Imperialismo en el XIX y avances tecnológicos

Por Vicented @Elcineesnuestro

El Imperio Británico a finales del XIX

Durante todo el siglo XIX, las grandes potencias europeas llevaron a cabo una política exterior consistente en la dominación del continente africano y gran parte de Asia, sobretodo el Indostán, y la explotación de sus recursos. Entre estas potencias, tuvo un papel protagonista Gran Bretaña, alcanzando sus tentáculos a todos los continentes: en América colonizó, entre otras,  Guyana, Jamaica o Canadá, en África Nigeria, Sudáfrica o Egipto, en Asia poseyó India, Yemen o Birmania y por último, alcanzó Oceanía controlando Nueva Zelanda y Australia. Francia, Rusia, Bélgica y Holanda también jugaron un papel importante y, en menor medida, España, con un imperio en decadencia, Japón y Suecia.
Este imperialismo decimonónico, no tendría su razón de ser si no fuera por los avances tecnológicos que se produjeron durante esos cien años, que permitieron a los gobiernos de las potencias europeas controlar territorios y poblaciones por todo el mundo con el fin satisfacer sus pretensiones económicas. Dichos avances estarían representados en los barcos de vapor y el uso profiláctico de la quinina, que resultaron vitales para el imperialismo en un periodo inicial de penetración en territorios prácticamente vírgenes para el hombre europeo, permitiéndole salvar accidentes geográficos y protegerle de enfermedades mortales respectivamente. En una segunda fase de conquista, aparecen las armas de fuego mejoradas,  como los rifles y las ametralladoras, que evidenciaron su superioridad tecnológica  frente a aquellos que rechazaban la intrusión europea en sus territorios y, por último, en una tercera fase de consolidación del poder europeo, incluiríamos el Canal de Suez, los cables telegráficos submarinos, las líneas comerciales de barcos de vapor y el ferrocarril, que permitieron un acortamiento de los plazos en las relaciones comerciales y mayor rapidez en la transmisión de información, resultando indispensables para controlar y explotar lugares ubicados a miles de kilómetros de la metrópolis.
El barco de vapor

Ilustración del Clermont, 1807.

El primer barco de vapor fue construido por Robert Fulton en Estados Unidos  el año 1807, siendo bautizado como Clermont, para navegar el río Hudson entre New York y Albany. Los estadounidenses poseían vastas extensiones de tierras sin caminos con los que comunicarse, pero con ríos largos y caudalosos que aprovechar, por lo que el barco de vapor fue recibido con gran interés. Mientras tanto, en Europa no se acogieron con el mismo entusiasmo: las vías de comunicación eran abundantes y la cantidad de carbón que consumían los primeros barcos de vapor los hacía poco rentables. Tras asentarse la navegación de los vapores por vía fluvial, las grandes empresas relacionadas con las comunicaciones se interesaron con la navegación transoceánica. Los dos primeros vapores que cruzaron el océano Atlántico fueron el Sirius y el Great Western en 1838 y, tan sólo dos años después se inició un servicio regular de barcos de vapor a través del Atlántico que ofrecía al público una alternativa a los barcos de vela. Por otra parte, la navegación hacia la India fue un asunto de gran trascendencia para el gobierno británico y la Compañía Británica de las Indias Orientales. La ruta más frecuentada por los barcos mercantes británicos hacia la India se dirigía hacia el sur hasta doblar el cabo de Buena Esperanza en África y  de ahí hasta la India. A pesar de ser la ruta más segura, también era la más larga, pero la llegada del barco de vapor hizo que se plantearan otras rutas alternativas, mucho más reducidas. Los precursores que abrieron una nueva ruta a través del mar Rojo y el mar Arábigo fuero los vapores Enterprize en 1822 y Hugh Lindsay en 1823. Mientras que el primero fracasó, al tardar casi el mismo tiempo que un barco de vela, el segundo consiguió llegar desde Bombay a Londres en cincuenta y nueve días, casi la mitad de tiempo. De esta manera, la Compañía introdujo en la ruta del mar Rojo un servicio a vapor para pasajeros y correo, a la que se unió el capital privado en 1842, con la empresa Peninsular Steam Navigation Company. 
La quinina.

Cultivos de quina en Java (Indonesia), 1900.

La penetración de los europeos en África siempre tuvo como principal obstáculo a la malaria. En 1832, el británico Macgregor Laird penetró  a través del río Níger con 48 expedicionarios, de los que sólo sobrevivieron nueve. La fiebre amarilla, el tifus, la disentería y, sobretodo, la malaria, hacían que las tasas de mortalidad se mantuvieran muy elevadas, por lo que cualquier gobierno europeo se mostraba reacio a llevar cualquier tipo de empresa en el continente.Los tratamientos más frecuentes para curar la malaria se basaban en sangrías, ventosas y administrar por vía oral mercurio o calomel por sus efectos purgantes, que resultaban ser, en su mayoría, un fracaso,  pero la situación cambio cuando dos químicos franceses consiguieron extraer de la quina el alcaloide de la quinina, que se mostró como un excelente método preventivo contra la enfermedad. La fabricación de la vacuna contra la malaria facilitó que se diera el colonialismo europeo en África, sin la cual hubiera resultado mucho más costoso en cuanto a recursos económicos y humanos.
Armas.  

