II Vertic Night de Málaga 2014, Sábado 22 de Noviembre

Por Juan Andrés Camacho Fernández @CorredorErrante

(Estoy a la espera de obtener fotografías para ilustrar la crónica, tan pronto como obtenga las fotos las añadiré a la misma).

La situación este año, con miles de kilómetros acumulados en las piernas y la experiencia de 3 maratones, 2 ultramaratones y 5 ultra trail podrían hacer pensar que este año haría añicos el tiempo establecido el año pasado en mi debut en trail, en la I edición de la Vertic Night.

No obstante, hasta el mismo viernes no sabía si podría participar (o correr, en general), pero tras obtener el diagnóstico de mi molestia en la rodilla y con la clavícula casi sanada, tenía claro que asistiría.


El año pasado comentaba que poco a poco estaba metiendo a mi hermana en el mundo del atletismo, y decidimos inmortalizar la salida de casa hacia mi primer trail juntos.


Este año repetimos la foto, con la salvedad de que no estaba entrenado en absoluto y Marina, no solo correría este año, sino que además, se encargaría de tirar de mi y mi maltrecha rodilla.


Gonzalo no podría acudir este año, sería una aventura fraternal, que comenzaba a las 17:00 de la tarde nada más poner rumbo al Parque de la Alegría, recorrido que quedó grabado en mi mente.

Aparcamos dos plazas más abajo que en la última ocasión, pasada la gasolinera que hace esquina con el parque, y pregunté en la zona de llegada/meta por Domingo Alfonso, responsable de organización, que nos haría el gran favor de guardarnos un par de dorsales.

Pese a que en el reglamento se estableció que la retirada de dorsales se podría efectuar hasta las 17:00 en el Hotel Molina Lario, se tuvo el detalle de transportar los dorsales no recogidos al parque, donde se entregaron con el plus de dificultad que añadía el fuerte viento.

Este año los compañeros del Club Atletismo Fuengirola participarían, mayoritariamente, en el Cross de Torremolinos, y alguno en la Media Maratón de Antequera, no obstante, vi varias caras conocidas, como a María, que acompañaba a su hijo Raúl, que competiría también, o Míriam Yélamos, campeona promesa de la pasada edición y a la que conocí gracias al blog, que ya comenzaba a cobrar difusión.

Cuando comenzaba a preparar el equipo que había traído me di cuenta de que el frontal, que se me había estropeado en el Ultra Sierra Nevada y reparé cuando participé en las 24 Horas Solidarias Breña Xtreme, volvía a darme problemas, y no encontraba cinta adhesiva.

Por suerte, en el bar cercano a la salida que conocimos el año pasado me dejaron cinta aislante y pude hacerle un apaño, y con todo ya preparado nos dimos algunas vueltas por el parque mientras esperábamos a que se acercase la hora de la salida.

Comprobé encantado como una de las pegas que más había oído en la anterior edición, que las camisetas fuesen de algodón, no sólo se habían subsanado con un diseño excelente, sino que además, el material era técnico de primera calidad, de la compañía Tuga Active Wear.

