peligrosas para la humanidad como las ideas de Charles Darwin. Este naturalista supo desde el principio que su Teoría de la Evolución iba a caer como una irreverente bomba sobre los dogmas establecidos de la fe cristiana. No es de extrañar, por lo tanto, que Darwin se pasara más de dos décadas dándole vueltas a lo que el filósofo Daniel Dennett bautizó como peligrosa idea, hasta que finalmente se atrevió a publicar "El Origen de las Especies".
Poco antes de que esta osada obra viera la luz, en una carta que escribió a su amigo Joseph Hooker, Darwin confesó que se sentía como un hombre a punto de confesar un crimen. No era para menos. En la Inglaterra victoriana del siglo XIX, la idea de que todas las especies vivas —incluyendo el ser humano— no habían sido engendradas de un día para otro por la mano de Dios, sino que habían evolucionado durante millones de años mediante un proceso de selección natural, suponía una insolente blasfemia.
Para comprender hasta qué punto Darwin era perfectamente consciente de la polémica que sus ideas iban a desencadenar, hay que tener en cuenta su propia trayectoria personal e intelectual. Al fin y al cabo, en su juventud el padre de la evolución estudió teología en la Universidad de Cambridge con la intención de convertirse en sacerdote de la Iglesia Anglicana, y no cuestionaba la validez de la Biblia como fuente sagrada para explicar el origen del mundo. Sin embargo, a lo largo de los años, y sobre todo tras la experiencia transformadora que vivió durante su aventura científica a bordo del Beagle, la fe de Darwin se fue erosionando ante el cúmulo de evidencias que contradecían todas las verdades supuestamente incuestionables del Libro del Génesis.
Para Darwin, la crueldad y el sufrimiento de un mundo donde él había comprobado cómo algunas avispas se alimentaban de los cuerpos vivos de los gusanos en la dura lucha por la supervivencia, o donde morían niños inocentes como su queridísima hija Annie, no parecían compatibles con la existencia de un Dios omnipotente que se preocupara por sus criaturas.
Podría atreverme a asegurar que Darwin jamás hubiera imaginado que 150 años después, las llamas de esta controversia siguieran tan vivas en este moderno y "civilizado" mundo.
Esta es una semana de reflexión, y no me sorprende que el creacionismo siga teniendo tantos adeptos, ya que lo más fácil es atribuir a un dios creador todo aquello que nuestra ignorancia no logra entender. Y habiendo tantas cosas de las que dudar, si de algo podemos estar completamente seguros es de la infinitud de la estupidez humana. Cada día me sorprendo más y más con la poca fe que la gente tiene en la ciencia; son muy pocas las personas que renuncian a los beneficios de los grandes adelantos científicos, y sin embargo les cuesta aceptar que dios no haya tenido nada que ver en el proceso. La ciencia existe en la vida de cada ser humano, es algo tangible y fácilmente reconocible, pero nos comportamos como si el smartphone viniera de una inteligencia superior y no de la nuestra propia.