Este año no ha podido finalizar de la manera más trágica en la zona del levante español y es que las cifras no pueden ser más escalofriantes tra las última Dana: millones de euros en pérdidas, decenas de municipios afectados, cientos de heridos y más de 220 personas muertas. A ello se le ha de sumar el daño psicológico que ha causado a cientos de familias que tardarán años en recuperar la normalidad. Pero lo que parece increíble es que, en las puertas del segundo cuarto del siglo XXI, un país desarrollado (quizá deberíamos redefinir el término “desarrollado”) como España pueda sufrir una tragedia en la que es imposible determinar el alcance económico y moral, y que ha marcado para siempre tantas vidas. Yo, como valenciano que soy, me he roto el alma ver todo el sufrimiento que han tenido que vivir tantos valencianos y rendiré, como no podía ser de otra forma, este post como homenaje a todos ellos.
Lo que está claro es que el cambio climático está aquí, está impactando de manera cruel y los efectos se hacen notar cada vez más en cualquier territorio de nuestro enfermo planeta azul. Quizá es el momento de dejar de escuchar los negacionistas que se mueven por intereses egoístas, partidistas de las grandes lobbies de la industria petrolera. Es momento de tomar acción, de reajustarnos y actualizarnos a la nueva realidad que nos está afectado desde hace tiempo y que será quizá más grave en los próximos años.
Pero que podemos hacer para intentar salvarnos ante las catástrofes venideras. Los ambientólogos sabemos que hay soluciones más allá de construir presas, y estas soluciones son las de la renaturalización de los márgenes de rivera de los ríos. El desastre de las inundaciones tiene varias variables una es la cantidad del agua del rio, la velocidad y los sedimentos que estos arrastran, que son sin lugar alguna los dos factores destructivos que han causado tanto daño en las pasadas inundaciones.
El primer factor, la velocidad del río se puede reducir de muchas formas pero hay una que sin lugar a dudas serviría para mitigar el impacto. Esta solución pasa por intentar frenar el caudal regenerando los márgenes de rivera, haciendo que las raíces de los árboles y matorrales puedan frenar la velocidad. Se trata que el paisaje absorba la mayor cantidad de agua en el momento de las lluvias torrenciales. Destruir la vegetación de los márgenes de los ríos o las colinas colindantes para convertirlos en “playas interiores” es sin duda alguna contraproducente. Debemos mejorar la reforestación. Con ello también conseguimos enfriar el planeta pues cuanta más verde tengamos, mayor es la absorción de dióxido de carbono.
Otra solución para ralentizar la fuerza de la corriente de agua sería utilizar barreras naturales, como piedras o troncos, que a imitación, en esta última, de lo que hacen los castores, frenaría la fuerza del agua. Existen maneras técnicas y artificiales de frenar la velocidad como los sacos de arena, pero sin lugar a dudas y paisajísticamente más natural el incorporar troncos sería la manera más correcta y de menor impacto visual.
Tan destructivo como el anterior son los sedimentos transportados, los lodos, si no hay vegetación, el agua torrencial llega a la corriente arrastrando todo lo que lleva a su paso. No sólo estaríamos hablando de barro si no también plásticos, cartones y demás basuraleza que encuentra a su paso el agua en su camino hacia el rio. Este sedimento destruye y erosiona a su vez el rio dejando a su paso más destrucción. Por ello no sólo deberíamos de repoblar los márgenes del rio, sino también evitar la segregación de residuos por doquier en su entorno.
Otro de los aspectos que se debería de tener en cuenta es el tratar de devolver el aspecto natural de los ríos, con sus meandros naturales que frenarían la velocidad al incrementar la pérdida de carga del agua.
El incremento de la biodiversidad del paisaje también frena el avance del agua pues en cierta manera más agua se absorbe, pues la necesitan para su supervivencia. El incremento de los hábitats de agua dulce con vida, traería en sí un mayor equilibrio natural en todos los sentidos.
Por último no debemos olvidar las ciudades. Si bien es cierto que las poblaciones afectadas en la Dana eran sobre todo casas bajas, podríamos pensar que el efecto devastador en las ciudades pasaría bastante desapercibido, lo cual es del todo erróneo. Las ciudades del futuro han de estar preparadas para frenar el posible efecto adverso de inundaciones. Deberían de contar con anillos verdes para absorber posibles crecidas de los ríos que estuvieran próximos a ellos. Estos proyectos de “ciudades esponja”, tratarían de absorber el agua y creer más en las zonas verdes que en el asfalto y el acero. Además, esta apuesta ganadora por lo verde traería, como ya apuntaba anteriormente una reducción de los gases efecto invernadero, pues el verde sería un sumidero para ellos.
Creer en la destrucción de los ríos para construir en la proximidad de ellos sin tener en cuenta ningún plan de desarrollo sostenible, saludable y seguro, debería de desterrarse de la mente de cualquier urbanista y arquitecto. Debemos cambiar el paradigma imperante hasta el momento de buscar construir en zonas inundables, atrayendo a los compradores con áreas verdes, sin tener en cuenta en las consecuencias de tanta destrucción de las zonas verdes traería consigo.
La actuación de los gobiernos ha de ser diferente ante la nueva situación que se nos presentará y que será cada vez más impredecible. Es el momento de guiarnos por la lógica y la coherencia de nuestras maneras de construir, por ejemplo. No se pueden repetir errores del pasado en el que se edificaba sobre terrenos próximos a zonas inundables (léase barranco del Poyo). Pero sobre todo, se han de establecer mecanismos de alerta meteorológica más eficaces y rápidas con objeto de salvar lo más valioso en esos casos, las vidas humanas. Estamos en la era digital, de las comunicaciones instantáneas, y no se explica cómo la población pudo no estar alertada y a salvo muchas horas antes que pasara toda la inundación. Aún nos preguntamos cómo podía haber personas en sus trabajos y gente comprando en los comercios cuando todo se desbordó, literalmente hablando. Sin lugar a dudas, y sin valor el color político de los gobiernos que nos rigen, los valencianos han sido los que han sufrido los errores de gestión de algunos ante esta crisis.
Sirva este post como un sincero homenaje a todos los que han ayudado en la tragedia ocurrida en Valencia este pasado octubre, los miles voluntarios que acudieron desinteresadamente a las zonas afectadas, los efectivos de la UME, fuerzas de seguridad, personal sanitario, bomberos nacionales e internacionales, todos los afectados y un largo etcétera. Pero sobre todo sirva para recordar a todos aquellos que han perdido la vida engullidos por el lodo de la codicia, la inacción política y el negacionismo climático.
[Foto: Fotografía de Paiporta, población más afectada. Derechos de uso Creative Common CC siendo el autor Enkantari]