Poco antes de dirigirme a la línea de salida fui "abordado" por una madre preocupada, ya que su hijo debutaría en trail en esta prueba, tal y como hice yo el año pasado en la primera edición.
La tranquilicé diciéndole que no podría haber estado más contento de debutar en esa precisa prueba, personalmente, ya que me acercó a la montaña pero fue un primer contacto "asequible", fue una experiencia muy dura, sobre todo acostumbrado a correr en asfalto, pero ni el desnivel era demasiado exigente ni el perfil era en absoluto peligroso, es una prueba para disfrutar y para sufrir, pero sin peligro alguno.
Mientras le explicaba como se extendía el recorrido se acercó su hijo, Lucas, que venía fuerte tras hacer 1:45:00 en la media maratón del Rincón de la Victoria pero tenía claro que con rondar este año 2:15:00 en la prueba, sería feliz.
Le deseamos suerte y nos dirigimos a la salida, donde nos encontramos con Miriam y tras ponernos brevemente al día, ocupamos nuestras posiciones.
Pese a que tanto el escenario como el recorrido serían el mismo, sentía un abismo de diferencia con respecto al año pasado.
Para comenzar, la temperatura era muchísimo más agradable en esta edición, en la que pasé incluso calor antes de tomar la salida.
Por otro lado, el viento, en la pasada edición inexistente, podía complicarnos un poco la prueba monte arriba, de proponérselo, y por primera vez, correría una prueba completa con Marina.
Habíamos recorrido juntos media MLK Trail en marzo, ya que nada más pasar por meta volví a subir a la alcazaba para acompañarle en la parte final del recorrido, pero esta sería, de ir todo bien, la primera prueba que realizaríamos juntos de inicio a fin.
No se me escapó otra novedad con respecto a la edición del año pasado, y es que esta vez no hubo control de frontales, aunque no lo vi necesario, todo el mundo llevaba su frontal reglamentario en la cabeza, y creo, además, que tras la novedad del año pasado (por desconocimiento muchos no lo sabrían en ese momento), todos los corredores que participaron en la prueba u oyeron hablar de ella tomaron conciencia de la importancia de llevar luz al correr de noche, especialmente, en la montaña.
Como no sabía como se desarrollaría la cosa, pese a no haber más material obligatorio que el frontal, llevaba la SAD Extend Quechua con luz de posición trasera, un litro de agua, manta térmica, cinta de strapping, una naranja, dos plátanos, guantes, braga y camiseta interior térmica.
Nos colocamos en la parte trasera de la zona de salida, dejé el GPS en standby, para que arrancase al notar el movimiento, y estuvimos intercambiando impresiones sobre la prueba, a la espera de que se diese la salida.
Esta tomó dimensiones épicas el año pasado, con una banda sonora de película y una ambientación espartana (alaridos incluidos), y no sabía como se desarrollaría este año, pero mataba la impaciencia grabando con la Gopro la zona de salida.
Justo nada más guardarla en uno de los bolsillos laterales de la mochila escuché el pistoletazo de salida, no sé si no me di cuenta por estar más atrás o por estar pendiente a la cámara, pero me pilló de improviso.
Preparé el crono, que activé nada más pasar por la banda que activaba los chips que llevábamos en los dorsales, y eché a correr con los 5 sentidos puestos en mi rodilla derecha.
Sé que el año pasado me sentía bastante inseguro con respecto a la prueba, por la novedad de competir de noche, hacerlo en montaña, y probar tantas cosas nuevas (lentillas, equipación, frontal...), pero este año la presión que tenía era hasta mayor.
Desde que compitiese en el I Skoda Triatlón Series el 5 de octubre no entrenaba, tuve que retirarme en el I Desafío del Tinto Ultra Trail y dos semanas más tarde sufrí como nunca para completar los 4 kilómetros de la XXVI Carrera Urbana Solidaria El Corte Inglés, con mi pareja.
Del accidente de bicicleta y mi luxación acromio clavicular de grado dos mejor ni hablar, me he perdido todos los compromisos que tenía entre finales de octubre y noviembre, y diciembre no pintaba mucho mejor.
Llegaba con dos kilómetros en las piernas, realizados el día anterior, habiendo estado en reposo total y absoluto desde hacía más de un mes, pero la emoción y la ilusión me empujaban más que mis piernas.
Salí del parque por delante de Marina, a la que dije que si veía que el ritmo era muy alto o muy bajo, me avisase, ya que teníamos por delante unos 18 o 19 kilómetros.
