Imaginando que no hay Cielo

Por Av3ntura

Un ocho de diciembre de hace cuarenta años, John Lennon moría en New York por los cinco disparos que le propinó Mark Chapman, alguien a quien podríamos definir como uno de sus admiradores o fans.

A veces ser admirado es peligroso. Estar en el punto de mira de tantas personas tan diferentes entre sí y tan imprevisibles hace que sea muy fácil decepcionarlas porque cada una de ellas espera algo distinto de esa persona que admiran. Ya sea un artista, un político, un escritor o un cualquier influencer de nuestro tiempo.

Cuando un artista como John Lennon, tras su éxito como integrante de los Beatles, decide cambiar de rumbo y explorar su sí mismo hasta los límites que lo hizo él suele conseguir dos cosas: que algunos le endiosen aún más y que otros consideren que ha perdido el juicio.

Cuarenta años después de su muerte son precisamente las canciones que compuso cuando ya no era un Beatle las que le han encumbrado, convirtiéndole en un icono del pacifismo en todo el mundo. Es imposible oír hoy Imagine y no emocionarse o no recordarle en aquella cama junto a Yoko Ono, vestido de blanco, con sus lentes redondos y el cabello largo, convirtiéndose en un mito no sólo para su generación, sino también para las que le siguieron.

John Lennon, al menos en sus últimos años, se permitió el lujo de seguir siendo un niño que se guiaba únicamente por lo que sentía. Y, como todo niño, no tuvo pelos en la lengua a la hora de defender lo que expresaba en sus canciones y en sus entrevistas. Tampoco tuvo reparos en llegar a devolverle por carta a la mismísima reina de Inglaterra la medalla que ésta le otorgó al nombrarle miembro de la Orden del Imperio Británico.  Se permitió ser él mismo en medio de un mundo que no estaba acostumbrado a tratar con personas auténticas que deciden desprenderse del miedo y de sus miserias. Y algo así puede ser considerado por muchos como el mayor acto de rebeldía posible.

Imagen de Pixabay


John acabó perdiendo la vida de la forma más inesperada e incomprensible, igual que años atrás le había ocurrido a Martin Lutther King, otro niño grande que se atrevió a soñar y al que otro desequilibrado le arrebató su sueño. Pero ambos nos dejaron sus preciados legados: sus ideas. Y las ideas no mueren por más que traten de censurarlas ni por más que otros hombres y mujeres acaben pagando con sus vidas o con su libertad por mantenerlas vivas y por transmitirlas a las generaciones venideras. Las ideas sobreviven y se expanden, dándonos alas a quienes las captamos para seguir volando en un cielo sin paraíso ni infierno, en el que continuar sembrando sueños que nos impidan derrumbarnos cada vez que la adversidad se nos planta ante las narices mostrando sus fauces más terribles.

Es muy fácil tildar de loco o de excéntrico a alguien que nos demuestra con sus actos que, aunque no se ciña en absoluto a lo convencional, ha conseguido ser feliz. De hecho, que sean felices es lo que continuamente les deseamos a las personas que decimos que queremos, pero tal vez sin perder la esperanza de que todo se quede como está y no lo logren. Porque ser felices, en el fondo, nos da miedo. Las grandes palabras como la FELICIDAD, el AMOR, la PAZ o la LIBERTAD siempre inspiran cierto respeto, porque nos obligan a replantearnos demasiadas cosas a las que ya nos hemos acostumbrado. Nos cuesta tanto salir de nuestra zona de confort, que acabamos renunciando a la posibilidad de ser mejores sólo por no tomarnos la molestia de hacer el ejercicio de levantarnos y probarlo.

Si, para ser felices, enamorarnos de verdad, sentirnos en paz y creernos libres optamos por la vía de dejar de creer en dioses que nunca hemos visto y cuestionar la importancia que le damos a instituciones como la monarquía, entonces no es difícil que utilicen nuestros nombres para encabezar con ellos una lista de personas non gratas. Por blasfemas e insubordinadas. Aunque, en el fondo, nos envidien por demostrar la osadía a la que ellos nunca reconocerán no atreverse.

