Lo admito, desde la barrera todo era muy fácil. Era cómodo e incluso divertido vivir instalado en el púlpito de la crítica sin ataduras y, por supuesto, nunca tuve ninguna intención de bajar al ruedo. Vivir rodeado de ideas es muy acogedor y además, desde allá arriba, se tiene el privilegio de disparar dardos, más o menos envenenados, cargados de fina "objetividad" e "imparcialidad". ¡Cómo somos de crédulos y engreídos! Puro "postureo", como dicen ahora. Aunque cómodo, muy cómodo, eso sí.
Como digo, en mi púlpito todo discurría sin sobresaltos, sin que las salpicaduras me alcanzasen, hasta que apareció mi candidata preferida -así la llamaba yo- con una propuesta inesperada. Pero antes de continuar, casi mejor explico porque era mi candidata preferida. Lo era y lo es porque la conocía bien. Alexandra Sevilla había sido alumna mía y los profesores -aquellos que amamos esta profesión y nos preocupan las personas que nos escuchan desde sus pupitres-, a veces llegamos a conocer a nuestros alumnos incluso mejor que su entorno familiar. Pero es que, en ocasiones, tenemos más elementos y somos más objetivos a la hora de conocer sus aptitudes y sus sensibilidades, ésa es una de las ventajas de vivir en el púlpito. Cuando un alumno nos llama la atención, ya sea por sus capacidades o por su sensibilidad, pocas veces solemos equivocarnos demasiado. Y el recuerdo que guardaba yo de Alexandra era inmejorable. Cuando comenzaba a dejar de ser una cría, ya demostraba una brillantez y una agudeza de pensamiento que se da en muy pocos. Es esa fina inteligencia con la que solo unos cuantos son capaces de comprender en un suspiro y avanzar un paso a cualquiera que le rodee, incluso al maestro. Pero, además, aquella muchacha era capaz de compartir generosamente con cualquiera de sus compañeros todo cuanto apresaba en las clases, sin soberbia y con una humildad al alcance de muy pocos. Sensibilidad e inteligencia, empatía y racionalidad, una comunión al alcance de unos cuantos muy especiales. Así la recordaba yo y por eso, cuando Alexandra me llamó, no tuve más remedio que aceptar un café en la Plaça de la Vila.
Fue un café largo, muy largo, pero que mi candidata preferida me llamara para preocuparse por mis impresiones fue tan halagador que no podía defraudarla con un café corto o demasiado descafeinado. Y de la misma manera que inesperadamente me invitó a un café, también inesperadamente me pidió que bajara al ruedo. ¿Incluirme en una lista electoral? ¿Yo? Tuve que pensarlo. Incluirme en una candidatura no estaba para nada entre mis planes. ¿Qué podía pintar yo allí? Cierto es que no era un problema ideológico, estaba y estoy en el pensamiento de izquierda y la coalición que ella encabeza, ICV-EUA, ya había atraído mi voto en más de una ocasión. Por supuesto, Alexandra me dio su palabra de subrayar mi independencia en la lista, de situarme en un puesto de segunda fila y de dejar que me implicara hasta donde yo creyera oportuno. En algún momento pensé: "tengo a una exalumna brillante encabezando una lista con la que comparto ideología y sensibilidades, a ver, ¿cuál es el problema?" Por supuesto, yo lo sabía. El problema era abandonar el púlpito, la protección de la barrera, la comodidad de vivir instalado en "la imparcialidad crítica". No tuve más remedio que admitirlo. Pero, una vez admitido, también sabía que me quedaban pocas salidas. Así que decidí vestirme con mis mejores galas para ponerme al servicio de la acción, aunque, eso sí, sin demasiada inquietud. No tenía por qué ponerme nervioso, pensé, estoy a salvo en mi número 19. Y durante algunos días supuse que pocas cosas iban a cambiar en mí. Otro error de cálculo desde la soberbia. Porque debo admitir que en pocas semanas he sentido que he crecido, que he aprendido algunas lecciones que hasta ahora nadie me había ofrecido aún. ¡Quién me lo iba a decir a mí! A estas alturas, aprendiendo lecciones fundamentales. Pero así ha sido. En poco tiempo he crecido gracias a una exalumna que ha sido tan generosa conmigo como lo era con sus compañeros de clase cuando estudiaba filosofía en el instituto. Con la humildad de los elegidos, me ha dado una buena leccion. Así que, transcurrida media campaña, no tengo más remedio que agradecerle a Alexandra Sevilla la oportunidad que me ha dado de sentirme útil, la oportunidad que me ha brindado de poder ofrecer algo a mi ciudad. Además, también he descubierto que ha sabido rodearse bien y que junto a ella solo se encuentran personas honestas, comprometidos con su ciudad y con las personas, fieles a los ideales y, sobre todo, generosas en su esfuerzo y en sus deseos. Entre todos, al profe le han dado una buena lección, ¡ya era hora! A partir de este momento, solo espero estar a la altura de mi candidata preferida y ser tan generoso y humilde como mis compañeros de candidatura. Lástima que en lo de la brillantez ya no esté a tiempo de alcanzarla.