Parecía que nada hubiese cambiado con respecto al año pasado, y mientras subíamos trotando por el Camino de Casabermeja le comentaba a mi hermana como el año pasado tomé la grandísima decisión de dejar al grupo de cabeza y poner un ritmo más asequible para atacar ese primer ascenso en el asfalto.
A la altura de la finca Nadales le empecé a contar, ya con la respiración entrecortada, mis experiencias en el I Trail Ciudad de Málaga, la peor carrera con diferencia en la que he participado hasta ahora por culpa de una pésima gestión que empañó la que podía haber sido una prueba excelente, pero bueno, quizás le de un voto de confianza si se llega a celebrar la segunda edición.
Tras un kilómetro y medio, según el GPS, y 10 minutos, según el crono, llegamos al Carril de los Locos, donde dejamos atrás el asfalto y pusimos los pies en la tierra.
En ese punto le dije a mi hermana que redujésemos un poco el ritmo (notaba una sensación extraña en la rodilla, así que preferí atacar el tramo en subida a zancadas largas), y me sorprendí viendo como a zancadas largas adelantábamos a corredores que subían trotando, en el mismo punto donde un gran grupo de atletas me dejó atrás el año pasado.
Olvidada la molestia y de forma casi intuitiva comenzamos a trotar de nuevo, y mientras repasaba el circuito mentalmente se lo iba describiendo a Marina.
Algunos corredores me preguntaban algunos detalles durante el relato, como el desnivel acumulado, kilómetros hasta el avituallamiento o entre avituallamientos, o dureza por tramos, preguntas que estuve encantado de responder.
La sensación era muy extraña, volvía a vivir una prueba desde la cola en lugar a hacerlo desde la cabeza, a un ritmo muy tranquilo, pero el ambiente era extraordinario, la noche perfecta y, de momento, el dolor se mantenía a raya.
Aun entrando por encima del corte de carrera de 3 horas, si acababa tal y como estaba en ese momento, sería feliz.
Pese a que comenzaba a notar el esfuerzo en las piernas, tras poco más de dos kilómetros, mi respiración era sumamente tranquila, y como veía que en este primer tramo iba con fuelle de más y no quería dejar a mi hermana atrás, aprovechaba de vez en cuando para grabar con la Gopro.
¡Y menos mal! llegando al tercer kilómetro tuve que pararme tras crujirme intensamente la rodilla izquierda, recorriéndome el dolor el cuerpo entero.
Tras cojear un poco y coger ritmo andando rápido el dolor remitió ligeramente, aunque sin desaparecer del todo, y ahora era yo el que seguía la estela de mi hermana, que, preocupada, me preguntaba si quería que bajase el ritmo.
Le dije que mientras pudiese, así íbamos bien, y seguimos avanzando, más y más rápido hasta que recuperamos el trote.
Me había fijado en que dos corredores con la equipación del Club Atletismo Mijas llevaban un ritmo similar la nuestro, nos íbamos adelantando de tanto en cuanto pero al tener que pararme en seco nos habían dejado atrás.
Ahora estábamos alcanzándolos, y aunque llevaba el dolor de rodilla a raya, no quise aumentar el ritmo, temeroso de que tuviese que dar media vuelta y dejar una carrera a medias por tercera vez (por extrema falta de sueño en el Andorra Ultra Trail y por el mismo motivo en el ya citado Desafío del Tinto Ultra Trail).
Precisamente en eso iba pensando cuando nos pusimos a la par, en como hace poco más de 2 meses un entrenamiento "de diario" para mí podían ser 30-40 kilómetros y suponerme entre 2 horas y media y 5 horas fuera de casa y como ahora sufro para correr dos kilómetros de seguida, empleando más tiempo en vestirme y ducharme que en correr sin pararme; no acabo de acostumbrarme.
Apartando esos pesimistas pensamientos de mi mente saludé a la pareja a voz de "¡esos corredores de Mijas buenos!" y nos pusimos a charlar.
El hombre me conocía, y tras charlar un poco me preguntó si creía que mi lesión se debía a haber usado durante tantos kilómetros las Vibram Fivefingers Bikila LS, a lo que respondí que, de hecho, quiero probar huaraches en cuanto esté en condiciones de correr de nuevo, ya que la lesión me afectó cuando calzaba suela ancha y calzado rígido, aunque creo que no le convencí del todo.
También le pregunté si tenían pensado acudir a la milla de Las Lagunas, que se celebraría en menos de 24 horas en dicha localidad, a lo que respondieron afirmativamente.
Yo les dije que, si la rodilla me lo permitía, mañana nos veríamos, pero que en cualquier caso, esperaba que les fuese bien.
Marina y yo subimos un puntito el ritmo y los dejamos atrás, pero en el kilómetro 4 nos pasaron de nuevo, al tener que volver a parar tras un nuevo, no crujido esta vez, pero si chasquido, que me dejó la rodilla bloqueada durante varios metros.
