Me levanto tardíamente a la mañana y automáticamente pienso en escribir. Siento que debo escribir.
Afuera la humedad imperante hace que las escenas en la calle transcurran en cámara lenta. Y aunque mi desayuno y llegada al trabajo demoran ese deseo insistente, llega el momento del encuentro con mi Lettera.
Ante la tozudez de una maquinaria vieja que se empeña en trabarse, arrojo las primeras dos hojas al piso vacío.
La imagen romántica de mis dedos tipeando incongruencias ya no es tan así a medida que la máquina de escribir se vuelve indomesticable.
Me niego a despojar una hoja más, y mientras mis imprevistos pugnan por alejarme de la idea inicial, me concentro en la primer palabra que taladra mi cabeza: nostalgia
Pienso que para escribir no solo es necesario plasmar dos o tres frases congruentes, sino también teñirlas del ocre nostálgico que cubre muchos episodios pasados de nuestras vidas.
Algo así como el Instagram para las fotos. Esa máscara que transforma a los sucesos reales en hechos distorsionados, exagerados, aggiornados si se quiere. Hechos en los que nos basamos para armar historias dejando muy en claro que al fin de cuentas, esas historias no nos pertenecen.
Cuanto puede haber de ajeno en un relato escrito de puño y letra, de golpe en golpe? Es como pedirle a un pintor que plasme la obra de otro y no ejecute ninguna de sus pinceladas.
En algún momento premeditado de mi trayectoria por estos lares, intenté cambiar mi versión nostálgica de las cosas por una más alegre y futurista, seguramente inspirada en un montón de bibliografía acorde que no solo me impulsaron a vivir el presente, sino también destiñeron mis ansias de expresarme por medio de la escritura. Días convulsionados, distraída tirando recuerdos amarillentos, ahogando fotos en una bañera, desarmando cuadernos con recortes de poesías de una adolescente aprendiz.
No hay nada más sensato para un recopilador de historias, propias o ajenas, reales o disfrazadas, que nutrirse de la nostalgia. Y aunque es tarde para revolver entre naves quemadas, no es tarde para remontar historias anidadas.