Los muertos se levantaron, mataron a los vivos y se alimentaron de ellos. Lejos de convertirse en un apocalipsis zombie, estos “no-muertos” fueron controlados. Aunque muchos fueron eliminados por completo, la mayoría han sido recluidos y tratados por médicos, gracias a un nuevo medicamento que, por decirlo de manera simplista, les “reactiva el cerebro”. Esto les permite volver a ser quienes eran, pese a que físicamente necesitan de maquillaje y lentillas para pasar desapercibidos. Con esta premisa, In the flesh nos muestra a Kieren (Luke Newberry), un joven de dieciocho años que padece el Síndrome del Parcialmente Muerto (así llaman a esta extraña condición) que tiene que reintegrarse en la sociedad.
Resulta bastante obvio que ésta no es la típica historia de zombis. Hemos leído y escuchado esa frase un millón de veces y en esta ocasión… tampoco es verdad. ¿Por qué? Porque In the flesh no es una historia de zombis. Este relato habla sobre la tolerancia y la discriminación, el fanatismo y la hipocresía, la violencia y la desigualdad, la familia y la sociedad. Es un drama que utiliza la fantasía de los muertos vivientes como metáfora para reflexionar, con mayor acierto que muchos productos realistas, acerca de las injusticias que el ser humano provoca en sus semejantes.
Soy un enfermo del Síndrome del Parcialmente Muerto. Y lo que hice en mi estado sin tratar no es culpa mía. – Kieren Walker.
La historia se sitúa en Roarton, un pueblo ficticio situado al norte de Inglaterra. En este ambiente rural, alejado de la ciudad y del alcance de leyes y del gobierno, la Ascensión (tal y como denominan al fenómeno por el que resucitaron los muertos) tuvo un efecto especialmente duro. No solo por este hecho en sí, sino porque fue la primera comunidad que creó la Fuerza de Voluntarios Humanos, una organización paramilitar que luchó contra los muertos vivientes y que considera que dicha lucha no ha acabado, especialmente cuando están siendo mandados de vuelta a sus casas. El pueblo y este grupo de voluntarios están dirigidos por el párroco del lugar, un hombre temeroso de Dios que se ha convertido en un fanático y un déspota, llevando a la histeria a sus conciudadanos. Kieren llega a un pueblo en el que debe esconderse, en el que cualquier vecino puede ser un peligro.
Dominic Mitchell, creador y guionista de la serie, completa y redondea la trama abarcando distintos puntos de vista acerca del tema principal. El conflicto de Kieren no viene solo por ser “no-muerto”, sino que también debe afrontar algunos asuntos pendientes de su vida anterior. Si regresar el pueblo ya resulta complicado, no será menos difícil reintegrarse en su familia, siendo su hermana menor una de las voluntarias que participó en la lucha. Además, Mitchell nos muestra con gran acierto como distintos personajes, dependiendo de quiénes sean, son tratados de distinta manera aunque tengan la misma condición. Así, para los “parcialmente muertos” Amy (Emily Bevan) y Rick (David Walmsley) las cosas son muy diferentes, siendo la primera nueva en la localidad y el segundo el hijo de Bill Macy (Steve Evets), líder militar de la Fuerza de Voluntarios Humanos y quizá más extremista que el propio párroco.
La gente se convence de todo tipo de cosas, cariño. Hacen que sus ojos vean lo que quieren creer. – Sue Walker
Esta primera temporada nos enseña una cara de la moneda, pero deja ver la otra, que esperemos se desarrolle con más profundidad en la ya prometida segunda tanda de episodios. Los humanos religiosos y violentos no son los únicos fanáticos peligrosos, y asoman la cabeza los fanáticos del bando contrario, los “ex-zombis” que defienden lo que hicieron (es decir, las muertes que provocaron) porque era necesario para su supervivencia, que se consideran superiores al resto y empiezan a formar una comunidad, encabezada por un líder al que llaman el “Profeta de los No-Muertos”. Pese a los tintes religiosos de esta otra organización, que nadie piense que In the flesh es un alegato contra la fe: también tiene su momento para mostrar sus virtudes.