Uno de los momentos “estelares” del III Congreso de Escritores, organizado por la Asociación de Escritores Noveles (AEN), fue la mesa redonda que, bajo el título ‘De la historia a la novela histórica. ¿Equilibrio, ficción o realidad?’, reunió a José Luis Corral, Toti Martínez de Lezea y Antonio Garrido, tres autores consagrados, que se ganan la vida con sus obras y que dejaron un buenísimo sabor de boca entre quienes aspiramos a conseguir algo parecido en un futuro indefinido.
Ya me he referido a ellos, a las sabrosísimas charlas en que tuve la suerte de participar, en crónicas anteriores. En ésta me centraré en el contenido de la mesa redonda, que también tuvo momentos muy jugosos, y que estuvo moderada de manera muy acertada por el escritor y amigo Adrián Martín Ceregido.
Voy a ser muy sintético en la presentación de los ponentes, entre otras cosas porque si me pongo a detallar la trayectoria de cada uno de ellos me va a quedar un texto interminable.
Diré que José Luis Corral es catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza y autor de una veintena de novelas (este año ha publicado con Planeta Los Austrias. El vuelo del águila), además de varias obras historiográficas.
Toti Martínez de Lezea es una de las autoras vascas más prolíficas y reconocidas entre los lectores, con medio centenar de obras publicadas, entre novelas (Tierra de leche y miel es la última, recién salida del horno de la mano de erein, su editorial de confianza), cuentos infantiles, novelas juveniles y libros de historia, mitología y ensayos.
La trayectoria de Antonio Garrido ya la glosé en la crónica anterior. Con sólo tres novelas se ha convertido en uno de los autores españoles de más éxito. La más reciente es El último paraíso, ganadora del Premio Fernando Lara y publicada por Planeta.
Vayamos con la charla.
Parece ser que la novela histórica no goza de muy buena prensa entre la erudición literaria, esa especie de tribunal etéreo que, como en otros ámbitos de la vida, se encarga de determinar qué es literatura de primera y qué no pasa de simple entretenimiento sin valor intelectual. En otros ámbitos de la vida esos tribunales también etiquetan. De hecho, los humanos nos pasamos la existencia etiquetando y etiquetándonos, haciendo méritos y deméritos para ganar y perder etiquetas.
Algo parecido sucede con las obras de terror, por ejemplo. Así, según el criterio erudito, Stephen King no es un buen escritor. Una vez me encharqué en una discusión en Facebook con “puristas” que despreciaban la obra de Ken Follet. Sospecho que lo que pasa en realidad tiene bastante que ver con la envidia, de manera que todo libro que trascienda el exclusivo círculo de la excelencia intelectual, es decir, que se venda bien, automáticamente pierde la etiqueta de “buena literatura”.
Y resulta que la novela histórica es bastante popular. Vamos, que tiene lectores. Aun así, en opinión de José Luis Corral, «son los más exigentes». Lo cual significa que no se tragan cualquier cosa que incluya en el título palabras como “cruzados”, “templarios” o “cáliz”. «La novela histórica debe ser verosímil y captar el ambiente de una época». Siendo catedrático de Historia Medieval, una de las cosas que empujó a José Luis Corral a escribir novelas, además de manuales y ensayos históricos, fue el deseo de hacer llegar la historia a un público que, en principio, no suele estar demasiado interesado en lo que pasó. «A través de la novela divulgo la historia, que de otra manera no se lee, y trato de desmontar falsos mitos». La Edad Media, por ejemplo, época en la que es especialista, ha llegado a nuestros días cargada de estereotipos y connotaciones negativas, pero «que sepamos, la época más bárbara de la historia es el siglo XX».
Antonio Garrido y Toti Martínez de Lezea también coinciden en la importancia de la verosimilitud. «En ocasiones la verdad puede no ser verosímil, y para la lectura es mejor la verosimilitud, lo que no nos saca de la novela», señala el autor jienense. Así, un hecho, por muy constatado que esté, si resulta inverosímil, mejor no incluirlo en la novela. En cualquier caso, «la historia no es el pasado, sino lo que nos han contado los historiadores que pasó», advierte Corral, muy crítico con el uso, siempre interesado, que se hace de ella: «Es una arma ideológica formidable. Hay muchas historias en el pasado. Cada historiador cuenta su verdad y cada político, su mentira».
La autora alavesa recuerda que «los cronistas escribían la historia basándose en las figuras destacadas. El pueblo no aparecía». Ese es uno de los motivos que la llevan a escribir sobre los personajes anónimos, a crear ficción protagonizada por quienes no aparecen en las crónicas, situándolos en contextos históricos reales.
En esa misma línea se pronuncia Antonio Garrido. «Los héroes a menudo no son los que nos cuenta la historia, sino los personajes anónimos», con quienes los lectores nos identificamos de forma más natural, pues tienen preocupaciones y alegrías más parecidas a las nuestras que los reyes, caballeros, princesas y nobles que protagonizan las crónicas.
La cuestión es que si las obras deben ser verosímiles y, por tanto, no incurrir en incongruencias históricas, pero resulta que los personajes que interesan no aparecen en las crónicas oficiales, ¿a qué fuentes puede recurrir el autor? Toti Martínez lo apunta: «Esas historias anónimas también nos las han contado. Aparecen en juicios, leyes, pinturas…»
José Luis Corral abunda en la manipulación que el poder ejerce sobre la historia oficial con el objetivo de justificarse. Así, «hay historiadores, políticos y periodistas que hacen un uso ideológico de la historia para justificar sus posiciones actuales». El uso extemporáneo de la idea de España, por ejemplo, sería una de las manipulaciones más flagrantes y recurrentes. Los nacionalismos son, en opinión del historiador aragonés, maestros en el uso de la manipulación histórica.
