Los días de lluvia son los preferidos de Daniel Baroni. Cepilla con esmero el esmoquin roído, se viste ansioso, toma la caja de cartón con su tesoro y sale a la calle. Su cara reluce bajo el aguacero, mientras sortea figuras grises, rumbo a la estación del metro. Dentro del hall, al pie de la escalera, desenvaina la batuta descolorida y se dispone a dirigir la orquesta. Los primeros instrumentos que hace entrar son las gotas que caen en los baldes de los escalones. Sus manos llevan el compás y dan paso a las finas goteras que repican sobre la baranda metálica. Al final, entran las que suenan contra los acrílicos. Manso en algunos pasajes, en otros enérgico y vehemente, llena el lugar con música y se dibujan círculos de público a su alrededor. Cuando finaliza el concierto, su reverencia es acompañada por el aplauso burlón de los curiosos. Algunos le arrojan monedas antes de marcharse.
© Sergio Cossa 2012
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