En “India sin ataduras” (“India Unbound”), el economista y empresario Gurcharan Das pasa revista a su vida y a la evolución económica de la India desde la independencia.
Das comienza matizando una afirmación que he leído en otras partes, sostenida como un dogma de fe: que los británicos deliberadamente impidieron el desarrollo económico de la India. Aparte de los beneficios que daba per se, la India tenía un superávit comercial que le servía a Gran Bretaña para cubrir con creces su déficit comercial con el resto del mundo. Hay quien ha llegado a asegurar que hasta el 8% del PIB indio era transferido anualmente a Gran Bretaña. Das se hace eco de historiadores revisionistas más recientes que reducen esos cálculos hasta el 1,5% del PIB. Asimismo considera que mucho de lo que la India aportaba acababa revertiendo en el propio país en forma de costes de la Administración e inversiones, más el ahorro que suponía no tener que costear sus propias FFAA. Este último punto es engañoso: hubo tropas indias en casi todos los conflictos en los que lucharon los británicos, por lo que puede decirse que la India sí que gastó en defensa y además a menudo en defensa de un imperio ajeno.
El historiador económico Angus Madison ha calculado que la India representaba el 22,6% del PIB mundial a comienzos del siglo XVIII. Paul Bairoch afirma que en el siglo XVIII la India representaba el 25% del comercio mundial en productos textiles. De hecho, cuando la Compañía de las Indias Orientales británicas llegó a la India para vender textiles ingleses en el siglo XVII, constató que no se iban a comer una rosca y optaron por comprar los textiles indios para revenderlos en otras partes de Asia donde eran muy demandados. ¿Por qué la India pasó de representar el 17,6% de la producción industrial mundial en 1830 a sólo el 1,7% en 1900? Para Das la no-industrialización de la India no se debió a la perfidia de los ingleses sino a las desigualdades sociales y a factores demográficos: con tanta mano de obra muy barata y fácilmente explotable, los productores no tenían ningún incentivo para invertir en máquinas. Este mismo argumento lo aplicó, entre otros, Ian Morris en “¿Por qué manda Occidente (por ahora?” para explicar porqué la revolución industrial se produjo en Gran Bretaña y no en China o la India. Es un argumento válido, pero que no elimina por completo el argumento de que los británicos si no trabaron, al menos sí que enlentecieron la industrialización del país.
Un ejemplo de esto nos lo daría la historia de los ferrocarriles indios, según la cuenta el propio Das. La construcción del ferrocarril en la India comenzó a iniciativa de promotores ingleses que veían el país como un formidable productor de materias primas y un mercado de productos industriales ingleses, que es como las metrópolis siempre vieron a sus colonias. El coste de la construcción fue elevado porque los promotores se aseguraron unos beneficios del 5% sobre el coste, con lo que no tuvieron ningún incentivo para hacer las cosas a lo barato. Una vez construido, el ferrocarril tuvo efectos perjudiciales sobre muchos pequeños productores que se encontraron con que no podían competir con los artículos que llegaban de Inglaterra e influyó sobre las hambrunas que se produjeron en las décadas de los 70 y los 90 del siglo XIX, ya que en muchos sitios los cultivos para la alimentación local habían cedido el paso a cultivos para la exportación. Japón, que construyó su ferrocarril endógenamente y pensando solamente en sus intereses, terminó con más líneas ferroviarias por kilómetro cuadrado, construidas más baratas y con unos efectos más benéficos para la población. Sin embargo, el señor Das, que es un optimista incurable, afirma que: “No obstante, fue un legado poderoso del Raj Británico a la India independiente en un paisaje económico general de atraso. Sin los ferrocarriles, la India habría estado todavía menos industrializada.”
El juicio del Sr. Das es que los británicos no “explotaron” a la India lo suficiente. Hubieran debido invertir más en ella porque “una India empobrecida no era verdaderamente en elinterés económico de los británicos. La tragedia es que el fracaso en desarrollar la India fue una gran pérdida tanto para Gran bretaña como para la India; una India más rica habría sido incluso un mejor cliente, un mejor proveedor y una base más firma para el Imperio.” Entre las carencias de los británicos, señala las siguientes: no haber fomentado las inversiones; haber descuidado la educación de las masas, de forma que en el momento de la independencia el 83% de los indios eran analfabetos, mientras que existía una exigua minoría muy bien formada; no haber proporcionado créditos a los empresarios y campesinos locales; no haber protegido a la naciente industria india hasta 1921.
En el momento de la independencia, hubo dos factores que militaron en contra de que se desarrollara una mentalidad favorable al capitalismo moderno: la baja estima social hacia el comercio y la actitud de los padres fundadores de la India, Gandhi y Nehru (el señor Das anda tan preocupado con los temas económicos que se olvida de mencionar a Rabindranath Tagore, dejando claras cuáles son sus prioridades).
Con respecto a lo primero, Das recuerda que según el sistema tradicional de castas, los artesanos y comerciantes venían por detrás de los brahmanes y los ksatriyas o guerreros. Ese prejuicio se veía reforzado por cómo la Compañía de las Indias orientales inició su penetración en el Subcontinente bajo el aspecto aparentemente inocuo del comerciante. Y ya para rematar estaba el recuerdo de la batalla de Plassey en 1757, que abrió Bengala al control de la Compañía. Clive pudo ganar esa batalla gracias al banquero Omichand, que proporcionó los fondos necesarios para sobornar al comandante del ejército bengalí de forma que se mostrase pasivo durante la batalla.
En cuanto a lo segundo, Gandhi desconfiaba del progreso. Su ideal era una India compuesta por comunidades rurales autosuficientes que en la medida de lo posible funcionasen con tecnologías tradicionales. Muy bonito y muy idílico, pero muy poco realista. Nehru, por su parte, idolatraba el progreso, pero su visión del progreso era la Unión Soviética con democracia: mucha planificación y centralización, a la que añadió el gusto indio por la burocracia. Las ideas económicas de Nehru, lo que se ha dado en llamar “el socialismo nehruviano”, representan el pecado original de la India. Aun así Das le echa un capote: eran las ideas en boga en muchos países tercermundistas recién independizados.
Das estima que el verdadero error consistió en aferrarse a las ideas económicas de Nehru durante demasiado tiempo y aquí la gran culpable fue Indira Gandhi, una señora a la que, por cierto, muchos indios encuentran culpable de muchísimas cosas.
Nehru había colocado los estándares éticos muy altos y su sucesor Lal Bahadur Shastri mantuvo el listón. Pero, a su muerte tras sólo 19 meses de gobierno, los estándares éticos se vinieron abajo. La sucesión de Shastri fue tumultuosa y las zancadillas sustituyeron a la ética. El resultado fue la elección de Indira Gandhi para dirigir el país, porque se creía que sería maleable. El que resultó maleable fue el país.