Revista Opinión

Idiotas o ciudadanos, Forrest Gump o Espartaco, indignados o resignados

Publicado el 29 junio 2014 por Monetarius

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Que las dificultades no se conviertan en murallas infranqueables. Que si los muros se elevan al cielo, hagamos escaleras más altas. La política es la libertad reunida de todas las cesiones de libertad que hace un pueblo. Recuperemos todo lo delegado.

Este fin de semana, en el encuentro de Municipalia, reinaba el sol dentro y fuera de los muros que nos albergaban al costado del Paseo del Prado.  Andábamos en uno de los espacios donde empezamos a pensar en voz alta sobre la necesidad de salir del desgobierno del ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Hartos ya de estar hartos. Sabiendo que el miedo ha empezado a cambiar de bando. Procesos de cambio, de una manera diferente de hacer política que arrancan de lejos y cobraron cuerpo en las elecciones europeas del 25M. Recuperar la democracia recuperando otra vez los municipios.

En un intermedio del encuentro, una mujer joven se me acercó. Con inquietud me preguntó qué podía hacer para que su nuero encontrara razones para que la política volviera a merecerle la pena. Como tanta gente, había hecho su parte para traer la democracia, hacer más dignas nuestras ciudades, lograr unos servicios sociales decentes. Pero ahora sólo veía ruinas. Y lo único que le interesaba era despotricar por el mal estado de los escombros.

El poder nos ha hecho niños asustados a los que les basta un grito para irse al rincón a llorar. También nos castiga con dureza cuando queremos ser tratados como adultos (trabajos precarios y siempre bajo amenaza de despido, un mundo despiadado donde personas, cosas y sueños se han convertido en mercancías, ciudades donde nos sentimos desconectados de los otros y de cualquier sentido, un desarrollo tecnológico que nos desborda, un mundo de las finanzas que nadie en su sano juicio puede entender, una represión desde el poder que está empezando a tomar formas de dictadura). La cultura, con la que debiéramos darnos el sentido que nos falta, está patrocinada por algún gran almacén o por una multinacional de la energía y en vez de abrirnos puertas nos entretiene hasta hacernos inútiles encerrados en la habitación con juguetes rotos.

Le prometí mandarle mi solución. Cómo salir de la condición política de “idiotas”  (en la Grecia clásica, quien despreciaba la vida pública era considerado un enfermo de “idión”, infectado por el virús del desinterés por lo que es de todos. El “idiotés” de donde viene nuestro idiota). He abierto el Curso urgente de política para gente decente por la página 36. Dejo aquí mi respuesta:

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La fórmula de las revoluciones: si no te duele, ¿cómo crees que vas a mejorarlo?

Maquiavelo, golpeado siempre por las intrigas de la corte, decía a su amigo Francesco Vettori:

Al caer la noche vuelvo a casa y entro en mi estudio, en cuyo umbral me despojo de aquel traje de la jornada, lleno de lodo y lamparones, para vestirme ropas de corte real y pontificia; y así ataviado honorablemente, entro en las cortes antiguas de los hombres de la antigüedad. Recibido de ellos amorosamente, menutro de aquel alimento que es privativamente mío, y para el cual nací. En esta compañía no me avergüenzo de hablar con ellos, interrogándolos sobre los móviles de sus acciones, y ellos, con toda humanidad, me responden. Y por cuatro horas no siento el menor hastío; olvido todos mis cuidados, no temo la pobreza ni me espanta la muerte: a tal punto me siento todo yo transportado a ellos.

No es lo mismo sentarse delante del televisor. Tener criterio reclama alguna incomodidad. Hay libros que son como una patada en el alma. La televisión anestesia. Cuanto menos dolor resistimos, menos dolor queremos, entonces menos dolor resistimos, entonces menos dolor queremos… Shrek 15, Aterriza como puedas 27, Los Pitufos 2, otro reality show, la vida de las princesas y los duques… De tan dolientes nos convertimos en seres indolentes.

