Este segundo domingo de Adviento nos recuerda que tenemos que vivir de manera austera [...] Que debemos convertirnos a Dios, como pedía a sus coetáneos Juan Bautista. Él tuvo una vida de entrega a los demás, preparando la llegada del Salvador. No es un panorama sombrío sino esperanzador. El Santo Padre nos enseña que cuando te entregas a los demás te haces cada día mejor, estás más alegre, eres más humano, eres más divino, por amor a Dios.
Es la entrega del que sabe priorizar sus amores: primero el amor de Dios y complementariamente -porque así debe ser-, el amor a los hombres. El apóstol San Juan recuerda que "el que ama su vida, la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12, 25). Es el mensaje cristiano de identificación con Cristo, que supo dar la vida para la redención de la humanidad. [...]
La entrega es el antídoto del egoísmo, de la poltronería, de la comodidad, de la indiferencia [...]
Frente a la tentación de una vida fácil, está la mortificación constante en cosas pequeñas. El santo Cura de Ars afirmaba que hay dos clases de mortificación: "una es interior, otra es exterior, pero las dos van siempre juntas". Aprendamos de ese hombre santo a no rehuir la mortificación interior y la mortificación de los sentidos. Si lo hacemos así, nos estaremos preparando bien para la Navidad, estaremos viviendo adecuadamente el Adviento.
No podemos actuar como el hombre de la parábola que enterró el talento que había recibido. (Cfr. Mt 24, 14-30). Era Dios quien en definitiva le había dado un talento. Dios nos ha dado el ser, la vida, una fe, una familia. Dios nos pide una respuesta a esos dones. Dejarnos llevar por el temor y la inactividad es enterrar el talento, es olvidarnos que Dios nos pide una respuesta y que estamos viviendo un tiempo de preparación, de conversión, de espera del Niño Dios. Es vivir a espaldas de todas esas realidades.
El que vive a espaldas de la fe le está diciendo a ese Dios nuestro: Tú eres muy exigente, me dio miedo y enterré mi talento, todo lo que me diste lo guardé, aquí te lo devuelvo. Pero eso no lo salva; el Señor lo condena. ¿Por qué? Porque el egoísmo es muy malo; al que entierra lo poco que tiene Dios se lo quita y se lo entrega al que más tiene. El primer egoísmo es pensar todo el tiempo en uno mismo. Tenemos que aprender a pensar en los demás y en servir nosotros a los demás. Así nos encaminamos a una conversión a Dios como preparación de la Navidad.
El beato Josemaría Escrivá decía que la mayor cantidad de problemas personales comienza cuando uno piensa demasiado en sí mismo, se encierra en su torre de marfil de manera egoísta y olvida a los demás, olvida los mandamientos de Dios.
¿Cómo puedo hacer para salir de la torre? Juan Bautista nos lo ha dicho: primero rezar, segundo rezar, tercero rezar. En paralelo, vivir austeramente, hacer voluntarias mortificaciones, ofrecer pequeños sacrificios cuando las dificultades de la jornada nos hagan difícil el trabajo.
Abre tu alma a Dios, comunícate con Él, escúchalo. Siente el silencio activo de la oración, que es diálogo entre dos: Dios y tú. No es ponerte simplonamente delante de Dios para decir: me falta esto, quiero lo otro, no tengo esto. Abre tu alma, de verdad: Señor, aquí está tu hijo, hoy vengo con preocupaciones, quiero aborrecer mis pecados. O, en ocasiones, podemos decirle: vengo lleno de gozo, quiero callar para escucharte. Es decir, dejo que el Señor vaya entrando en mi alma de esa manera y no me encierro en mí mismo, que es el egoísmo del que guardó el talento y lo enterró.Salgo de mí mismo cuando me confieso, porque tantas veces mis pecados me encierran como en una jaula. Pensamos que Dios no nos conoce y el demonio se apropia de esa jaula y te encierra. Confiésate, limpia tu alma[...]
Lucha para tener confianza en Dios, para no encerrarte en pensar mucho en ti mismo. La vida está hecha para pensar en los demás; el egoísmo hay que combatirlo con energía [...]
Hay que compartir y seremos felices; ayudemos a todos los prójimos que podamos: los miembros de nuestra familia, los compañeros de trabajo, los vecinos y amigos. [...]
Hay gente que lo poco que tiene lo esconde todo para sí, y otra que lo comparte; y hay gente que tiene mucho y se lo guarda, es egoísta, vive triste, y hay ricos que saben vivir con sobriedad y ser generosos. Recordemos a la madre Teresa: "Dios no ha creado la pobreza, la hemos creado nosotros con nuestro egoísmo".
El egoísmo es un pecado que tiene dos manifestaciones: primero, el egoísmo del cuerpo, que es el abuso de la sensualidad, búsqueda del placer morboso de la vista, el uso indebido del sexo, la imaginación descontrolada; es el egoísmo del animalito, que no repara en su alma inmortal, llamada a gozar de Dios en la eternidad.
Y el otro egoísmo es el egoísmo del alma, casi más peligroso todavía: la soberbia. Ten miedo al pecado de la soberbia, porque ciega, empobrece la fe y nos endiosa con una idolatría mala que nos aleja del verdadero Dios, de nuestro Padre Dios. Vivamos, en cambio, la filiación divina, que es un endiosamiento bueno, porque nos hace hijos de Dios por la humildad, por la mansedumbre, por la generosidad.
La única forma de preparar ese lugar recóndito de tu alma para el ingreso de Dios es rezar constantemente, tener una vida penitente, sentir dolor por las ofensas cometidas. A través de la oración, de la mortificación y del arrepentimiento, abrimos el alma a Dios, le permitimos ingresar a ese santuario que es tu conciencia, en donde se ve claramente dónde está el bien y dónde está el mal.
Pídele a la Virgen que sepas prepararte para recibir al Niño Jesús en tu alma. Ella es ejemplo de mujer hacendosa, trabajadora, fiel a Dios. Nuestra Madre Santa María es la criatura más hermosa. Queremos recordárselo a Nuestra Señora como alabanza rendida, tuya y mía. Que Ella nos ayude a preparar el santuario de nuestra conciencia para recibir a su Hijo queridísimo, venciendo a nuestro egoísmo, a nuestra sensualidad y a nuestra soberbia. Encontraremos en ese diálogo divino la felicidad que nos prepara el camino del cielo, que da tanto gozo que nos permite entregarnos cada día a los demás en pequeños actos de servicio, que nos hace mejores hijos de la Iglesia.
+Juan Luis Cipriani Thorne
Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Extracto de la homilía dada en Lima, el 5 de diciembre de 1999