Aun así, y pese al dolor, estaba disfrutando muchísimo, el calzado este año, las Skechers Go Bionic Trail (de lo más polivalente en el monte, pese a que creo que se desgastan con facilidad) me permitían correr sobre las piedras sin notar molestia alguna (el año pasado mis destrozadas y aun no jubiladas Adidas Supernova me llevaban completamente expuesto a las mismas), y mentalmente contaba con mi experiencia en montaña y en pruebas extremas, además de con conocer el recorrido, mientras que el año pasado era un completo novato.
El tener las referencias del GPS ayudaban también, ya que el año pasado no sabía ni cuantos kilómetros llevaba ni cuantos quedaban, y esa incertidumbre durante tantos minutos fatiga bastante, mentalmente.
Tras casi volarnos en una de las curvas, alcanzamos el kilómetro 5, tras poco más de media hora de carrera que, pese a los esperados problemas con mi rodilla, estaba disfrutando mucho.
Una muchacha que iba cerca a nosotros se volvió para confirmar que, en efecto, nos encontrábamos en el kilómetro 5, y con un deje de preocupación en la voz, nos preguntó si quedaba mucho para el avituallamiento.
No voy a decir que conozca cada giro del trazado, pero lo recordaba bastante bien (gracias, en parte, a que desde el año pasado he corrido en varias ocasiones por la zona), y le dije que si no me equivocaba, en 500 metros lo encontraríamos, en un leve giro a la derecha antes de llegar a la bifurcación que ahora ascenderíamos por la izquierda y posteriormente bajaríamos por la derecha.
En efecto, poco a poco fueron apareciendo luces y vimos las mesas del puesto de avituallamiento.
De nuevo, un salto exponencial con respecto al año pasado, donde tan solo encontramos agua e isotónica y tan solo a la ida, ahora teníamos ante nosotros varias mesas atendidas por cerca de una decena de voluntarios en las que encontramos agua, isotónica, powerade, refrescos, frutos secos, golosinas, naranjas, plátanos... un avituallamiento de lujo, del que no pude rechazar un vaso de isotónica, un puñado de golosinas y dos gajos de naranja.
Esperé a Marina, menos habituada a comer y avanzar, y nos pusimos de nuevo en marcha, notando pequeños chasquidos en la rodilla a cada paso pero soportando el dolor con una facilidad que me sorprendió, por lo que en un momento estábamos a la altura de dicha corredora.
Le fui comentando el trazado, y le dije como cometí el error de pensar, el año pasado, que tras la subida llegaría la bajada a meta, cuando me encontré, precisamente, la subida más dura de frente tras llegar a esa bajada.
Nos pusimos al mismo ritmo, aumentando la velocidad en cada parcial de 500 metros hasta llegar a la mencionada bajada, en el kilómetro 8, que completamos en un tiempo parcial de 6 minutos 10 segundos en el último kilómetro recorrido.
El dolor se acrecentaba conforme aumentábamos la velocidad, pero no notaba esa sensación que precede al bloqueo de rodilla, así que, con miedo pero decisión al mismo tiempo, fuimos adelantando a varios corredores mientras eran menos los que nos dejaban atrás.
Dio la casualidad de que, grabando uno de los planos con la Gopro, me preguntó si era una linterna, y al decirle que era una cámara y que podía encontrar el vídeo posteriormente (actualmente se encuentra en proceso de edición, cuando esté completado lo añadiré al final de la crónica), en mi canal de Youtube o en el blog.
Pues bien, resulta que me conocía, gracias al documento de evaluación del III Trail Pirata Sierra San Cristóbal, prueba que me recomendó encarecidamente.
Ella, Gema, venía de Los Barrios, aunque había nacido en Tarifa, y estaba corriendo con su marido y otros compañeros de club, y resulta que conocía también a Fozem.
Disfrutamos de una agradable conversación y compañía hasta llegar a la que es, en mi opinión, la cuesta más dura del trazado, de 200 metros de desnivel positivo en 3 kilómetros (asequible y nada peligrosa, pero igualmente dura).
Ahí se acabó primero la conversación y luego la compañía, ya que a pesar de que los tres subíamos andando (¡que alivio! el dolor de la rodilla desapareció casi al instante al pasar del trote al paso) poco a poco le fuimos sacando metros hasta que la acabamos perdiendo.
A lo lejos llevábamos dos corredores como referencia, uno con una camiseta de KH-7 y otro con una camiseta oscura con una torre grabada en la parte trasera, que tratábamos de alcanzar.
Sin apenas darnos cuenta habíamos llegado al kilómetro 9, presumiblemente (si el circuito era exacto, al igual que mi GPS), ecuador de la prueba, y le pregunté a Marina como iba y me respondió que divinamente, que estaba sin aliento pero las piernas las llevaba genial.
