Cuando Pete Fromm (Shorewood, Wisconsin, 1958) era un joven estudiante de Biología de la Vida Salvaje en la Universidad de Montana, apasionado por las historias de aventuras, tuvo la oportunidad de pasar de la teoría a la práctica y vivir en primera persona una experiencia límite en la naturaleza. Se trataba de un trabajo para el Servicio Forestal: vigilar unos huevos de salmón en los bosques de Indian Creek. Fácil, en principio, pero la tarea entrañaba un reto: pasar el invierno solo, lejos de la civilización, en una zona que quedaría totalmente aislada por la nieve. Tendría que cortar leña, abastecerse, orientarse por la montaña, resguardarse de los animales feroces y, sobre todo, acostumbrarse a la soledad y el silencio. En el aula le faltaba adrenalina; quería emoción, emular a esos hombres curtidos que protagonizaban sus novelas preferidas, de modo que aceptó el empleo sin titubear. La noche antes de emprender el viaje, se emborrachó con sus amigos; aquel tierno Pete Fromm se marchó con más ilusiones que certezas (recuerda un poco a Butcher’s Crossing, el espléndido western de John Williams).En realidad, por mucho que hubiera leído sobre la naturaleza y sus entresijos, carecía de fogueo en la supervivencia. Sus ideas provenían de la ficción, de las ensoñaciones; no había puesto a prueba sus propias destrezas. Indian Creek (1993), un libro de memorias que se lee como una novela de aprendizaje, narra su periplo en la montaña, con el punto de vista de quien recuerda, en pasado, una vivencia que lo marcó. Desde el principio, se aleja del registro de las grandes hazañas de un héroe; no pretende darle forma de un relato de aventuras, sino reconstruir, con una honestidad abrumadora y mucho sentido del humor, un viaje iniciático en el que hubo más torpeza que épica. El narrador aprendió poco a poco a moverse por la zona, usar una sierra, preparar trampas, cazar. Lo que de entrada parecía sencillo no lo era tanto, los riesgos surgían por doquier; las actividades cotidianas del montañés encarnaban enormes dificultades para un novato. Y, sin embargo, lo consiguió. Hay un rasgo común en muchas obras de este tipo: en cuanto la persona se adapta a la soledad, le molesta la compañía de los visitantes. Han hecho de la montaña su hogar, y los excursionistas o los cazadores (los que solo están de paso, los que no viven la naturaleza como ellos) son como un ruido molesto.
Pete Fromm