Ideología y alienación en Marx

Por Garatxa @garatxa
Marx desarrolló una teoría crítica de la modernidad en la que trataba de sacar a la luz las deficiencias profundas de la era moderna del mundo. Su doctrina filosófica principal es el “materialismo histórico”; según esta propuesta la “infraestructura” de la vida cultural, social y política está en el modo de producción (la conjunción de unas fuerzas productivas y unas relaciones de producción). Según esta teoría filosófica el motor de la historia, la raíz de los cambios en el mundo, está en la actividad económica (por eso, a veces polémicamente, se suele decir que el marxismo es un peculiar “economicismo”).
Un aspecto o una vertiente de la teoría de Marx es su crítica de la ideología y su denuncia de la alienación, ambos son, según explica en su propuesta filosófica, estados y procesos negativos, dañinos y perjudiciales. El mundo moderno, afirma, en tanto está gobernado por el modo de producción capitalista (propiedad privada de los medios de producción y de financiación), está a la vez profundamente ideologizado y es severamente alienante. Pero ¿a qué se refiere, respectivamente, con los conceptos de “ideología” y de “alienación”? Es lo que expondremos brevemente a continuación.

Fuentes y elementos del marxismo según Lenin, en 1913.


Marx entiende por “ideología” una información falsa, un conocimiento erróneo en el que se mezcla y confunde apariencia y realidad, un mensaje expresamente destinado a distorsionar lo real, a encubrirlo; lo ideológico, por lo tanto, es una opinión común y corriente que forma una densa cortina de humo que no deja ver las realidades sociales y políticas tal y como son. La ideología, difundida a través de grandes medios de comunicación, impregna el conjunto de la vida social y la esfera política induciendo en los indefensos individuos una “falsa conciencia”; así, aturdidos por el bombardeo ideológico, por el martilleo de la propaganda, la mayoría de los individuos ignoran su preciso lugar y su papel en el conjunto de la sociedad. El punto que Marx resalta en su crítica de la ideología es el siguiente: su difusión masiva consigue que la clase proletaria -desconociendo por su influjo sus intereses, llegando a creer que todo está bien como está, etc.- llegue a votar en las elecciones a partidos que, en el fondo, representan los intereses de una minoría privilegiada y pudiente. Y este es solo un ejemplo entre otros de lo que Marx entiende como el pernicioso influjo de la propaganda ideológica.
Por su parte, la “alienación” es el proceso por el cual -por ejemplo, a través de la ideología, pero, sobre todo, por estar inmerso en unas condiciones laborales cercanas a la explotación- el ser humano resulta expropiado de su propio ser, pierde su esencia (por ejemplo, la libertad, la capacidad de elegir entre proyectos vitales...); como consecuencia de su alienación resulta deshumanizado (convirtiéndose, por ejemplo, en una mera mercancía). Marx distingue cuatro clases de alienación: económica, social, política y religiosa.
Estos dos estados y procesos negativos propios del mundo moderno son, sin embargo, reversibles: pueden ser contrarrestados. Allí donde la ideología propaga la falsedad y la desinformación puede llegar a reinar la verdad; allí donde el hombre ha perdido su esencia puede llegar a recuperarla (logrando su liberación, su emancipación de todo aquello que lo oprime y desvirtúa). ¿Cómo puede conseguirse algo así? Si, según el diagnóstico de Marx, la causa última de ambos fenómenos está en la infraestructura económica de la sociedad, sólo un cambio profundo en el modo de producción puede anular sus efectos negativos. Por lo tanto, y es la conclusión de Marx, únicamente una revolución sociopolítica -animada por la utopía de la sociedad sin clases- debería lograr que remita la ideología y cese la alienación de los seres humanos.
Esto es lo que Marx sostuvo en el siglo XIX, pero si se tienen en cuenta los diferentes avatares del marxismo en el siglo XX, la enmienda de las deficiencias del mundo moderno parece más compleja de lo que Marx llegó a creer, soñar o augurar.