In Memoriam: Robert Ervin Howard

Publicado el 13 agosto 2018 por Diego Diego F Ospina @DiegO_OzpY

La repentina e inesperada muerte el 11 de junio [1936] de Robert Ervin Howard, autor de relatos fantásticos de incomparable intensidad, constituye la mayor pérdida de la ficción fantástica desde el fallecimiento de Henry S. Whitehead hace cuatro años.

Howard nació en Peaster, Texas, el 22 de enero de 1906, y tenía edad para haber visto la última fase de la conquista del sudoeste; la colonización de las grandes llanuras y de la parte inferior del valle de Río Grande, y el espectacular crecimiento de la industria del petróleo con sus bulliciosas ciudades producto del boom. Su familia había vivido en el sur, el este y el oeste de Texas, y en el oeste de Oklahoma; durante los últimos años se instalaron en Cross Plains, cerca de Brownwood, Texas. Impregnado del ambiente fronterizo, Howard se convirtió desde muy joven en devoto de sus viriles tradiciones homéricas. Su conocimiento de la historia y las costumbres era profundo, y las descripciones y recuerdos contenidos en sus cartas privadas ilustran la elocuencia y la energía con que los habría celebrado en la literatura si hubiera vivido más tiempo. La familia de Howard pertenece a una estirpe de distinguidos plantadores sureños, de ascendencia escocesa-irlandesa, la mayoría de cuyos antepasados se instalaron en Georgia y Carolina del Norte en el siglo XVIII.

Tras empezar a escribir con quince años de edad, Howard colocó su primera historia tres años después, cuando todavía estudiaba en el Howard Payne College de Brownwood. Esa historia, Spear and Fang (La lanza y el colmillo), fue publicada en el número de julio de 1925 de Weird Tales. Alcanzó mayor notoriedad con la aparición de la novela corta Wolfihead (Cabeza, de lobo) en la misma revista en abril de 1926. En agosto de 1928 inició los relatos protagonizados por Solomon Kane, un puritano inglés con tendencia a los duelos implacables y a deshacer entuertos, cuyas aventuras le llevaron a extrañas partes del mundo, incluidas las sombrías ruinas de ciudades desconocidas y primordiales en la jungla africana. Con estos relatos, Howard alcanzó el que resultaría ser uno de sus más destacados logros, la descripción de enormes ciudades megalíticas del mundo antiguo, sobre cuyas torres oscuras y sus laberínticas cámaras inferiores pesa un aura de miedo y nigromancia prehumanos que ningún otro escritor conseguiría igualar. Solomon Kane, como algunos otros héroes del autor, fue concebido en la mocedad, mucho antes de que llegara a formar parte de ninguna historia.

Aplicado estudiante de las antigüedades celtas y de otras etapas de la historia antigua, Howard inició en 1929, con The Shadow Kingdom (El reino de las sombras), en el Weird Tales de agosto, la sucesión de relatos del mundo prehistórico por la que pronto adquiriría tanta fama. Los primeros ejemplos describían una época muy remota en la historia del hombre, cuando Atlantis, Lemuria y Mu se alzaban sobre las aguas, y cuando las sombras de hombres reptiles prehumanos se proyectaban sobre el escenario primigenio. En todas estas narraciones, la Figura central era la del Rey Kull de Valusia. En el Weird Tales de diciembre de 1932 apareció The Phoenix on the Sword (El Fénix en la espada), el primero de los relatos del Rey Conan el Cimmerio que introdujo un mundo prehistórico posterior; un mundo de hace unos 15.000 años, anterior justamente a los primeros y débiles atisbos de los registros históricos. La elaborada amplitud y la precisa coherencia con la que Howard desarrolló este mundo de Conan en historias posteriores son bien conocidas por todos los lectores de fantasía. Para su propio uso, preparó con inteligencia infinita y fertilidad imaginativa un detallado borrador seudohistórico, que ahora se publica en The Phantagraph como serie bajo el título The Hyborian Age (La Era Hihoria).

Mientras, Howard había escrito muchos relatos de los antiguos pictos y celtas, incluyendo una serie excelente protagonizada por el cacique Bran Mak Morn. Pocos lectores olvidarán el repulsivo y fascinante poder de esa macabra obra maestra, Los Gusanos de la Tierra, en el Weird Tales de noviembre de 1932. Hubo otras poderosas fantasías situadas fuera de la serie relacionada, entre las cuales se incluye el memorable serial Skull-Face (Cara de calavera), y algunos relatos singulares de ambientación moderna, tales como el reciente Black Canaan (Canaán negro), con su genuino escenario regional y su irresistiblemente convincente retrato del horror que acecha en los pantanos del profundo Sur americano, cubiertos de moho, poblados de sombras e infestados de serpientes.

Fuera del campo de la fantasía, Howard fue sorprendentemente prolífico y versátil. Su gran interés por los deportes, lo cual puede que estuviera relacionado con su amor a la fuerza y el conflicto primitivo, le llevó a crear al héroe del boxeo profesional "Marinero Steve Costigan", cuyas aventuras en regiones distantes y curiosas deleitaron a los lectores de muchas revistas. Sus novelas cortas de guerra oriental exhibieron en grado sumo su dominio de las aventuras románticas, mientras que sus relatos cada vez más frecuentes de la vida en el oeste, tales como la serie de Breckenridge Elkins, mostraron su creciente habilidad e inclinación por reflejar los escenarios con los que estaba directamente familiarizado.