John Lennon estuvo en el punto de mira porque su fama le impedía ser el hombre anónimo que, en el fondo, quizá en algún momento habría deseado ser. Por ello sus “excentricidades” eran de dominio público, por ello le admiraron tanto como le detractaron. Pero, cualquier persona que no sea conocida, puede permitirse el mismo lujo que se permitió él, simplemente atreviéndose a ser ella misma. A no encorsetarse en convicciones que le han sido impuestas, si en verdad no las entiende.

Muchas de las cosas que hemos hecho a lo largo de nuestra vida, si lo pensamos detenidamente, advertiremos que no las hemos decidido nosotros o, por lo menos, no lo hemos hecho conscientemente. Puesto que nuestro entorno familiar, académico y profesional acaba moldeándonos de determinada manera y guiándonos de forma subliminal hacia determinados caminos que decidimos tomar alegremente, sin pararnos a pensar demasiado en las consecuencias de nuestros actos. Porque en la adolescencia o en la primera juventud, casi todos cometemos el error de tener demasiada prisa por vivir, sin detenernos a degustar los momentos que vivimos, porque creemos que lo que está por venir siempre va a ser mejor.

Uno de los mensajes que se desprenden de las últimas canciones de Lennon es que debemos darle más importancia al presente, porque en verdad es lo único que tenemos.


Olvidémonos de cielos y de infiernos que sólo nos han servido durante milenios para alimentar los peores instintos humanos. Para segar vidas sin otro sentido que el de acabar con supuestos “infieles”, para destrozar mundos terrenales de tantísimas personas que lo han acabado perdiendo todo sólo por el hecho de estar en el momento y el lugar equivocados, para sembrar el miedo a ser felices y a ser libres en las mentes de las personas que sólo poseen la riqueza de la esperanza.

No permitamos que esas promesas de alcanzar el cielo ni esas amenazas de ser arrojados a las llamas del infierno nos impidan ser quienes somos ni sentir lo que sentimos. No hay más cielo que el que somos capaces de crear entre todos cuando conseguimos ponernos de acuerdo para hacer grandes o pequeñas cosas que le acaban alegrando el día a alguien a quien queremos. Ese abrazo de la persona amada al despertar, esa comida en cuya preparación invertimos tanto mimo, esos colores del amanecer o del atardecer capaces de inundarnos de paz, esas miradas que lo dicen todo sin necesidad de recurrir a las palabras, esas risas infantiles que dibujan arcoíris invisibles sobre nuestras cabezas cuando cruzamos un parque, esa gratitud reflejada en un rostro que nos mira cuando le hemos dedicado unas palabras amables o esa esperanza constante que somos capaces de mantener ante las adversidades que nos vigilan a corta distancia, son ejemplos del único cielo que debería darle sentido a nuestras vidas.

En cuanto al infierno… nada puede ser más terrible después de la muerte que los infiernos que hemos sido capaces de crear los humanos en vida. ¿Qué puede haber más terrible que ver morir a las personas que más quieres por las bombas, los disparos, las violaciones o el hambre que les propinan otras personas que están a sueldo de un gobierno o de una corona que representa a un país enemigo o al propio país? ¿Qué puede haber más infernal que un ataque terrorista contra inocentes que pasean por una calle tranquilamente, o trabajan en un rascacielos o compran en un mercado? ¿Qué puede haber más dramático que amargarse la vida temiendo el qué dirán si descubren cómo somos realmente? ¿Necesitamos temer otro infierno después de ser testigos directos o indirectos de tanta inhumanidad?

Aprendamos a vivir en el hoy y a centrarnos en el ahora, porque son nuestra única realidad. Mañana sólo es una posibilidad y dejar de hacer algo ahora confiando en hacerla mañana es arriesgarnos a no llegar a tiempo.

A veces pensamos que vamos a estar siempre aquí, que vendrán días mejores y que hemos de esperar mejores ocasiones para tomar determinadas decisiones. Nos equivocamos y, así, sin darnos cuenta, despreciamos demasiada vida y, antes de que seamos capaces de advertirlo, nos acabamos sintiendo demasiado viejos para hacer muchas de las cosas que aún no hemos hecho.

Si de verdad en algún momento hemos admirado a Lennon o a cualquier otro soñador, atrevámonos a imaginar siquiera lo que él se atrevió a vivir: Un mundo sin necesidad de cielos ni infiernos, sin miedos, sin fronteras, sin guerras estúpidas, sin religiones que nos atormenten, sin nadie que pase hambre, sin nadie que tenga que morir por defender la libertad.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749