Tropiezo y acabo como un portero tras un gol, estirado como esperando que un policía me pase el spray blanco alrededor de mi silueta, mis brazos extendidos y si me miras pensando que estoy de pie, parece que celebro lo que el goleiro desespera.
A pesar de mi edad y mis desperfectos, todavía mi inestabilidad no es perceptible, ni quiero imaginar ha sido la causa. La busco entre los detalles de la madera vieja del largo pasillo. Curvas en diferentes tonos castaños que separan edades, espirales, líneas torcidas perfectamente naturales del roble que resucita cada día con inquietantes quejidos. Lamentos de la edad en el limbo.
Veo el resquicio, el origen, el abismo. Desde cerca es un acantilado de aproximadamente un milímetro, sin medirla, a ojo. Toda mi humanidad, tampoco es tanta como engañan las palabras sin 3D, derrumbada por un pequeño pliegue físico, traición en mis propios dominios. Una cicatriz oculta en la perspectiva de la belleza de lo antiguo.
Vuelvo a mirarla, paso mi mano lentamente por encima sopesando el peligro, sintiendo la tranquilidad de que mi trastabilleo no es una real vergüenza y voy aumentando su peligro en mi imaginación, haciendo una bola de unas pelusas que me he quitado del ombligo.
Las plantas de mis pies descalzos se cubren de un color resistente, apergaminado, mimetizados con las piedras y los caminos que atraviesan sin descanso. Mi cuerpo atezado por el viento que me azota con el calor del terreno rojizo. Mis cabellos densos enjaezados con una banda de cuero, pegados a mi espalda con el sudor esculpido en mis músculos tensos, expuestos al sol engarzado en el cielo azul. Mis piernas clavadas en el acantilado, mi vista fija en el horizonte, en el extremo lejano de la garganta que recorre horadando como una culebra el suelo a mis pies.
Como un gigante, como un dios, salto para alcanzar el fin, intentando lo imposible, la utopía solamente regalada a los decididos o a los marcados con un destino antes que la muerte.
Y vuelvo a caer. Desparramándome. Derritiendo mis excesos entre las tablas cuasi paralelas que ocultan millares de peligros de aproximadamente un milímetro. Además me he clavado una astilla en mis pies no tan curtidos. Una pequeña gota roja salpica el fondo de la grieta.
Un río ámbar rojizo que cimbrea mi canoa entre los rápidos….
Texto: Ignacio Alvarez Ilzarbe