Hace un año y medio tuve la suerte de poder pasar tres días en uno de los lugares más increíbles en los que he estado. Aun recuerdo la cara que se me quedó al pasar en media hora de bañarme en la piscina bajo el sol a caminar con un chubasquero por los caminos de Garajonay y darme cuenta de que los árboles que tenía encima de mi cabeza eran realmente brezos gigantes, Erica arborea, como las que tenemos en Asturies, sólo que aquí miden medio metro y allí pueden alcanzar más de 6 metros de altura. Me quedé tan impresionado que al día siguiente madrugué de nuevo, me olvidé del bañador y del sol y a las 9 de la mañana ya estaba otra vez metido en medio del bosque, entre fayas, laureles y brezos.
Pero antes de perderme entre los caminos del Bosque del Cedro, pasé en coche por la carretera que rodea a uno de los roques más conocidos de la Gomera, el Roque de Agando, que se levantaba sobre un valle completamente verde, con una vegetación diferente pero igualmente impresionante, con gran cantidad de especies endémicas que sólo se pueden encontrar allí.
Ayer por la mañana pude ver una foto del mismo lugar pero pintada de negro. El verde había desaparecido y en su lugar sólo se veía tierra calcinada y los esqueletos quemados de los pinos canarios. Un incendio, intencionado como la mayoría de los incendios forestales, había arrasado en una semana lo que la Naturaleza había moldeado durante cientos de años. El 11% de la superficie de la isla ha desaparecido bajo el fuego hasta el momento pero desgraciadamente aun se quemará más porque varios frentes siguen activos.
El fuego se ha cebado este año con las Canarias, como antes lo había hecho en muchos lugares de la Península. Los delincuentes que lo provocan, ya sean pirómanos, ganaderos que queman rastrojos para crear pastos, imprudentes con sus colillas o parrilleros domingueros, siguen sin recibir un castigo ejemplar, y mientras los políticos se echan la culpa unos a otros y el ministro de medio ambiente se va a los toros, los bomberos siguen muriendo tratando de apagar el fuego, la gente pierde sus casas y parte de su vida bajo las llamas y la tierra se agota y se muere.
Si un incendio forestal ya es grave en cualquier sitio, en las Canarias lo es especialmente. Aquí no se están quemando eucaliptos y pinos de repoblación (que además son parte del problema), aquí se está quemando un bosque único, un bosque que sólo se encuentra en este lugar, un bosque que es el que condiciona el clima de la isla al retener la humedad en sus cumbres. Este incendio no se puede medir sólo por hectáreas quemadas, hay que medir la pérdida irreparable de biodiversidad, que probablemente afectará a la regeneración futura y eso no se paga con dinero, ni con primas de riesgo ni con bonos a diez años.
Otra de las cosas que me llamó la atención al visitar La Gomera fue comprobar lo orgullosa que estaba la gente de su isla, de tener ese paisaje y esa naturaleza única y maravillosa que ahora les han robado y nos han robado a todos. A esa gente les han robado parte de lo que ellos son y desde aquí solo les puedo decir una cosa: perdón, lo siento, lo siento mucho.
NOTA: pinchad en las fotos para ampliarlas