La poesía de Howard, extraña, bélica y aventurera, no fue menos notable que su prosa. Poseía el verdadero espíritu de la balada y de lo épico, y se caracterizaba por un ritmo palpitante y una poderosa imaginería procedente de un molde extremadamente peculiar. Buena parte de esta poesía, bajo la forma de supuestas citas de escrituras antiguas, sirvió para abrir los capítulos de sus novelas. Es lamentable que no se haya publicado nunca una recopilación, y es de esperar que pueda ser editada alguna de forma póstuma.

La personalidad y los logros de Howard fueron completamente únicos. Fue, por encima de todo, un amante del mundo sencillo y antiguo de los días bárbaros y pioneros, cuando el valor y la fuerza ocupaban el lugar de la sutileza y la estratagema, y cuando una raza robusta e intrépida combatía y sangraba, y no pedía cuartel a la naturaleza hostil. Todas sus historias reflejan esta filosofía, y derivan de ella una vitalidad que se encuentra en pocos de sus contemporáneos. Nadie podía escribir de forma más convincente sobre la violencia y la matanza que él, y sus pasajes de batallas revelan aptitudes instintivas para las tácticas militares, que le habrían proporcionado condecoraciones en tiempos de guerra. Sus verdaderas dotes eran más elevadas de lo que los lectores de su obra publicada podrían sospechar, y si su vida se hubiera prolongado, le habrían ayudado a dejar huella en la literatura seria con alguna epopeya popular de su amado sudoeste.

Es difícil describir con precisión lo que hizo que las historias de Howard destacaran de forma tan pronunciada; pero el verdadero secreto es que él mismo estaba en cada una de ellas, fueran ostensiblemente comerciales o no. Él era más grande que cualquier política lucrativa que pudiera adoptar, pues incluso cuando hacía concesiones de forma externa a los editores adoradores de Mammón y a los críticos comerciales, tenía una fuerza interna y una sinceridad que atravesaban la superficie y dejaban la huella de su personalidad en todo lo que escribía. Raras veces, si es que lo hizo en alguna ocasión, escribiría un personaje o una situación vulgar y carente de vida y lo dejaría así. Antes de darle el último toque, el texto siempre adquiría algún tinte de vitalidad y de veracidad a pesar de las habituales influencias editoriales; siempre sacaba algo de su propia experiencia y conocimiento de la vida en lugar de explotar el estéril herbario de Figurines disecados propios de los pulp. No sólo destacó en imágenes de la contienda y la masacre, sino que también fue casi único en su capacidad para crear emociones verdaderas de miedo espectral y de suspense terrible. Ningún autor, ni siquiera en los campos más humildes, puede sobresalir verdaderamente a menos que se tome su trabajo muy en serio; y Howard lo hizo así, incluso en casos en los que conscientemente pensó que no lo hacía. Que un artista tan genuino pereciese mientras cientos de plumíferos deshonestos continúan inventando fantasmas, vampiros, naves espaciales y detectives de lo oculto espurios, resulta verdaderamente una triste muestra de ironía cósmica.

Howard, familiarizado con muchos aspectos de la vida del sudoeste, vivió con sus padres en un ambiente semi-rural en el pueblo de Cross Plains, Texas. La escritura fue su única profesión. Sus gustos como lector eran amplios, e incluían investigaciones históricas de gran profundidad en campos tan dispares como el sudoeste americano, la Gran Bretaña e Irlanda prehistóricas, y los mundos oriental y africano prehistóricos. En literatura, prefería lo viril a lo sutil, y repudiaba el modernismo de forma radical y completa. El difunto Jack London era uno de sus ídolos. En política era liberal, y un agrio enemigo de la injusticia civil en todas sus formas. Sus principales entretenimientos eran los deportes y los viajes; estos últimos siempre dieron lugar a deliciosas cartas descriptivas repletas de reflexiones históricas. El humor no era una de sus especialidades, aunque por un lado tenía un acentuado sentido de la ironía, y por el otro poseía un generoso talante campechano, lleno de cordialidad y simpatía. Aunque tenía numerosos amigos, Howard no pertenecía a ninguna camarilla literaria y aborrecía todos los cultos de la afectación "artística". Su admiración se dirigía a la fuerza de la personalidad y del cuerpo más que a la erudición. Con sus camaradas autores del campo de la fantasía, mantuvo una correspondencia interesante y voluminosa, pero nunca llegó a conocer en persona más que a uno de ellos, el brillante E. Hoffmann Price, cuyos variados logros le impresionaron profundamente.

Howard medía casi un metro ochenta de estatura, y tenía la complexión robusta de un luchador nato. Excepto por sus ojos azules celtas, era muy moreno; y en sus últimos años su peso rondó los 90 kilos. Siempre aplicado a una vida vigorosa y enérgica, recordaba de forma más que casual a su personaje más famoso, el intrépido guerrero, aventurero y ladrón de tronos, Conan el Cimmerio. Su pérdida, a la edad de treinta años, es una tragedia de primera magnitud, y un golpe del cual la ficción fantástica tardará en recuperarse. La biblioteca de Howard ha sido entregada al Howard Payne College, donde formará el núcleo de la Colección Memorial Robert E. Howard de libros, manuscritos y cartas.

La repentina e inesperada muerte el 11 de junio [1936] de Robert Ervin Howard, autor de relatos fantásticos de incomparable intensidad, constituye la mayor pérdida de la ficción fantástica desde el fallecimiento de Henry S. Whitehead hace cuatro años.