Los indignados que el 15M tomaron las principales plazas de las ciudades españolas parecen haber encontrado por fin una ideología protectora: el comunismo encarnado en Madrid por el camarada Ramón Otero, de 80 años, cuyos discursos los sugestionan.
Los jóvenes creen que les descubre algo nuevo. Pero el camarada Román repite la dialéctica comunista, línea Stalin. Sólo le falta reclamar la “dictadura del proletariado”, aunque disimula hablando de la “voluntad punitiva de los indignados”, lo que es casi igual.
La admiración hacia el camarada delata el desconocimiento de los indignados de la historia, y su falta de lecturas verdaderamente revolucionarias.
Por ejemplo, se les pregunta por la URSS, 1922, por Berlín, 1989, o por El Capital de Marx, y no saben qué responder.
Pero descubren instintivamente el marxismo-leninismo, paradójicamente pacifista y amorfo; aunque no compartido por los antisistema, que ya empiezan a inquietarse.
Marx definió la lucha de clases, y Lenin instauró un partido élite para aplastar a los explotadores. Los indignados lo ignoran. Por eso el camarada Román es visto como un profeta cuando reclama los soviets sin nombrarlos.
Aparte de quejarse de la democracia, Román pide castigos para los banqueros, expropiar a los ricos, que se nacionalicen los bienes productivos; incluso vivienda y cambio de sexo gratis. Otros añaden demandas más inmediatas: hachís y cocaína libres, pagadas por el Estado.
Vistos así, los indignados tendrían futuro ingresando en organizaciones que prometen imposibles. Llenarían de militantes el Partido Comunista y también las neomarxistas Juventudes Socialistas, piscifactoría de Zapateros.
Entre tanto, calientan motores manifestándose contra el PP. Lo hicieron en Barcelona el jueves ante su sede, para protestar contra las cargas policiales ordenadas por Rubalcaba en Valencia.
Tiemble, Rajoy: aún no manda y ya está montándole nuevos “Nunca Máis” y “No a la guerra”.
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SALAS interpreta así El Grito.
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Afortunadamente son minoría, pero ahí vuelven a estar.