Primer movimiento: el incendio.
La noche del 13 de junio de 1493 se declara un pavoroso incendio en la ciudad de Hertogenbosch, en la región de Brabante, al sur de Holanda. El incendio, que comenzó en un pajar, se extiende rápidamente, y enormes lenguas de fuego acaban con 4.000 casas y 643 almas.
Observamos una breve figura de 12 años detenida en medio de la calle. El niño Hyeronimus Van Acken ve morir abrasados a vecinos y amigos.
La población hace lo imposible por prestar auxilio, pero es inútil. El fuego ahoga todo intento por ayudar. Sólo se escuchan los gritos en la noche de mujeres, hombres y niños quemados vivos.
El abuelo de Hyeronimus advierte que el niño lo está viendo todo, y lo refugia de los gritos en casa. Pero ya es tarde: sus ojos (su alma) han visto demasiado.
La noche siguiente al incendio, el abuelo observa a Hyeronimus en la soledad de su cuarto; ha estado callado todo el día, y ahora pinta sobre unas tablas. Cuando su abuelo se acerca, le sobrecoge lo que ve: una escena infernal. Extraños seres, vestidos de negro, amontonan en carretas los pedazos de carne chamuscada de los muertos. De alguna manera, la madera transpira el olor ocre de la tragedia vivida.
Cuando el niño observa la reacción asustada de su abuelo le dice que no volverá a pintar nada parecido. Pero el anciano lo tranquiliza: lo que este niño plasma sobre la madera emana una enorme fuerza interior. Nunca antes se habían manifestado con tanta fuerza los oscuros recovecos del subconsciente, las imágenes de las que están hechos los sueños más profundos.
Un niño de 12 años había dibujado el horror puro del incendio, la esencia de la muerte y el miedo.
Su obra ocupará un lugar preeminente en la historia de la pintura, y será objeto de interpretaciones que hoy, 500 años más tarde, distan mucho de haber acabado.
Y ninguna de sus obras será tan controvertida como "El jardín de las delicias".
Segundo movimiento: la muerte de un monarca
Es 13 de septiembre de 1598. Felipe II, el monarca más poderoso que haya existido jamás, agoniza.
Lleva 58 días postrado en su cama del monasterio del Escorial, preso de una terrible agonía. Su cuerpo está repleto de llagas purulentas. Un olor putrefacto impregna las piedras; el dolor es insoportable. Hicieron falta seis días para trasladar al monarca desde Madrid. Hizo este viaje postrero en una silla de mano, muy lentamente. Sus porteadores, verdaderos expertos, caminaban muy despacio, para que no notara la menor sacudida. A pesar de todas las precauciones, Felipe II sufría de tales dolores que era preciso detener la comitiva a cada instante. ¡Seis días para recorrer apenas 59 kilómetros! Menos de 10 kilómetros al día. Un descenso a los infiernos en vida, en el que cada metro ganado era un triunfo.
Felipe II cae en un pozo de ensoñaciones y delirios. El Bosco se apodera de su mente; de los cuadros surgen figuras extrañas. Está aterrado. Grita, ahuyentando sombras.
Fallece.
Tercer movimiento: la obra.
22 de noviembre de 2011. El Prado es una pinacoteca enorme, y tiene diseñados tres recorridos, en los que recomienda las obras imprescindibles según el tiempo de que se dispone: 1, 2 ó 3 horas.
"El jardín de las delicias" se puede disfrutar con este detalle.
Pero hoy usted va a utilizar una tecnología infinitamente superior: la de su retina y su cerebro. Se adentra en el museo por la puerta principal, llamada la puerta de Velázquez. A la izquierda hay una sucesión de salas, que comienzan con obras italianas como "El cardenal" de Rafael. Enseguida pasamos a la exposición de pintura flamenca. Al fondo, en la última sala, encontramos la joya de esta colección: "El jardín de las delicias".
Con lo que ya sabemos, nos acercamos a la obra con cierta aprehensión. ¿Es cierto que se trata de una obra tan misteriosa? Al fin y al cabo, fue pintada hacia 1505. ¿Qué puede haber de extraño en ella?
Y en la tabla siguiente vemos el paroxismo del absurdo: una liebre lleva al hombro el fruto de su caza: es una persona.
¿Qué nos está diciendo? ¿Acaso la señala como culpable?
Este panel asombroso está repleto de símbolos misteriosos, como ese vientre hueco blancuzco, que nos recuerda poderosamente el simbolismo surrealista de Dalí. Estamos ante una obra propia de los inicios del siglo XX. Un extraño ser, con rostro de ave, digiere cuerpos humanos y los defeca en una cuba llena de monedas. Un diablo obliga a una mujer a ver su rostro reflejado en las nalgas de una criatura. La avaricia, la soberbia, la gula... todos los pecados capitales tienen su justo castigo. Hay un cerdo con el tocado de una monja, y un enorme cuchillo que aparece enhiesto entre dos orejas. Hay hombres patinando sobre el hielo, colgados de una llave, desfilando de la mano de un ser monstruoso junto a una enorme gaita roja. Hay mucho, mucho más. Parece haberlo todo.
Pero, si se fijan, arriba un incendio devora una ciudad. Es la parte más oscura de todo el tríptico. Y, ¿saben?, aunque no lo veamos, estoy seguro de que hay un niño de 12 años.
Observando un infierno en la noche.
Coda: un cuadro cerrado
De repente, se ha quedado solo frente al cuadro. No hay guardas de seguridad ni visitantes. El mundo está vacío de todo lo que no sea este extraño tríptico y usted.
Se acerca y observa las figuras desde muy cerca. Ahora que conoce parte de sus secretos, se siente intranquilo. Y entonces, sin apenas pensarlo, cierra el tríptico.
Las dos tablas laterales se abaten hacia el centro formando una sola figura. Donde había tres imágenes ahora sólo hay una. Es un dibujo que permanece siempre oculto.
Se encuentra frente a una enorme esfera transparente, que acoge una Tierra primigenia. La imagen transmite fragilidad. Soledad. El mundo sólo muestra vegetación. No hay animales; y todo se desdibuja en tonos grises, apagados. Hay fuerza en las nubes que oscurecen el cenit, pero no encontramos consuelo en esta esfera falta de vida, que flota en una oscuridad opresiva.
Tan frágil como la vida.
Antonio Carrillo.