Vaya tela, me recorro la península en 6 meses corriendo de millas a ultras y mi hermana, en menos de un año entrenando, no tienen fatiga alguna tras 9 kilómetros de trail mientras que mis gemelos están "mordiéndome" las piernas y el dolor en mi rodilla izquierda sigue latente...
Me sentí muy orgulloso, es digna hija de su padre (y el mío, que sin haber corrido nunca comenzó cuando yo nací y un año después de mi nacimiento debutó en maratón con 2:51:00 siendo el campeón local del Maratón de los Pacos, pero esa es otra historia...).
Varios planos, algunas decenas de metros y tras un ataque de piña (el viento la soltó justo cuando pasábamos por debajo), llegamos a otro de los voluntarios que regulaban los cruces (las balizaciones eran constantes y claras, pero aun así había voluntarios en puntos posiblemente conflictivos, un acierto por parte de la organización), y nos desviaron a la derecha.
En ese punto recuerdo que miré el reloj por primera vez en la pasada edición, llevando 45 minutos exactos y ocupando la posición 45 (casualidades de la vida...); en esta edición llevábamos 1:32:12 (miré el crono en el mismo punto) en esos primeros 11 kilómetros, y la posición no había forma de saberlo, pero no me importaba, estaba corriendo, un trail (y no uno cualquiera, el que cambió el rumbo de mi vida deportiva), con mi hermana por primera vez, y recibiendo hacía poco más de 24 horas la noticia que llevaba meses esperando, que podía volver a correr.
Estaba descubriendo una nueva perspectiva de la carrera, disfrutando, contemplando cada rincón, descubriendo cosas que en la anterior edición no me había parado a ver debido al intenso ritmo que llevaba... y conociendo deportistas estupendos.
Paramos un momento para ir al baño en cuanto la pendiente comenzó a descender, perdiendo al corredor del KH-7 y al de la torre, y retomando el camino en solitario, sin luces por delante o por detrás.
No sé si fue por el hecho de quedarnos parados un momento o por cambiar el ascenso por descenso, pero el dolor volvió con una renovada fuerza, y tuve que luchar de verdad para ponerme al ritmo que marcaba mi hermana, cómodo para ella pero difícil para mi.
Tras acostumbrarme un poco a la sensación (o eso o el dolor disminuyó, no sabría decirlo a ciencia cierta), comencé a contarle a Marina la historia de "número 44" (en la crónica de la pasada edición, enlazada al comienzo de esta, podéis encontrarla "en primera persona").
Os preguntaréis "pero, ¿si te costaba seguirle el ritmo a tu hermana como es que te ponías a charlar?" pues bueno, porque la rodilla me impedía correr a mayor velocidad, pese a ir con la pendiente a favor, pero en cuanto a pulsaciones (actualmente tengo interés por correr con pulsómetro, aunque no fondos) me notaba realmente relajado, y no estaba sudando si quiera.
Mientras el camino comenzaba a iluminarse más (señal de que se acercaban corredores desde atrás), otro voluntario nos desvió a la derecha, y le advertí a Marina que esa fue la zona que más me "impactó" el año pasado, que mirase bien donde pisaba y si hacía falta me avisase para que pasásemos andando los tramos más difíciles.
Algunos corredores comenzaron a pasarnos a buen paso, y tampoco vi que la zona estuviese tan mal, el año pasado recuerdo que incluso salté de un lado a otro del lecho del arroyo por el que ahora íbamos, pero o no me di cuenta de que se podía, fácilmente, correr por dentro del mismo, o la zona estaba más abrupta.
No obstante mi hermana se tomó las indicaciones al pie de la letra, y cada pocos metros me giraba para ver si estaba cerca, ya que no podíamos ir en paralelo y un grupo comenzaba a agruparse detrás de nosotros.
Entre ellos estaba Gema, que nos pasó sonriente y nos dio ánimos para seguir a buen ritmo, cosa que hicimos (rondábamos 6 minutos 20 segundos por kilómetro, para llevar dos meses de parón, en mi caso, y para entrenar solo dos veces por semana, en el caso de mi hermana, creo que es un ritmo nada desdeñable).
Pasamos el tramo en el que el año pasado me despisté (no se como, este año vi claramente cual era el camino correcto) y mientras le contaba la anécdota a mi hermana (debía haber aguantado ya, la pobre, medio centenar), llegamos al punto de avituallamiento, kilómetro 13,5 según mi GPS.
Seguía habiendo de todo, pese a que, aunque no éramos el final de la cola de carrera, seguramente más de tres cuartos de los atletas habrían pasado ya por ahí.
