Por H. Holden Thorp
La investigación científica es un proceso social que se desarrolla a lo largo del tiempo con la contribución de muchas mentes. Pero al público se le ha enseñado que el conocimiento científico se produce cuando unos viejos blancos con vello facial se golpean en la cabeza con una manzana o salen corriendo de las bañeras gritando "¡Eureka!". No es así como funciona, y nunca lo ha sido. Los científicos trabajan en equipo y comparten sus descubrimientos con otros científicos, que a menudo no están de acuerdo, y luego los perfeccionan. A continuación, esos descubrimientos se publican en el registro científico para que otros científicos los examinen y realicen nuevos ajustes. Finalmente, las teorías se convierten en conocimiento. A lo largo de todo el proceso, estos científicos son humana y magníficamente humanos, con todas las virtudes y defectos que poseen los seres humanos. Y eso significa que quiénes son esos individuos, y los antecedentes que aportan a su trabajo, tienen una profunda influencia en la calidad del resultado final.
Reconocer que los científicos son personas se ha convertido en una idea controvertida. Para algunos, la idea de que los científicos están sujetos al error y la fragilidad humanos debilita la ciencia ante el público. Pero los científicos no deberían tener miedo de reconocer su humanidad. Los científicos siempre van a cometer errores y la verdad objetiva que dicen defender siempre va a ser revisada. Cuando esto ocurre, es comprensible que el público pierda la confianza. La solución a este problema es explicar cómo se alcanza el consenso científico y que este proceso corrige los errores humanos a largo plazo.
Se ha abierto un acalorado debate sobre si la procedencia y la identidad de los científicos modifican los resultados de la investigación. Una de las opiniones es que la verdad objetiva es absoluta y, por tanto, no está sujeta a influencias humanas. "La ciencia habla por sí sola" suele ser el mantra de este bando. Pero la historia y la filosofía de la ciencia sostienen firmemente lo contrario. Por ejemplo, Charles Darwin hizo grandes aportaciones a la idea más importante de la biología, pero su libro La descendencia del hombre contenía muchas afirmaciones incorrectas sobre la raza y el género que reflejaban su adhesión a las ideas sociales predominantes de su época. Afortunadamente, la evolución no se convirtió en conocimiento el día en que Darwin la propuso, y fue perfeccionada a lo largo de las décadas por muchos puntos de vista. Más recientemente, se descubrió que los oxímetros de pulso que miden los niveles de oxígeno en sangre no son eficaces para la piel oscura porque se desarrollaron inicialmente para pacientes blancos. Estos ejemplos -y muchos más entre medias- revelan lo mucho que queda por hacer para reforzar la comunidad científica y la comprensión pública del proceso.
Un grupo monolítico de científicos aportará a su trabajo muchas de las mismas nociones preconcebidas. En cambio, un grupo con muchos antecedentes aportará diferentes puntos de vista que disminuyen la posibilidad de que un conjunto de opiniones predominante sesgue el resultado. Esto significa que el consenso científico puede alcanzarse más rápidamente y con mayor fiabilidad. También significa que las aplicaciones e implicaciones serán más justas para todos. ¿ En qué medida supone esto una amenaza para el rigor científico y el mérito de los descubrimientos? Por desgracia, no estamos ni cerca de alcanzar estos objetivos. La ciencia ha tenido enormes problemas para crear una mano de obra que refleje el público al que sirve. Y ahora, numerosos gobiernos estatales están tratando de hacerlo más difícil, si no imposible, en las universidades públicas de sus estados, e incluso dentro de la comunidad científica, hay esfuerzos para desbaratar la idea de que importa quién hace ciencia.
Recientemente ha circulado el eslogan "confía en la ciencia". Esta formulación es desafortunada. Porque "la ciencia" en este contexto suele ser una instantánea de ideas o hechos en un momento determinado, y a menudo desde la perspectiva de un pequeño número de personas (o incluso de una sola persona). Habría sido mejor utilizar una frase como "confía en el proceso científico", que implicaría que la ciencia es lo que sabemos ahora, el producto del trabajo de muchas personas a lo largo del tiempo, y principios que han alcanzado el consenso en la comunidad científica a través de procesos establecidos de revisión por pares y divulgación transparente.
Los científicos deberían abrazar su humanidad en lugar de pretender que son un montón de autómatas que llegan instantáneamente a conclusiones perfectamente objetivas. Eso supondrá más trabajo, tanto para garantizar que la ciencia representa esa humanidad como para explicar cómo funciona todo al público. Pero a cambio, la sociedad obtendrá una ciencia mejor y más justa, y permitirá a los científicos sumergirse en el glorioso y desordenado proceso de luchar siempre por una mayor comprensión de la verdad.