Identidad Cuántica

Por Alexpeig

Vamos a seguir con el mismo hilo de hace unos días, pero ahora dejamos el simbolismo de la iconografía cristiana y nos situamos en un escenario propio de la ciencia ficción. El autor de esta embriagada novela sobre la interacción entre Universos paralelos, Victor Conde, homenajea de forma explícita a aquellos que un buen día, siendo aún muy jóvenes, decidieron cortar amarras y perderse en caminos que llevan hacia ideas peregrinas. Hallamos el paralelismo existente entre un navegante estelar auspiciado por la civilización hipertecnológica y el mago o poeta que viaja utilizando los registros de la imaginación. Ambos son viajeros que persiguen horizontes desconocidos donde encontrar respuestas u otras formas de vida. Conde, quien parece construir una gran ecuación cuántica vertebradora de los distintos mundos donde se desarrolla la acción, encarna la función del poeta cuyo uso de las palabras permite visualizar artefactos y paradojas que en última instancia nos llevan hacia la cuestión del individuo fragmentado (o de la Civilización) en relación con el Todo y, por ende, la cuestión de la identidad y de Dios o la Mente generadora de la existencia. Sin embargo, lo que inmediatamente es una narrativa virtuosa puede ser también un arma de doble filo; obligar al lector a enfrentarse a este abundante caudal de relaciones que desafían las leyes psicológicas y físicas supone darle vigor a lo que tiene la ciencia ficción de juego en los límites de lo posible pero, en su reverso, puede obnubilar la percepción de esa senda intuitiva, la cual está presente de forma más o menos involuntaria o implícita, hacia una visión mística de un todo ordenado y coherente a pesar de las contingencias. Verbigracia, el factor distintivo entre estos vuelos siderales de la posmodernidad y el vuelo de la mística es el recorrido que va de lo concreto en el plano formal (los instrumentos utilizados, ya sean de un orden tecnológico o estético) a lo abstracto (el sentido último, la construcción del orden en la Mente de Dios). Desde esta apreciación, la novela de Victor Conde construye un laberinto de imágenes en el cual tanto los recursos formales del lenguaje como las maravillas cuánticas descritas sirven de nódulos hacia esa SuperMente que el lector ha de configurar, a no ser que se haya rendido ante el barroquismo que impresiona en cada página.