Revista Cultura y Ocio

III Congreso de Escritores: «Lo bueno de escribir es escribir»

Publicado el 30 noviembre 2016 por Benjamín Recacha García @brecacha
III Congreso de EscritoresAtendiendo atentamente a la exposición de Ramón Alcaraz.   Foto: Área Norte

Ha pasado un mes y aún me queda mucho que contar sobre el III Congreso de Escritores de la Asociación de Escritores Noveles (AEN). Hoy me voy a centrar en el taller que condujo el profesor de escritura creativa Ramón Alcaraz, responsable del taller literario on line y editorial El desván de la memoria. Os he hablado de él en crónicas anteriores, puesto que fue uno de los integrantes de la mesa redonda que moderé.

La sesión que ofreció en Gijón a una audiencia ávida de consejos la dedicó a los errores que no debemos cometer al escribir relato o novela. Resultó muy interesante. Varios de los asistentes eran o habían sido alumnos suyos, y no pocos han conseguido contratos editoriales y premios, de manera que parece claro que Ramón sabe de lo que habla.

Voy a hacer un repaso a lo que dijo, y paralelamente trataré de realizar un ejercicio de honestidad creativa comparando sus consejos con mi forma de escribir. A ver cuántos de los errores cometo…

No me cansaré de repetir que el Congreso de Escritores fue una experiencia magnífica, un cursillo acelerado y muy concentrado de todo lo que un autor debe conocer para remar en el mercado editorial. Muchas de las cosas allí tratadas ya las sabía o las sospechaba, pero es bueno que gente con tanto recorrido ratifique las impresiones de uno.

Otras muchas son de sentido común, pero, como decía alguien, no es el más común de los sentidos, así que está bien que de vez en cuando nos recuerden que el camino acertado es a menudo el más fácil. Los atajos y desvíos extraños suelen conducir a ninguna parte.

Ramón es un militante convencido del club Jamásterindas, cuyo lema principal es «trabaja, trabaja, trabaja». Es decir, «escribe, escribe, escribe».

La cita con la que abrió el taller lo dice todo: «Un escritor profesional es un aficionado que no se rinde». Supongo que la reflexión habrá visitado el cerebro de un buen número de escritores, pero se la adjudican a Richard Bach, autor de Juan Salvador Gaviota. Recuerdo el librito en casa de mis padres, y tengo un vago recuerdo de mi madre leyéndomelo antes de dormir.

Ramón Alcaraz apuntó algunos de los miedos que asolan al autor novel, como el de reconocerse escritor, lo que lleva a la «doble soledad de la escritura»: el acto solitario de escribir y la incomprensión del entorno, o el miedo a ella. «Lo bueno de escribir es escribir», destacó el profesor, con lo que no vale la pena agobiarse por lo que vendrá después. Yo comparto esa idea de que escribimos porque nos gusta hacerlo, porque es la forma como mejor nos expresamos; no lo hacemos (o no deberíamos hacerlo) pensando en el qué dirán, con la timidez o el temor a no estar a la altura.

En este punto, justo antes de empezar a enumerar los errores que no deberíamos cometer, Ramón planteó un dilema: «¿Genialidad o trabajo?». Fui de los pocos que eligió genialidad, entendiéndola como la facilidad para tener buenas ideas y expresarlas de manera única. Es obvio que sin trabajo no hay nada que hacer, por muy genial que sea uno. Y aunque se pueda aprender a escribir, incluso a hacerlo bien, desde mi punto de vista el genio (el talento, o llámesele como se quiera) es lo que marca la diferencia.

Vamos con los errores.

No diferenciar las fases de que se compone el proceso creativo: ideas, estructura y forma, y ponerse directamente con la forma. Es decir, ponerse a escribir sin haber consolidado la idea ni cómo estructurar el relato. Es aquello de dejarnos llevar por la inspiración… hasta que se agota. Si no partimos de una base sólida, difícilmente construiremos algo consistente.

Debo confesar que con mi primera novela, El viaje de Pau, pequé un poco de ello. Aunque tenía muy claros el punto de partida, el hilo principal y el desenlace, al ponerme a escribir a menudo me dejaba llevar, de manera que fueron surgiendo personajes y tramas secundarias que en algunos momentos me dificultaron el avance de la historia.

Aún a veces me siento tentado de lanzarme a crear a partir de una chispa, y en alguna ocasión lo hago, pero ahora ya no es por desconocimiento o el ansia de ver acabado el relato (otro error habitual, del que también habló Ramón), sino casi como un juego. Por ejemplo, Centrifugando recuerdos, la novela que voy publicando por entregas en ‘Salto al reverso’, es resultado de un chispazo. Iba a ser un relato que me sugirió una escena vivida el verano pasado, y ya llevo doce capítulos.