Hay una fórmula de la transformación que, cuando se pone en marcha, reelabora el dolor. Las alternativas beben del descontento. ¿Por qué el bombero de Fahrenheit 451 —la novela futurista de Ray Bradbury— despierta de su letargo de burócrata obediente y empieza a preguntarse sobre la bondad de su tarea de quemar libros? Ha hecho falta que una anciana, a la que le descubren su biblioteca prohibida y la entregan a las llamas, decida quemarse con su Quijote y su Guerra y paz, con su Isla del tesoro y su Ilíada. ¿Hubiera ido el capitán Ahab detrás de Moby Dick, la ballena blanca, de no entenderla como un referente del mal? ¿Habría escrito Casanova sus memorias de no haber vivido los frenos del amor como un innecesario castigo heredado del oscurantismo religioso? ¿Hubiera podido Virginia Woolf escribir Una habitación propia de no haberle golpeado saber la suerte que hubiera corrido una posible hermana talentosa de Shakespeare?

La historia de Espartaco narrada por Howard Fast ilumina el momento histórico en el que la válvula del dolor se abrió y protagonizó el primer levantamiento de esclavos contra la poderosa Roma. En la afición decadente por las peleas de gladiadores, la economía venció al derecho y permitió que rebeldes encadenados a las galeras tuvieran la oportunidad de ir a morir a los juegos. Craxio, un esclavo galo condenado a remar de por vida, llega a la escuela de gladiadores de Léntulo. Allí está Espartaco, sacado de la mina para compartir una suerte similar. Un día, después de ver la capacidad de liderazgo natural del esclavo de Tracia, Craxio se acerca y le susurra a Espartaco: «Yo una vez fui libre.» Espartaco, nieto e hijo de esclavos, que no había conocido otra amistad que el chasquido del cuero en las costillas, preguntó: «¿Libre?» Y Craxio le habló de ser ellos los dueños del látigo y la lanza, de ser ellos los vencedores sobre las legiones romanas, de ser ellos los que organizaran su propia vida en forma comunitaria, de ser ellos los que finalmente rompieran todas las fustas y todas las lanzas y todas las espadas. Espartaco salió del letargo y la picadura del látigo le supo diferente. Entonces, elaboró su dolor y lo convirtió en conciencia, y la conciencia movilizó su voluntad para poner fin a las causas de su dolor. Reunió a los demás gladiadores en un momento de descanso y les dijo: «Mirad a vuestro alrededor y decidme una sola cosa que no hayáis creado vosotros. Volved a mirar otra vez a vuestro alrededor y decidme una sola cosa que sea vuestra. Entonces —le hace decir Fast a Espartaco recordando al Manifiesto Comunista—, en la lucha no tenemos nada más que perder que nuestras cadenas. La voluntad se convierte en poder y el poder, finalmente, en emancipación.» Enfrente de un imperio. Doler, saber, querer, poder y hacer. Derrotado, Espartaco triunfó.

Si no interrogas a tu dolor, es un dolor improductivo, inútil, igual que si lo reelaboras como una necesidad. Se trata, muy al contrario, de elaborar el dolor desde una perspectiva de justicia, de la exigencia de la igualdad, del mandato de entender que, por nacimiento, todos los seres humanos son iguales en dignidad. La política es el reflejo de los dolores de cada época, de la forma en que se entienden y de la manera en que se remedian. También de cómo se entiende la justicia. Sin embargo, hay un hilo rojo que atraviesa toda la historia. Desde que pensamos la política, hay personas que creen que «para todos todo» y otros que construyen el privilegio.

Cuando entiendes cómo es la corriente profunda de la historia, sabes cuál es tu lugar en el mundo. En Cambio político y movimiento obrero bajo el franquismo, el historiador Xavier Domènech cita a Manuel Navas, un obrero de la empresa ASE/ CES con las cosas claras: «Parábamos la empresa muy a menu-do. [...] Una vez, una de tantas, el gerente, que era sueco, me llegó a decir: “Pero vamos a ver, Navas, pero ¿qué quieres?” En aquel tiempo había una serie de televisión sobre Marco, que era un niño italiano que se iba a América a buscar a su mamá, y le dije: “Yo lo que quiero es que Marco encuentre a su mamá.” El tío se desmontó absolutamente: “Haz lo que quieras.”» Si sabes dónde está Ítaca, ya has caminado una parte importante del camino.

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De eso se trata: de que cada cual elabore su dolor para regresar a Itaca.


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