Infiel

Por Francescbon @francescbon
Hay que decir las cosas claras o uno revienta: sé que no está bien, nada bien, pero comprometerse a leer un libro, tener que hacerlo, para acabar deseando con toda el alma que eso acabe... no me sentía así desde el instituto: pero uno apela a la seriedad y a la responsabilidad de las raíces o de la persona o de la estirpe o de los habitantes de mi comunidad de vecinos.
Solaris es una novela de ciencia ficción como algunas de esas que se hacían en los sesenta: cargante, excesivamente pendiente de la coherencia científica, lastrada por la necesidad perentoria de cuadrarlo todo, o sea, construyendo farragosas teorías solo sustentables en mentes que, deslumbradas por el género, son capaces de consumirlo todo. No es que Stanislaw Lem escribiera mal: el libro es un lío porque de esa historia de investigadores enajenados que entran en procesos alucinatorios, en episodios oníricos e insanos, cincuenta y un años más tarde de publicarse la novela, estamos todos tan saturados: igual que de libros pivotales de escritores que creen encontrar el nuevo orden mundial que lo arreglará todo. Un peñazo considerable que ha batido todos los récords concebibles de cabeceos somnolientos por página: un ejercicio de estilo que, por pura curiosidad, veré en cine, en la versión de Soderbergh (no me imagino qué puede hacer con ésto un director ruso en los 70, estoy más tranquilo sin saberlo), pues me suscita curiosidad como se lleva al cine eso tan complicado y que en el libro tanto y tan pesadamente se menciona: las mimoides, las simetríadas, y el montón de chorradas que, no porque veamos la ciencia ficción como un mundo cerrado y le permitamos ciertas licencias, deja de ser lo que es. Un pesado libro que no parecía acabarse nunca.