Ramón Alcaraz se refirió al “oficio”, la capacidad de trabajar bien la estructura para no tener que repasar lo que llevamos escrito cada vez que lo retomamos. «Con un buen trabajo de estructura, cuando está acabada la novela es cuando revisamos la forma». Reconozco que también he caído alguna vez en lo de releer veinte veces lo escrito el día anterior para cambiar una coma por aquí y una palabra por allá. Pero la verdadera causa era que no sabía cómo seguir.

La falta de conflicto narrativo, o el retraso en su aparición, es otro error común. «El conflicto no siempre surge al principio, así que hay que generar interés en el lector, un gancho», indicó el profesor de escritura. Resulta obvio, por tanto —pero leyendo según qué cosas no lo parece tanto—, que «el inicio hay que cuidarlo muchísimo». Un relato no lo podemos comenzar con una descripción de media página o explicando las rutinas de un personaje (creo yo). En una novela hay más tiempo para divagar, pero en cualquier caso, todo aquello que incluyamos debería tener un sentido.

Y aquí enlazamos con otro pecado en el que resulta fácil caer: «El lector no sabe nada que nosotros no le digamos», recordó Ramón. No podemos dar cosas por sabidas, porque el peligro de que el lector se pierda es grande. Procuro evitarlo, pero es verdad que cuando uno tiene muy interiorizado un personaje puede llegar a pensar (inconscientemente) que es capaz de comunicarse con el lector telepáticamente. Y no, no podemos, por muy mágicas que sean nuestras obras.

No leer. Para mí es EL ERROR. No hay nada más pretencioso y antipático que un escritor que sólo se lee a sí mismo cuando revisa sus textos. Soy de la opinión que la mejor escuela de escritura se encuentra en los libros, los de los grandes autores, pero también de los anónimos. Ramón Alcaraz señaló que «compartir experiencias con otros escritores nos permite avanzar».

La prisa. Otro error en el que es difícil no caer. ¿Quién no quiere ver acabada su primera “gran” obra? Y, una vez acabada, ¿quién no quiere verla publicada? A mí me pasó con El viaje de Pau. A ver, que va a parecer que no estoy satisfecho. Nada más lejos de la realidad. Estoy orgullosísimo de mi primera novela, pero eso no quita que, cuatro años después, tenga la suficiente capacidad de autocrítica (siempre la he tenido) para reconocer que debería haberme tomado más tiempo en la edición. En cuanto a la prisa por publicar, sin embargo, creo que hice bien. La autopublicación ha sido una experiencia muy enriquecedora.

Ramón Alcaraz defiende esa vía, precisamente, como antídoto a la ansiedad que genera el no ver publicada tu primera obra. Los rechazos editoriales, las no respuestas, y las opiniones negativas son los desencadenantes de otro error habitual: sucumbir a ellas. «Quedaos sólo con lo bueno», aconsejó. Yo añado: ignorad las críticas negativas sin fundamento y aprended de las hechas con buena fe.

En este apartado hay que incluir también las decepciones por no ganar certámenes literarios. «Si el relato es bueno, si no gana en uno ganará en otro», afirmó el profesor, quien apuntó la posibilidad (nada descabellada) de que la obra ganadora sea mejor que la nuestra. No es nada partidario de las teorías de la conspiración en cuanto a los concursos literarios. De hecho, los considera una vía muy factible para acabar encontrando editorial.

El ego, ese gran personaje que tan familiar suele resultar a los escritores, protagoniza otro de los errores a evitar: no controlarlo, tanto por exceso de confianza como por exceso de autocrítica. Creo que hay que aprender a relativizar. Ramón aconseja escalar los retos para ayudarnos a evolucionar. No empezar con el objetivo de que nos publique Planeta ni de ganar el ídem, sino, básicamente, ser razonable.

En mi opinión, la cosa es muy simple: cada uno de nosotros somos sólo uno más entre un montón de escritores, la mayoría de los cuales escriben, cuanto menos, igual de bien. No vale la pena, pues, ni tener prisa ni magnificar los “fracasos”. Lo importante, lo que verdaderamente dará la medida de nuestras posibilidades, es lo bien que hagamos nuestro trabajo. Y para ello hay que evitar, por ejemplo, otro gran error: «No romper, no tirar y no borrar». Yo suelo tenerle bastante cariño a todo lo que escribo, pero con el tiempo he ido descubriendo los beneficios de “la tijera”.

Los resultados llegarán, antes o después. Como dice Ramón, y comparto plenamente, «no hay meta». La meta es «disfrutar del camino».


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