Su ubicación no es una casualidad. Igual que otros templos de comunidades nórdicas, la cercanía con el puerto tiene su razón. Es que esos edificios solían ser refugio para los marineros que llegaban a Buenos Aires y buscaban asistencia no sólo espiritual. Por eso, después de estar algunos años usando un salón en la avenida Paseo Colón al 1100, la comunidad dinamarquesa de Buenos Aires decidió tener su propia iglesia. Así, en mayo de 1929 compraron el terreno; en agosto de 1930 colocaron la piedra fundamental y el 10 de mayo de 1931 inauguraron ese edificio que el viernes próximo, en Carlos Calvo 257 y sobre la vieja barranca del bajo porteño, cumplirá 82 años.
Su denominación en idioma original es Dansk Kirke, pero aquí se la conoce simplemente como Iglesia Dinamarquesa o Danesa. En su momento, el terreno costó poco más de $ 30.000 y el adelanto (unos 10.000) se había juntado con el esfuerzo de muchos que, con donaciones, rifas y kermeses, sumaron billete tras billete. Ya había pasado una década de la llegada del primer pastor y la comunidad de residentes daneses en Buenos Aires iba en aumento, algo que también se registraba desde años anteriores en otros lugares como Necochea, Tandil y Tres Arroyos.
El proyecto ganador para la construcción de la iglesia fue el de los arquitectos Rönnow y Bisgaard. La propuesta, como lo exigía la comisión de edificación, incluía la Iglesia, salones para la actividad de la congregación y la casa para el pastor. La obra estuvo a cargo de la empresa Christiani & Nielsen.
Aquellas características pedidas por la comisión se mantienen hasta hoy. Además del austero templo, en el edificio funciona una biblioteca con 7.000 volúmenes en distintos idiomas; en el primer piso está la casa y otras habitaciones para visitantes y en el subsuelo, un gran salón que tiene hasta un escenario artístico. En el exterior llama la atención que en esa construcción de estilo neogótico haya paredes con forma de escalones. Se cree que simbolizan aquella escalera, soñada por el patriarca Jacob y citada en la Biblia, por la que los ángeles subían y bajaban del cielo a la tierra.
En la nave de la iglesia hay elementos característicos de la confesión evangélica-luterana. Por ejemplo, un altar fijo a la pared donde se destaca una cruz desnuda, sin la imagen de Cristo. “Es que nuestra centralidad es el Jesús resucitado y vivo, no el crucificado”, explica el pastor Sergio López, a cargo del templo desde diciembre de 2012. También están los viejos bancos que tienen grabado un símbolo mítico: la cruz celta, esa que reúne la imagen cristiana con el primitivo círculo que llega desde antiguas civilizaciones. Por supuesto, en la iglesia hay robustas puertas de madera, un gran órgano de tubos y un púlpito. Y frente al altar, una pequeña pila bautismal, para cumplir con uno de los dos sacramentos que sólo tiene el culto. El otro es de la Eucaristía; es decir: el de la última cena.
Pero la mayor curiosidad de la Dansk Kirke está casi en el centro del templo, colgada desde el techo y apuntando al altar. Es la réplica en escala de un famoso velero danés llamado Kophenhavn (Copenhague, en nuestro idioma), un barco que en su momento fue considerado uno de los más bellos del mundo. El buque era como nuestra fragata Libertad: un barco-escuela. Y allí navegaban los futuros oficiales. El Copenhague zarpó desde Buenos Aires en julio de 1928 llevando a muchos jóvenes, hijos de las mejores familias de Dinamarca. Después de navegar unas 1.500 millas se cruzó con un vapor noruego. Fue la última vez que lo vieron. Nunca se encontraron ni sus restos ni a ninguno de sus tripulantes. La foto de esa tripulación está en una pared de la biblioteca de la iglesia.
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EDUARDO PARISE
“Raíces danesas en plena Ciudad”
(clarín, 06.05.13)