¿Somos fiables a la hora de evaluarnos a nosotros mismos?. Sabiendo que tenemos toda la información acerca de cada uno de nuestros actos y habilidades, ¿quién mejor que nosotros para valorar el resultado de cada una de nuestras acciones?.
Peter Borkenau y Anette Liebler, psicólogos de la Universidad de Bielefeld en Alemania, se plantearon estas mismas preguntas que yo me hago ahora y decidieron diseñar un experimento que arrojase luz a estas cuestiones. Para ello, seleccionaron a una persona totalmente desconocida a la que le hacían leer un informe meteorológico durante un minuto y medio. Por otro lado, había una serie de personas observando cómo leía este individuo. Una vez finalizada la presentación del informe, el lector abandonaba la sala sin mediar palabra con el resto de participantes en el experimento. Al público se le pedía que tratasen de predecir cuál era el coeficiente intelectual de quien había leído el informe. Éstos consideraban la actividad realmente compleja ya que en tan poco tiempo carecían de la información suficiente para dar una respuesta adecuada. Pero obligados a ello, cada uno de los espectadores apuntaba una posible puntuación en referencia al coeficiente intelectual del disertador.
En paralelo también se le pedía a quien había leído el informe que calculase cuál era su coeficiente intelectual. El resultado mostró que los evaluadores anónimos eran un 66% más exactos que la propia persona a la hora de puntuarse. Conclusión: somos bastante malos a la hora de autoevaluarnos!!!.
La autoevaluación requiere interpretación y quizás ese sea el punto donde comienza lo tendencioso del asunto. Los psicólogos le llaman ilusiones positivas y afirman que nuestros cerebros son verdaderas fábricas de este tipo de ilusiones: sólo el 2% de los universitarios cree que sus habilidades de liderazgo están por debajo de la media, el 94% de los profesores universitarios creen que su trabajo como docentes está por encima de la media, la gente cree que tiene menos riego a sufrir un ataque al corazón o un cáncer que las personas con las que convive, y lo que todavía es más llamativo, la inmensa mayoría cree que es mucho más hábil que los que le rodean a la hora de autoevaluarse.
¿Cómo puede ser que incluso los compañeros de habitación, en el caso de estudiantes universitarios, sean más exactos a la hora de predecir la duración de las relaciones románticas que los propios protagonistas de las mismas?.
Realmente esta estrategia positivista sobre nosotros mismos responde al propósito de empujarnos a la acción, de animarnos para actuar, de proveer la autoestima suficiente para sobrevivir en un mundo en el que muchas veces la realidad es tan cruel que resultaría complicado levantarse de la cama. Pero como todo en la vida, cada cara tiene su cruz, y en este caso, la cruz de esa sobrevaloración de nosotros mismos y todo lo que nos acompaña se traduce en el status quo, en la quietud como estado natural, un estado que nos protege de perder lo que tanto nos ha costado conseguir. Cuando sobrevaloramos nuestra salud no la cuidamos, cuando sobrevaloramos la calidad de nuestras relaciones las descuidamos, cuando sobrevaloramos nuestra capacidades intelectuales nos acomodamos porque total, como ya lo sabemos todo, qué más vamos a hacer. Pues para empezar, podemos preguntar y escuchar de manera sincera a los que nos rodean, porque visto lo visto, seguramente ellos tenga parte de la clave que esconde nuestra realidad.