Daniel B. Wesson, co-inventor del S&W

Las potencias europeas fueron capaces de conquistar grandes extensiones de Asia y África con pérdidas relativamente bajas. La causa de ello fue la enorme superioridad armamentística sobre los pueblos conquistados, gracias a los innovadores modelos de armas de fuego creados.A principios del siglo XIX, el arma más frecuente entre las tropas de cualquier ejército europeo era el mosquete de avancarga. Su recarga requería al menos de un minuto, por lo que las tropas se entrenaban para disparar y retroceder para recargar, y así intercambiarse con la fila de atrás. Además, en climas húmedos y con fuertes lluvias, quedaban inutilizadas, al mojarse la llave de pedernal que hacía detonar la pólvora. En 1807, el escocés Alexander Forsyth inventó la llave de percusión, fabricando un fusil que permitía disparar bajo todo tipo de condiciones climáticas. Más tarde, en Estados Unidos, Joshua Shaw introducía la pólvora en cápsulas de metal, lo que agilizaba la recarga y la protegía, más si cabe, del agua y la humedad. Sin embargo, la gran innovación vino en la manera de cargar los rifles, la retrocarga, es decir, se cargaban por la parte inferior del arma y no por la boca. El primer fusil de retrocarga fue el Dreyse, utilizado por el ejército prusiano a partir de 1841. Poco tiempo después, mejoraron los rifles de retrocarga con un nuevo ingenio: una cámara para cargar las armas con más de una bala. Los primeros rifles de repetición fueron el Smith & Wesson de 1866 y el Winchester de 1867. Por otra parte, es justo resaltar la invención de la ametralladora, utilizada por primera vez en la Guerra de Secesión Americana (1861-1865), conocida como Gatling. En 1873 y 1874, el ejército británico derrotó a los Ashanti, uno de los reinos africanos más poderosos, con una fuerza de 6.500 hombres armados con rifles de retrocarga, fusiles gatlings y piezas de artillería de gran potencia.
 El canal de Suez.

Inauguración del Canal de Suez

La construcción del Canal de Suez fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XIX, pues consiguió conectar el mar Mediterráneo con el Rojo, salvando el istmo de Suez, y evitando la antigua ruta que circunnavegaba todo el continente africano. En 1854, el pachá de Egipto, Mohamed Said, otorgó al cónsul francés Ferdinand de Lesseps el permiso para construir el canal. Lord Palmerston, Primer Ministro británico, veía con malos ojos que Francia construyese y controlase un canal de la misma importancia estratégica que el estrecho de Bósforo, por lo que su primera postura fue de oposición a su construcción. No obstante, en Gran Bretaña la industria naviera, la Compañía de las Indias Orientales y el sector comercial privado británico y anglo-indio si se mostraba a favor. Finalmente, sus obras concluyeron en 1869, y constituyó la puerta principal de las relaciones entre Asia y Europa, sirviendo más a Gran Bretaña, por sus intereses económicos en la India, que a otras potencias europeas.
El cable submarino.

Cable submarino listo para su descarga

Junto con la necesidad de acortar los plazos en el comercio entre Asia y Europa, existía el deseo de información inmediata. Para ello, se plantearon establecer una línea telegráfica que uniera a Gran Bretaña con la India. Un punto esencial en este ambicioso proyecto era establecer un cable que atravesara las profundidades del mar. Para que la conexión fuera fiable, era necesario proteger el cable telegráfico, y en 1843 se descubrió un buen material aislante conocido como gutapercha. En 1850, se consiguió unir Francia y Gran Bretaña a través del canal de la Mancha y dos años más tarde, Gran Bretaña e Irlanda. Sin embargo, no fue hasta 1864 cuando las técnicas de transmisión de señales eléctricas y la fabricación de cables mejoraron de manera notable, pudiéndose tender, por fin, un telégrafo que uniera a Gran Bretaña con Estados Unidos y, un año más tarde , con la India. El cable submarino resultó ser un gran éxito para las comunicaciones, y por ello se asistió a una extraordinaria proliferación del mismo a lo largo de la década de los setenta: de la India a Saigón y Hong Kong, de Londres a Auckland, desde Marsella a Argel… En 1902, todas las regiones del Imperio británico estaban comunicadas entre sí, y un gran número de islas esparcidas y deshabitadas de los océanos Pacífico y Atlántico, como las islas Norfolk, Sta. Elena y Cocos, adquirieron una enorme importancia, pues se convirtieron en estaciones de enlace entre la metrópolis y sus colonias.
Finamente, el Imperialismo británico se vio muy beneficiado por los avances tecnológicos dados en el siglo XIX. Las armas de fuego de retrocarga resultaron cruciales para derrotar ejércitos muy superiores en número que el británico y conocedores del terreno donde se desarrollaba la contienda. El cable submarino y el canal de Suez hicieron más competitivos a los barcos de vapor sobre los de vela. Si a todo ello le añadimos la quinina, comprobaremos que los costes materiales y humanos invertidos en la colonización de África y Asia resultaron muy bajos. Esta disminución de riesgos, impulsó a los estados europeos a convertirse en grandes imperios y beneficiarse de los recursos de otras naciones que no disponían de los avances tecnológicos para protegerse de la intrusión foránea ni para explotar dichos recursos.
Fuentes:
Colorado Castellary, Arturo. Imperialismo y Colonialismo. Ed Anaya, 1991.
Headrick, Daniel. Los instrumentos del Imperio. Tecnología e Imperialismo europeo. Ed. Alianza. 1989.