En tu discurso del adiós dijiste algo tan inquietante como que te apartabas pero no te ibas. Es una lástima porque el mayor servicio que puedes hacer ahora a España es desaparecer y purgar en la anónima soledad los daños causados, incluso en esa economía que te vanaglorias de haber relanzado, pero que has dejado minada por la corrupción, el desequilibrio, la injusticia, la deuda, el asesinato de las clases medias, la desigualdad, la precariedad laboral y unos impuestos agobiantes que habías prometido bajar pero que tu subiste con la ayuda de ese ministro arpía que se llamaba Montoro.
Has ocultado cuidadosamente los fracasos y has destacado lo que considerabas positivo, comportándote como un tahúr lleno de trucos. No has dicho que hay al menos seis millones de españoles sumergidos en la pobreza y que sólo Rumanía nos supera en toda Europa en desamparo y pobreza infantil. No has dicho que la desigualdad cabalga por la tierras de España con brio y que cuando suban los intereses, nos tendremos que declarar arruinados porque la deuda que has acumulado es impagable.
La tuya fue, quizás, la última oportunidad de reconducir nuestra nación y salvarla por la vía pacífica, pero tu la desaprovechaste, a pesar de que te dimos todo el poder que se deriva en democracia de una mayoría holgada en las dos cámaras. La próxima oportunidad para salvar España seguramente será traumática.
Aunque nadie te lo diga porque has vivido rodeado de pelotas y turiferarios, has fracasado tanto que además de perder más de tres millones de votantes, al marcharte han elegido para que te sustituyera al que menos se parecía a ti, aunque, por desgracia, Pablo Casado se parece demasiado. Ni los tuyos te han valorado en el momento del adiós porque ellos sí saben que has dejado al PP hecho trizas, desprestigiado, minado por el cáncer de la corrupción, contemplado con desdén por unos ciudadanos que esperaban de ese partido medidas liberales y decentes pero que, frustrados, tuvieron que conformarse con intervencionismo socialdemócrata, adoración al Estado propia de comunistas, subidas de impuestos típicas de despilfarradores, endeudamiento enloquecido, saqueo de la caja de reserva de las pensiones y un Estado que prometiste adelgazar pero que no ha parado de crecer, lleno hasta los topes de políticos inútiles y parásitos de todas las especies. La que fue tu vicepresidenta, Soraya Saenz de Santamaría, acaba de acusarte, indirectamente, de haber hundido a tu partido y perdido más de tres millones de votos por causa de la corrupción, frente a la que no hiciste nada.
Te vanaglorias, por último, de haber solucionado el tema catalán, pero no dices que tú, durante años, lo empeoraste y nos envileciste a todos permitiendo a los separatistas todo tipo de abusos, persecuciones, marginación, adoctrinamientos y hasta humillación de aquellos catalanes de bien que se mantenían fieles a España. Tu cobardía en Cataluña nos trajo a Puigdemont, nos colocó al borde del abismo y entonces, en lugar de practicar la cirugía que el caso requería, aplicaste un 155 amariconado y con tanta torpeza que convirtió a los políticos delincuentes y golpistas catalanes en héroes vencedores, increíblemente protegidos por nuestros socios europeos.
No te deseo que rumies, sufras y pagues por tu fracaso porque mi religión me lo prohíbe, pero sí te deseo que algún día pierdas esa arrogancia de alto funcionario insensible y te arrodilles ante España para pedir perdón por el mucho daño causado a tu patria, que es la mía.
Francisco Rubiales