No sé de donde vino pero me atrapó aprovechando mi debilidad. Un desagradable compañero de viaje que no conoce armas eficientes para combatirlo y que parece que encontró un lugar de su gusto porque me está costando muchos sudores deshacerme de él. Empezó como un simple catarro al que dejar atrás después de una semana como suele ser habitual. Sin embargo, cuando los mocos y el dolor de gargante desaparecieron, la fiebre se quedó durante cinco semanas, maltratando mis articulaciones y sobre todo mi hígado. Cansado, abatido y desesperanzado ante un enemigo invisible, llegué a pensar cosas horribles durante mis nocturnos delirios febriles.Hasta que un día se manifestó con su nombre real, presentándose por fin y saliendo de su escondrijo intracelular. Por fin nos conocíamos, con la tranquilidad de olvidar las cosas horribles que habían invadido mis sueños y con el pesar de la falta de tratamiento. Lo único que se podía hacer era paliar los síntomas de la fiebre y procurar el máximo reposo para que la recuperación fuera lo más rápida y efectiva posible.Y en este estado me encuentro, recuperando poco a poco los ánimos y las fuerzas para seguir dando guerra, pues son muchas las cosas que me quedan por hacer y disfrutar por mucho que una malvada criatura microscópica se empeñe en impedírmelo.