Mi gobierno, ese al que yo no he elegido porque mi voto vale menos que el de un habitante de otro lugar (póngase, en el caso de Canarias, La Palma o El Hierro), vela por mis intereses de parada cualificada de larga duración. Hasta el punto de que, fíjate si son considerados, ni me han molestado durante todo este tiempo para ofrecerme un curro o un cursito de formación.
Lo que pago por mi hipoteca, merced a las decisiones de esos señores del Banco Central Europeo que todo lo hacen por nuestro bien, subirá como la espuma este año, lo que indica que la economía mejora y que lo que nos pasa es que nos gusta quejarnos en lugar de celebrarlo, que es lo que deberíamos hacer. Miro a mi alrededor y veo que mis amigos, mi familia, mis compañeros, están en una situación parecida a la mía, de lo cual me congratulo.
Participo activamente en las decisiones que se toman en mi país. Cada cuatro años deposito mi papeleta en la urna y luego delego, que para eso mis representantes son personas preparadas, honradas y comprometidas. ¿Que no me preguntan mediante un referéndum por temas trascendentales cuando toman decisiones? ¡Eso que me ahorran!
A pesar de estar viviendo un momento de crisis económica, observo que esos que me representan no caen en el error de bajarse los sueldos, renunciar a privilegios o privarse de dietas y comisiones. ¿Cómo van a dar la imagen que tienen si lo hacen? La apariencia, de ellos, es fundamental.
Yo lo que tengo en realidad son motivos para estar satisfecha, serena y optimista. Que se indignen los del 15M y a mí que me dejen disfrutar de mi bienestar.