Iglesia Santa María Magdalena, Menasalbas

Por Pablet
La Iglesia Parroquial es el monumento más representativo de nuestro pueblo, una de nuestras señas de identidad, síntesis de nuestra espiritualidad y el eje que ha vertebrado el municipio desde la misma fecha de su fundación, no sólo en el plano urbanístico sino también en el económico y social. 
En sus muros esta reflejada toda la historia de nuestros antepasados y por él habremos de seguir pasando los menasalbeños del presente y del futuro, y nos sobrevivirá.
Su historia va íntimamente unida a la de nuestro municipio. 
Si hemos de hacer caso, a los últimos datos aparecidos tendríamos que adelantar en muchos años la fecha de fundación. Tradicionalmente, habíamos admitido el documento de compraventa mozárabe de 1229 como la más antigua referencia al topónimo, aunque no a su creación, de tal modo que, aventurando una hipótesis, establecíamos los años de principios del siglo XIII como probables para sus primeros pasos.
 Sin embargo, J. P. Molenat en su libro “Campagnes et monts de Tolède du XII au XVe siècle” recoge un dato que puede ser revelador: el monarca castellano Alfonso VII, impulsor de un primer intento repoblador de los Montes de Toledo, entrega las aldeas de Jumela, Jenesa y Casar del Asno, entre Pulgar, Peña Aguilera y Cuerva, por un lado, y Menasalbas y Gálvez, por otro “...inter Polgar et Penaguilera et Corva, et ex alia parte sunt Menasaluas et Galues” de modo que, de ser cierto, nos permitiría adelantar la fecha de fundación hasta el siglo XII, al menos.
Cualquier pueblo iba unido a su iglesia y se organizaba en torno a ella por lo que es lógico pensar que antes de su construcción hubo otra de fábrica más modesta que tuvo que modificarse o ampliarse, al quedarse pequeña por el aumento del vecindario, asentándose en el mismo lugar donde permanece el templo actual, que pudo aprovechar la cimentación de sus muros y su torre.
Las obras comenzaron a comienzos del siglo XVI, con piedra procedente del paraje de las Chorreras, con un primer proyecto firmado por el maestro de obras D. Juan de Aguirre, a quien se le atribuye la construcción, en un estilo gótico tardío, del ábside y la capilla mayor así como los dos pilares que delimitan el crucero, con una imponente bóveda de crucería estrellada cuyos nervios llevan los empujes de la bóveda hasta unas columnas cilíndricas sin capitel. A él también se debieron los cuatro contrafuertes del exterior del ábside.
A la muerte del maestro, en 1548, se paralizan las obras hasta el año 1563 cuando se retoman bajo la dirección de Hernán González, formado en el círculo de los grandes arquitectos del Renacimiento toledano, que había trabajado bajo la dirección de Alonso de Covarrubias en el Hospital Tavera como aparejador y maestro cantero. Inició la construcción de la nave principal y deja su impronta en lo dos grandes pilares de gusto plateresco pero pronto se quedó pequeña y tuvo que ampliarse hacia el Coro en medio de dificultades presupuestarias que obligaron al vecindario a costear el tercer y último tramo, advirtiéndose el empobrecimiento en la cantería, junto con la aparición de sillarejo y de ladrillo en la fábrica.
Esta parte del edificio primitivo debió concluirse en 1580, ya muerto Hernán González. Formalmente, mantuvo una cierta analogía con el cuerpo, cabecera y primera nave, levantando cuatro pilares cilíndricos de orden toscano y fustes lisos para sostener la nave central, complementadas por pilastras del mismo orden, dispuestas en los paramentos laterales. Así retomaba la idea del templo de tres naves y planta basilical, unificando la altura de las naves mediante una bóveda baída de modo que el primitivo diseño gótico paso a ser una iglesia columnaria a la que se añadió una portada almohadillada como las empleadas en obras cercanas como la del Hospital Tavera o el palacio de la Cerda.
Los sucesivos intentos de reanudar la obra se frenaron hasta el siglo XVIII cuando se documenta la construcción de la sacristía en dos cuerpos con acceso por la primitiva puerta de acceso a la iglesia por su flanco meridional.
Sobre la torre, cabe plantear como hipótesis- dados los datos aportados por el informe arqueológico llevado a cabo por D. Raúl Arribas Domínguez- que fuera inicialmente una torre exenta con un carácter defensivo, como apunta la presencia de la saetera, que se unió después al templo en su tercer cuerpo. No debió reformarse adecuadamente porque en 1818 se daban órdenes para demolerla. Parece ser que se construyó una nueva torre que fue inspeccionada por el arquitecto Julián Díaz pero al poco tiempo “se notaron quiebras y roturas” por lo que se denunció al constructor. Se efectuó un reconocimiento por parte del maestro Ezequiel Moya y se reclamó la garantía de 15 años que había dado el adjudicatario. 
La obra había concluido en 1835 pero en 1837, con motivo de la primera Guerra Carlista, la torre fue bombardeada y la techumbre tuvo que sufrir algún incendio de modo que el templo quedó dañado. La penuria económica de la década de 1840 hizo que el templo estuviera en un lamentable estado en la cubierta, que filtraba agua por todas partes, en el coro y en la torre; hablándose de reedificación y de construcción de una nueva torre, que nunca se llevo a cabo porque el año 1884 se derribaron las ruinas y se cerró su techo. El acceso a la torre era exterior y no estuvo comunicada con la planta baja del templo hasta que D. Félix de Francisco, a finales del siglo XIX, abrió una puerta y decido utilizar el espacio como sala bautismal.
En vista del lamentable estado de su fábrica se realizó un expediente para su reconstrucción que se aprobó en julio de 1857 pero no se había ejecutado aun en su totalidad en 1862 de modo que tuvieron que ser los vecinos los que iniciaron la reconstrucción. Pudiera ser este el momento en el que se reedificara la pared meridional del coro y se levantara la espadaña.
Tras el paréntesis de la Guerra Civil (que trae consigo la destrucción del archivo parroquial, la imaginería, los retablos, el órgano del siglo XVII y las campanas), las actuaciones en la segunda mitad del siglo XX suponen un goteo continuo de añadidos arquitectónicos, en algunos casos traídos de la Iglesia de Jumela, y en todas ellas se hace evidente la falta de medios económicos, teniendo que ser auspiciadas por los párrocos correspondientes. 
Cabe citar las obras y remodelaciones llevadas a cabo a finales del siglo XX por Santiago Núñez Rey con la participación entusiasta de los vecinos, en las que se abre la capilla del Cristo en la antigua sacristía con una portada traída de la Iglesia de Jumela, se eleva la altura del coro, se dispone un zócalo corrido en piedra granítica en todo el perímetro interior para evitar humedades y se enlosa en suelo con baldosas cerámicas. Finalmente, a comienzos del presente siglo, bajo la dirección del arquitecto Orfilio José Urquiola y a iniciativa de la Corporación, presidida por dª Sagrario Bejerano, y del cura párroco D. Juan A. Maestre Reyes, se elimina el revoco original, se restaura la fachada norte con la sustitución de la antigua cornisa y pináculo de ladrillo por elementos en piedra y se coloca un sistema de iluminación.
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