En Inglaterra y Estados Unidos, definirían a la película de Diego Kaplan como una “feel good movie”. En Argentina, somos más verborrágicos y nos referimos a un cine que pretende hacer sentir bien al espectador, ofrecerle la posibilidad de olvidar/ignorar una realidad indigesta cuando no agresiva.
Igualita a mí cumple con este objetivo y se congracia con un público que acepta entretenerse con más de lo mismo: con el chamuyero entrador, que data de los tiempos de Luis Sandrini y Fidel Pintos, con un Suar dispuesto a tomarse el pelo (en el sentido literal y metafórico de la expresión), con mujeres simpáticas y queribles gracias al Trece (en este caso, Florencia Bertotti y Claudia Fontán), con la garantía de un final feliz que reivindica a la “famiglia unita” (los Campanelli, omnipresentes en nuestro imaginario mediático).
Aún así, la comedia pierde puntos cuando se la compara con Un novio para mi mujer. Primero porque Valeria Bertuccelli y su Tana superan a Bertotti y su Aylín; segundo porque el film de Juan Taratuto baja menos línea (o es menos obvio al hacerlo) que el de Kaplan; tercero porque el Tenso le escapa al estereotipo burdo que afecta a Fredy; cuarto porque el guión de Juan Vera, Daniel Cúparo y Mariano Vera es más irregular que el de Pablo Solarz.
Según informó ayer Clarín, Igualita a mí ya alcanzó el segundo lugar en el ranking de la taquilla local después de El último maestro del aire de M. Night Shyamalan. Otra vez, Suar vuelve a posicionarse como hacedor de éxitos mejores o peores, pero siempre capaces de convocar a un público que suele despreciar al cine nacional (dicho sea de paso, ojalá éste sea un espaldarazo para el director de la recordada -y en 2002 prometedora- ¿Sabés nadar?).