Indefensión del paciente maltratado. I: El maltrato

Por Zogoibi @pabloacalvino

En marzo de 2021 se produjo un incidente insólito, difícil incluso de creer para quien no lo presenciara, en el hospital Vía de la Plata (grupo Hospitales Parque), ubicado en la pacense localidad de Zafra. Los hechos fueron los siguientes:

Un paciente, en tratamiento por un prolongado trastorno ansioso-depresivo, acudió a una cita con el siquiatra del hospital. En la consulta, lo puso al día de su evolución, le pidió que le actualizase el tratamiento y, por último, que le facilitase un informe médico formal. El médico, que desde el primer momento le había mostrado muy poca empatía, al escuchar esta petición adoptó una actitud abiertamente hostil y lo acusó, con singular grosería, de albergar intenciones fraudulentas; en concreto, la de querer impostar una incapacidad laboral. Además, a partir de ese momento ya no quiso atender a las razones que el atribulado paciente le ofrecía ni escuchar sus protestas por aquel hostigamiento emocional, que acentuaba su ansiedad y depresión, por parte de quien, se supone, tenía el cometido de mitigar el padecimiento mental de sus enfermos. Creemos que cualquier médico es libre de sospechar que su paciente es deshonesto, o incluso un potencial estafador del sistema sanitario (de lo cual, seguramente, no faltan casos), pero que no tiene derecho a elevar esa sospecha al rango de certeza y, menos aún, a reprochárselo zafiamente al presunto engañador. En el caso de un siquiatra, este ilícito reproche resulta aún más grave debido a la delicadísima naturaleza de las dolencias que corresponden a dicha especialidad: lo correcto y profesional habría sido guardarse las sospechas para sí y atender al paciente con corrección y respeto, pues la función de la medicina no es la de juzgar al enfermo ni, menos aún, la de condenarlo.

Pues bien: este especialista, tras imputar a su paciente un animus fraudandi, se negó a facilitarle el informe solicitado y acabó negándose incluso a seguir tratándolo, prohibiéndole que volviese por su consulta; dicho lo cual, lo despidió sin miramientos y en tal tono que las voces pudieron escucharse desde la sala de espera. El paciente, confundido por esas duras palabras, que lo persiguieron hasta la puerta, se las reprochó al médico diciéndole: "¡pues valiente siquiatra que está usted hecho!", frase que también fue oída por quienes se encontraban en la sala de espera.

En este punto, el facultativo, no dispuesto a asumir el desprestigio público a que él mismo, con su comportamiento, se había expuesto, salió de la consulta tras el enfermo y, ante todos los presentes, le espetó a voz en grito: "¡tú lo que eres es un sinvergüenza, un jeta, un puto jeta!"; a lo que aquél, paralizado por la sorpresa ante tan inaudita ofensa, volvió a echarle en cara su nula profesionalidad. El siquiatra, visiblemente alterado y presa de la soberbia, persistió en su ofensa a la vez que, dirigiéndose a los asombrados testigos, les reveló detalles médicos y datos de la vida privada del paciente, información cuyo secreto tenía la obligación legal, profesional y deontológica de guardar. Ante este atropello, el desventurado paciente reccionó llamándolo "gilipollas", lo cual le valió una respuesta aún más desproporcionada del facultativo, que se le encimó y, con la mano en alto, le gritó: "¡lárgate o te pego una hostia!"

A partir de aquí, la tensa situación se mantuvo durante unos minutos, a lo largo de los cuales el siquiatra llamó repetidas veces "sinvergüenza, puto jeta" a su víctima, persistiendo en amenazarlo con una agresión, al tiempo que éste se defendía repitiendo lo de "gilipollas", si bien, con visible pasividad, no respondió ni se puso en guardia ante el inminente golpe. De hecho, si no llegó a recibirlo fue porque uno de los testigos de aquella escena se interpuso entre ambos y logró calmar al iracundo médico. Entretanto, al ruido de las voces habían acudido varios empleados del hospital, que no obstante no arroparon ni defendieron al denigrado y amenazado paciente, sino más bien al contrario; e incluso no faltó quien se sumara al hostigamiento que ejercía el siquiatra. Finalmente, éste se decidió a volver a su consuta, dejando a aquél libre de marcharse ileso y sin nuevas amenazas, aunque presa de un gran abatimiento nervioso y emocional.