Me pareció curioso que estuviesen sacando una caja de Powerade justo al llegar yo, que llevaba dos botellines de Powerade rellenos con agua en la parte frontal de la mochila, y le dije a una voluntaria, tratando de aparentar seriedad "toma, te cambio uno por el mío".
La muchacha, algo cortada, me dijo, "es que tiene que haber para todos...", pero aun así comenzó a sacar el botellín, ante lo que le aclaré que se trataba de una broma, y que con medio vaso tenía.
Me pareció un gesto muy correcto el de esta chica, más mérito tienen aún los últimos que los primeros, ya que pueden pasar hasta el triple de tiempo recorriendo el mismo trazado, por lo que veo fenomenal que se tenga esa consideración con ellos.
Nuevamente la organización se superó con creces con respecto a la primera edición, donde, pese a ir en el grupo de cabeza, directamente no encontré el puesto de avituallamiento en la bajada, mientras que este año aun yendo en el grupo de cola, estaba, todavía completamente equipado.
Le dije a mi hermana que ya estaba todo el pescado vendido, que pusiese el ritmo y en un momento estaríamos abajo.
A lo lejos llevábamos a dos muchachas, y le propuse apretar un poco para alcanzarlas, pero me respondió que no quería forzar, que iba bien pero aun quedaba bastante para la meta.
Nuevamente mi hermana me hizo un favor extraordinario (parecía mi ángel de la guarda), ya que llegando al punto donde una piedra me atravesó la suela de mis Adidas Supernova el año pasado, tropecé y al apoyar el pie noté un chasquido en la rodilla izquierda y tuve que parar un momento, mordiéndome la lengua para no aullar de dolor.
Por suerte fue solo el mal apoyo al tropezar, y poco a poco (no sé si es que me adapto al dolor o este desaparece), fui capaz de recuperar la marcha de nuevo, aprovechando para contarle la anécdota de la piedra a mi hermana.
A media anécdota me di cuenta de que el carril estaba cada vez más y más iluminado, me giré y vi un coche bajando con las luces de emergencia puestas.
Nos pusimos en el margen izquierdo del carril y le dejamos paso, atónitos (al menos, yo), y al desaparecer en la distancia me di cuenta de lo poco que alumbraba ya mi frontal, y caí en la cuenta de que las baterías que estaba usando eran nuevas y no las había llegado a cargar aún.
Un fallo muy básico solventado por el frontal de mi hermana, con el que veíamos los dos, y por el hecho de que estábamos ya muy cerca de la civilización (el cielo estaba cada vez más iluminado y cada vez se apreciaban menos estrellas), pero aun así espero aprender para la próxima ocasión.
Llegamos al inicio del Carril de los Locos, y le comenté a mi hermana que el año pasado sentí un alivio extremo al dejar atrás el camino (este año no noté absolutamente nada, o no iba lo suficientemente rápido o la diferencia entre las Supernova y las Go Bionic Trail son mayores de lo que pensaba), y al enfocarle con el frontal vi que iba con mala cara.
Me dijo, justo antes de preguntarle, que no apretase el ritmo, que llegaba justita y las piernas la iban a matar.
Por supuesto me quedé a su lado (no sabía si habría podido alejarme aun habiendo querido, dependía de mi rodilla izquierda), y cuando comenzamos a bajar por el Camino de Casabermeja (le comenté como, tras dar varias vueltas había aparcado en el hueco de entre la tercera y la cuarta casa pasando la incorporación), me dijo que no podía más, que andásemos.
Le dije que ya estábamos aquí, que quedaba llegar al final de la calle, entrar en el parque y tras darle una vuelta, entraríamos, y, poco convencida, siguió trotando.
Algunos corredores nos pasaron, y cada vez más personas nos aplaudían, tanto público como atletas que ya habían acabado la prueba.
Al llegar al parque me dijo, nuevamente, que no podía más, pero no quedaba absolutamente nada, y en nada estaríamos en meta (la verdad es que también me autoengañaba, llevaba las piernas molidas y la rodilla parecía a punto de estallar), y tras un larguísimo rodeo al interior del parque, por fin enfilamos el camino a meta.
Había un corredor animando a su mujer que no se de qué, pero me sonaba muchísimo, y mientras pensaba en quien podía ser, entré a meta con mi hermana cogida el brazo.
Al llegar a meta le choqué la mano al muchacho, que se quedó algo sorprendido (ya no sabía si le conocía o me lo había imaginado) y tras eso me fundí en un abrazo con mi hermana.
2:28:51 habíamos tardado según mi crono (y a espera del tiempo oficial), 1 hora y 33 segundos más lento que el año pasado, sufriendo lo indescriptible, pero disfrutando muchísimo y completando la primera carrera íntegra con mi hermana, que espero que no sea la última.


