O sea, falta de credibilidad.
No sabría decir si proviene del original literario de la mano del ¿escritor? Martin Booth autor conocido de tres guiones televisivos y una novela, A very private gentleman, o habrá que achacarlo a la mano ¿literaria? del que se ha ocupado de la adaptación a la gran pantalla, el ¿guionista? Rowan Joffe, que es quien ha firmado el guión de The American estrenada en España hace poco con el apropiado título de El Americano, pieza dirigida por Anton Corbijn y que pude ver en "mi cine" este fin de semana.
Espero que no sea a causa de que buena parte de los dineros los puso el guaperas de George Clooney que es quien chupa cámara a base de bien erigiéndose en protagonista de una trama insustancial y repleta de obstáculos a la inteligibilidad en la que se nos pretende contar las cuitas de una especie de matón a sueldo que además es experto armero.
Que luego resulta que ni lo uno ni lo otro, vaya, porque el guión se va por los cerros de Úbeda consiguiendo dar cuerpo al quimérico concepto del caos.
Bueno, de hecho no se va por Úbeda: se va por los cerros de los Abruzos, pero para el caso es lo mismo: una trama repleta de lugares comunes totalmente inconexos, acciones inesperadas por falta de antecedentes e invenciones que no resisten un mínimo análisis, aquel que uno va haciendo al intentar enterarse de qué va la intrincada -por no explicada- historia de un tal Jack que se aposenta en un pueblecito italiano y que rápidamente recibe el apodo de L'Americano, evidentemente porque según afirma, viene de América. Estadounidense sería más correcto, probablemente, porque los canadienses suelen autodefinirse como tales.
Dejando aparte que la película pretende un aire europeo por las localizaciones y por la nacionalidad de todos los intérpretes salvo la estrella, así como por las tetas y culo que la bella Violante Placido no tiene problemas en exhibir, el resto, es decir el guión y la forma de dirigir, pertenecen por derecho propio al cine que la industria hollywoodiense nos está ofreciendo en los últimos años y que seguramente son la causa de sus problemas económicos más actuales.
El guión por un momento da la sensación de pretender emparejarse con aquella pequeña joya de este siglo que es In Bruges al intentar detenerse en la particular psicología e idiosincrasia de quienes se ganan la vida asesinando a sus semejantes, pero el único punto de semejanza reside en la participación de la bella Thekla Reuten en este caso como profesional del crimen.
Si estará mal escrito el guión, que precisamente al buscar en la red una copia del cartel de la película he podido leer alguna sinopsis publicitaria, de esas que sirven para calentar motores antes del estreno, en la que se asegura que el personaje de la Reuten es una mujer belga. De verdad de la buena que, si acaso se menciona en la película, me pasó desapercibido.
Es una sinrazón y una simpleza detrás de otra: ese Jack, como armero, se limita a fabricar un silenciador con cuatro arandelas sobre un arma ya fabricada, y, agárrense, por ese trabajo le van a pagar lo bastante como para jubilarse. Increíble. Del todo. No hay por donde asir una historia que resulta tan endeble que en ningún momento uno siente la más mínima simpatía por el personaje, por mucho que cada quince minutos aparezcan un par de esbirros suecos que intentan liquidarle sin conseguirlo, claro está, de cuya inutilidad todos seremos conscientes, con lo que la sensación de peligro es inexistente, quedando oculta asimismo la razón de esa inquina que le tienen los nórdicos, con lo cual no podemos tomar partido ni a favor ni en contra.
Y llega un momento, temprano, en que ya nos importa un rábano lo que pasa, porque sabemos que no nos lo van a explicar y tanto nos da lo que le ocurra a Jack, ese extraño que no logra despertarnos sentimiento alguno.
Si acaso envidia, porque el bueno de Clooney, que tampoco será tan tonto, ya que pone el dinero se ha procurado unas guapas jovencitas que le acompañen, pero, amigos, la contemplación de las bellezas femeninas y del paisaje, aunque sea una postalita agradable en formato panorámico, no da para calificar como medianamente aceptable un experimento que el amigo Corbijn podría haber hecho con más garra aunque, eso sí, tendría que haber despachado al guionista bastante antes de empezar el rodaje.
Del trabajo de los intérpretes poco o nada se puede decir, tan endebles son sus personajes que impiden valoración apreciable; se salva, si acaso, el italiano Paolo Bonacelli que sabe expresarse con más fuerza que ninguno, sin que la cosa vaya a mayores, desde luego, que el horno no está para bollos y el amigo Clooney debe andar desesperadito, pues lleva unos cuantos años dando palos de ciego, porque no da ni una que valga la pena desde que intervino en Syriana. Parece que los buenos guiones escasean en la industria estadounidense, aunque es bien sabido que al parecer los guionistas se han dirigido a las televisiones de pago y puede que algún día, con vientos favorables, vuelvan a la gran pantalla.
Hasta entonces, tomen ustedes las debidas precauciones y, caso de síndrome de abstinencia aguda, acudan a su estantería con la máxima celeridad, en la confianza que algún día, quizá lejano, volverán los buenos guiones al cine.
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