El caso es que Rajoy, ha atendido muy bien la macroeconomía, pero ha olvidado, despilfarrando su mayoría absoluta, otras cuestiones importantes de España; ha descuidado a los jóvenes, obligados a marcharse fuera o a tomar becas de 300 €. al mes; ha atajado algo el paro, pero, supurando todavía, sigue en el 23%; hay una tasa significativa de pobreza y de desigualdad, según datos del INE, Cáritas y otros organismos; gran parte de los españoles, a veces familias enteras, incluidos los parados de larga duración llevan ya un tiempo, purgando sus penas y sacrificios en el altar de los mercados. Y, entre otras reformas, no ha logrado abordar la ilegalización de Bildu y derogar la ley de la enseñanza y la del aborto; añadir luego la supresión del Senado, del T. Constitucional, el desbarajuste del Estado Autonómico y un tercio de los Concejales por ser todos innecesarios y costosos.
Estamos en periodo preelectoral, el PP serenamente, en estos tiempos convulsos, le ha de garantizar a España un Ejecutivo que imprima firmeza al Estado, frente a los delirios de populismos y arrebatos secesionistas. Rajoy debe atajar, sin complejos y con destreza, los desvíos internos, el pesimismo y el desconcierto y recuperar la ilusión de sus votantes de siempre. Las elecciones se ganan con el esfuerzo de muchos, un programa sólido, solvente y convincente, un líder con tirón personal, cierto atractivo y unos cuantos candidatos situados en el segundo nivel con predicamento en sus circunscripciones.
En verdad, con sus defectos, el Ejecutivo ha logrado reservar el aspecto troncal del Estado de Bienestar, en un país que hace sólo tres años estuvo al borde del abismo, rozó la bancarrota y hoy es el que más crece de la UE. No obstante, el clima de depresión colectiva que ha sabido inocular la izquierda política y mediática y la lamentable falta de viveza política del Gobierno en la respuesta hacen que pocos lo elogien y reconozcan en este pueblo, que tiende pronto al vituperio y la censura. Ninguna de las cinco contrariedades de España: secuelas de la crisis con el paro, pérdida de valores cívicos y morales, deriva del PSOE, separatismo y un modelo televisivo que alienta la obcecación, el desánimo y el radicalismo, ninguno tiene nada que ver con la Constitución; de ahí que cuando el tan inconsistente P. Sánchez habla de su reforma de la Carta Magna, estamos ante una farsa irreflexiva, una simple verbosidad, a fin de encubrir la penosa indigencia de una propuesta económica que supla la de centro; el PSOE de hoy marcha falto de unas nociones claras de cómo va a mejorar el empleo que es cuestión nuclear en un programa, lo cual resulta en sí sólo pobreza mental, que no se ha de enmascarar bajo el fatuo manto de poses cosméticas; ni camuflar entre los pliegues de un reformismo espurio, sólo reformismo extravagante que le lleva a predicar el cambio de la Constitución, para asegurar el bienestar al pueblo español; y es que estos políticos de bisoñez no se enteran de que el empleo lo produce la iniciativa privada, las empresas y, ante todo, las PIMES.
La sociedad desea una organización centrista, que aglutine una alianza de gobierno consecuente y suscite la purificación de las instituciones de forma crítica con esmero y contundencia; debe llegar a ser el principio agente de concordia y acuerdo en un parlamento fragmentado; así como la llave maestra de la regeneración del ordenamiento constitucional vigente; y será preciso sentir sano orgulloso de la Ejemplar Transición y del esfuerzo político que nos libró del rescate, encaminó la economía y erigió el fomento y creación de empleo.
C. Mudarra