Los tres autores coinciden en la satisfacción que les produce crear obras a partir de un trabajo concienzudo de preparación. «Busco temas que no estén manidos y puedan resultar interesantes, y procuro incluir tres ingredientes imprescindibles en toda novela: sangre, sudor y sexo», resume Garrido.
Para terminar, un consejo para quienes empiezan de escritora consagrada que se inició en el mundo literario a punto de cumplir los cincuenta: «Hay que prepararse, escribir mucho y no encallarse en buscar la frase perfecta. Ya habrá tiempo de corregir cuando hayamos acabado».
El último paraíso (2015, Planeta)
Stalin planeaba la construcción de la mayor fábrica automovilística del mundo, la Autozavod, a imagen de la Ford, y prometió trabajo, protección social e igualdad a cuantos camaradas americanos decidieran embarcarse en la aventura soviética.
Jack Beilis era el prototípico producto feliz del sueño americano. Un exitoso empleado de la Ford que disfrutaba de los lujos de una sociedad en la que se premiaba el esfuerzo y la capacidad de superación… hasta que la crisis le arrebató todo lo que había logrado.
Un viejo amigo, activista atraído por las ideas comunistas, se cruza entonces en su camino, y la concatenación de sucesos les lleva a emprender el viaje.
A partir de ese momento la vida de Jack Beilis será golpeada por nuevas realidades, ideas, personas, oportunidades, traiciones, amistades y, cómo no, por el amor, que llega de la forma más inesperada.
El paraíso soviético es en realidad más parecido a una pesadilla, aunque no peor que en la que estaban inmersos antes de partir. Pero incluso en una pesadilla hay lugar para la esperanza y para el aprendizaje humano.
El último paraíso explica la grandiosa aventura de un hombre que se resiste a aceptar sus circunstancias, un superviviente que pone en juego todo su ingenio para renacer de las cenizas y que es capaz de vencer a los prejuicios para aprender. ¿Qué es la vida, sino una oportunidad continua de aprendizaje?
Es la primera obra que leo de Antonio Garrido, y me ha dejado un buen poso. El autor de Linares domina el ritmo narrativo, sabe dotar a los personajes del atractivo y los contrastes necesarios para captar el interés del lector, y en el curso de la trama va dejando siempre una puerta abierta a la curiosidad, con las gotas justas de sorpresa para evitar ser predecible, pero sin caer en ningún momento en la inverosimilitud.
Una lectura muy interesante, agradable, trepidante por momentos y reflexiva en otros. Absolutamente recomendable.
y todos callaron (2015, erein)
Yo escribí El viaje de Pau como homenaje a una tierra que amo, el Pirineo Aragonés. A Toti se le nota que adora su Álava natal, y contagia su entusiasmo por ella. Tengo la suerte de conocer algunos de los escenarios donde localiza la acción de y todos callaron, y comparto plenamente ese entusiasmo.
Pero el motivo principal que me llevó a escribir El viaje de Pau fue otro. Lo descubrí durante el proceso de preparación. Quise acercar a los posibles lectores una realidad silenciada, ignorada por buena parte de la ciudadanía y, por qué no, poner mi granito de arena a la sensibilización sobre un tema, el olvido de las víctimas del franquismo, que durante demasiado tiempo ha resultado muy impopular. «Qué palo, otro libro sobre la Guerra Civil». Sí, ése ha sido el pensamiento reinante en buena parte de la sociedad.
En cualquier caso, El viaje de Pau no es un libro sobre la Guerra Civil, como tampoco lo es la novela de Toti Martínez de Lezea.
y todos callaron es una historia sobre los silencios, tantos silencios que se han perdido para siempre conforme han ido muriendo quienes los custodiaban, atenazados por el miedo. Un miedo que se instala en los huesos, en lo más profundo de cada ser, marcando vidas enteras.
Este país no ha superado la sangrienta represión franquista, y no lo hará mientras no se reconozca el dolor de las víctimas y su derecho a hablar, a desterrar esos silencios que corroen el alma.
Jon Martínez, el detective de medio pelo que protagoniza y todos callaron, es uno de tantos para quienes lo que pasó durante el franquismo forma parte de las batallitas del abuelo. Ni se plantea a cuántos de quienes se cruza a diario esas batallitas les siguen marcando la existencia a fuego, así que cuando acepta el encargo de buscar al heredero desconocido de Amelia Zabaleta, un hijo de cuya existencia nadie en la familia tenía noticia, no imagina cómo va a cambiar su vida y su percepción sobre una realidad que ignora silencios clamorosos.
La novela se lee en un abrir y cerrar de ojos. La historia avanza sobre todo a base de diálogos muy ágiles que van desgranando la información necesaria para acabar cerrando el misterio sin dejar cabos sueltos.
Pese a lo trágico del tema que aborda, la autora no cae en el drama ni en el chantaje emocional. Sería fácil buscar la lágrima del lector, pero no se recrea en la tragedia. Al contrario, los personajes que van deshaciendo los silencios transmiten la sensación de alivio, de sentirse agradecidos por ser escuchados. Y creo que ahí reside uno de los puntos fuertes de la obra, ese homenaje más o menos implícito a nuestros mayores, quienes han soportado durante tanto tiempo una carga tan pesada y, sin embargo, huyen del rencor; simplemente quieren ser escuchados.
Me gusta la naturalidad con que está escrita, la forma en que se relacionan los personajes (la bonita y sencilla relación entre Jon y Edurne, por ejemplo, que surge de la necesidad natural de cariño, de calor humano, en la fría invernal Vitoria), y me gustan sobre todo los secundarios, los que desde sus muchas décadas de existencia, por fin hablan para quienes desean escuchar lo que tienen que contar.
Y un último apunte: la edición en papel es exquisita.