Arrastrando los pies cogimos una lata de aquarius y un botellín de agua de la zona de meta (tenía clarísimo que mañana no podría asistir a la milla, me costaba hasta andar sin cojear), y mientras se celebraba la entrega de premios, nosotros nos rehidratábamos.
Es increíble como ha mejorado la organización en todos los aspectos desde el año pasado, aun superando participantes (se completaron los 750 cupos establecidos por la Delegación de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía), aportando calidad en todos los aspectos (y respetando los precios) y tomando un cariz solidario (de cada inscripción un euros se destinó al proyecto solidario "Una cima, una sonrisa". 
En breve abriré el apartado de evaluación de esta edición y creo que, por mi parte, todos los apartados contarán con un rotundo excelente (¡espero vuestras valoraciones!).
Paré el GPS y avisé a familiares y amigos que estábamos en meta, guardé la cámara, y cuando estuvimos en condiciones nos encaminamos al coche para cambiarnos.
Quiero agradecer a Domingo, organizador de la prueba, que nos guardase el dorsal tanto a mí como a mi hermana, a título personal, y ya, como corredor, que tanto él como todo su equipo se hayan volcado tanto con esta prueba, que ha pasado de ser "una prueba diferente", a todo un referente en el calendario de otoño de la provincia.
También quiero agradecer a mi hermana su valentía, su espíritu de sacrificio, y su entrega, ya que pese a tener exámenes muy cercanos sacrificó una tarde de estudio para recorrer el monte con el loco de su hermano, sin pensarlo dos veces; ¡muchas gracias Marina!.
Una vez secos, ya en el coche y mientras volvíamos a casa me notaba los gemelos "temblones", la garganta seca y áspera, el cuerpo ardiendo de calor de dentro hacia afuera... los síntomas del trabajo bien hecho y el predictor de las agujetas.
Hacía meses que no sentía esa sensación; me emocioné tanto que, en un momento dado, tuve que esforzarme para no llorar, y aun así se me escaparon las lágrimas.
Sentí como volvía a ser corredor.