Indistancia

Por David Porcel

En agradecimiento,

Al poco de recibir el filósofo Josep Maria Esquirol el Premio Nacional de Ensayo por La resistencia íntima, me respondía con estas palabras a la pregunta por el origen del distanciamiento. Ahora, al releerlas, veo que continúan previniéndonos de uno de los mayores engaños de nuestro tiempo:

P: Es un error pensar lo «próximo» como lo contrario de lo lejano, porque desde la lejanía todavía pueden verse las cosas. Si no es la distancia, ¿qué es lo que puede impedirnos ver las cosas?R: Sin ninguna duda, el gran enemigo es la indiferencia. La mirada atenta puede definirse incluso como una especie de movimiento de aproximación que guarda la distancia. Fijémonos en que la violencia es precisamente la absoluta ausencia de distancia. Por eso, lo contrario de la proximidad no es la distancia sino la indistancia. La indistancia, es lo que no está ni cerca ni lejos; lo que adviene como un mundo homogéneo e indiferenciado, a pesar de sus formas coloreadas y brillantes. A menudo nos hemos engañado —y seguimos engañándonos— al pensar que la superación de las distancias trae la cercanía. Pero no es así: el entramado tecnológico no sólo conlleva la desaparición de las distancias sino, con más sutilidad todavía, a veces también la de las cercanías. Superando distancias con la conectividad global, perdemos la proximidad de lo cercano —valga la redundancia. Aquí, la diferencia como categoría filosófica surge sin necesidad de forcejeo ni de magia alguna: lo indistante es a la proximidad, lo que la indiferencia es a la atención. El reino de la indiferencia se despliega cuando cede la vigilia de la atención. Por el contrario, cuando la atención no abandona su puesto (puesto que no está en ninguna alta torre sino apenas a unos pocos palmos del suelo), es la diferencia la que cabe advertir. Lo mismo es lo mismo que nada. Sólo si la escucha oye el latido de la diferencia es aún posible la verdadera experiencia. (Entrevista completa en Revista Ábaco, Nº 91-92, 2017)