Importamos nosotros

Publicado el 16 septiembre 2015 por Yusnaby Pérez @yusnaby

Hace unos días se demostró una vez más que Venezuela es el paraíso de la corrupción, la violencia y la mediocridad. Venezuela es el lugar donde el cáncer llamado Socialismo del Siglo XXI ha hecho metástasis en todos los poderes del Estado extendiéndose hasta conseguir que no quede ni un solo metro cuadrado donde no se noten los síntomas de la putrefacción.

En la última semana han circulado las más profundas expresiones de repugnancia generadas por la decisión de una jueza que además de dar vergüenza de género, demuestra con su sentencia que hay mil formas de prostituirse –unas más caras que otras, claro–. También ha dado la vuelta al mundo la indignación por la condena a Leopoldo López, como si quedara vivo algún venezolano con capacidad de asombro sobre lo lejos que puede llegar este régimen de cobardes. Y no es que sea poco lo ocurrido, sino que parece increíble que con todo lo visto durante casi diecisiete años alguien de verdad creyera que este juicio absurdo terminaría de otra manera.

Del otro lado del mundo, mientras parlamentarias españolas intentan en Bruselas que el embajador venezolano ante la Unión Europea les dé la cara, un indecente al que no le alcanza el sueldo de profesor que se gana haciendo propaganda sobre los libros que escribe y cuyas ediciones se multiplican a medida que avanzan los cursos para los que es necesario repetir el panfleto como loros si se tiene intención de aprobar, se dedica a tildar de terrorista a un hombre que está muy por encima de lo que él ni siquiera subido a su gran ego podrá alcanzar jamás, pues toda su fama se debe a que además de tener la lengua muy larga y la memoria muy corta, se ha dedicado a “asesorar” a un gobierno que viola derechos humanos, encubre terroristas, acosa a la prensa, y despilfarra dinero público a manos llenas en cosas como pagar informes de más de 400 mil euros que se agradecen con declaraciones infames jactándose de una hipócrita solidaridad que reclama respeto a la democracia y los derechos humanos, pero solamente a los que líderes que no le firman cheques.

 

Al tiempo que los diarios del mundo se llenan de noticias sobre la brutalidad del régimen de Maduro (entendida como atrocidad de sus actos, pues la relativa a su incultura aparece en las programas de humor) en la amnésica Venezuela Hugo Chávez comienza a parecer un loco simpático e inofensivo que no tiene que ver con este reino de miseria y muerte. Es tanta la destrucción actual, que parece haberle lavado el cerebro al país haciéndolo incapaz de recordar la muerte de Franklin Brito, las condenas a Henrique Capriles, Iván Simonovis o María Lourdes Afiuni. Condenas de las que solo el primero goza de libertad plena quién sabe por cuánto tiempo,  y que no fueron más que la antesala a las detenciones a Leopoldo López, Antonio Ledezma, Enzo Scarano o Daniel Ceballos. Parece que ya no resonaran en la cabeza de Venezuela los muertos del 4 de febrero de 1992, las expulsiones de los empleados de PDVSA encañonados en medio de la noche, las expropiaciones a innumerables pequeños y medianos empresarios que siguen esperando justicia, el uso abusivo de todas las instituciones del Estado para hacer propaganda y crear un ridículo pero obligatorio culto a un líder que le hizo daño a este país incluso muriéndose al dejar contra toda ley a un imbécil que sin el más mínimo rasgo de inteligencia humana sirve de monigote perfecto para seguir perpetuando el abuso y agudizando el síndrome de dependencia de un país demasiado abrumado por encontrar qué llevarse a la boca como para preocuparse por otros derechos importantes pero no tan urgentes.

Ni el difunto de Sabaneta que hizo rica a su familia y amigos, ni la jueza que cobra caro, ni el lamebotas que intenta vender en su país lo que solo le ha funcionado a su bolsillo, ni la torpeza del monigote de Miraflores, ni la negligencia del defensor de nada son importantes. Importa que Venezuela no se acostumbre, que no pase de la indignación en caliente a seguir como si nada. Lo fundamental es que cese la apatía y que no nos engañemos con que todos estamos presos. Porque si bien es cierto que estamos enjaulados, también lo es que quien lo está literalmente es Leopoldo López junto con decenas de presos políticos. Es ese hombre quien no ve a sus hijos, quien vive en 4 metros cuadrados sin luz. Es a su mujer a la que humillan cada vez que intenta visitarlo, es su familia la que está viviendo este calvario. Sí, estamos presos todos, pero unos mucho más que otros, y precisamente por eso es que Venezuela no puede acostumbrarse también a los juicios amañados, las condenas injustas, ni a las instituciones podridas. Venezuela no puede seguir actuando como si nada, ni preocupándose por los canallas que la explotan. Ellos no importan, sino nuestros votos, nuestras ganas de vivir en libertad, dignamente y sin miedo a que una bala nos arranque de cuajo la sonrisa.

Basta de alimentar el ego de los creadores de este chiquero, dejémosles revolcarse en su estiércol sin dedicarles la menor atención. Las miradas deben centrarse en los venezolanos que trabajamos por construir un país mejor, y eso comienza por salir pronto de toda la escoria que saquea nuestro dinero y viola nuestros derechos. Importan esos muchachos que están presos, los que han tenido que huir del país, los que conocieron “La Tumba”, los que han perdido la vida luchando por la Venezuela que nos merecemos. En definitiva, las víctimas de Hugo Chávez, de Nicolás Maduro y sus testaferros, secuaces o compinches: nosotros, sí, nosotros somos los que importamos.

Fotos:

Reuters.

UPyD.