Si al menos fueran justos los impuestos o si su destino fuera el de financiar servicios vitales o facilidades para la ciudadanía, la sangría de los impuestos tal vez tuviera algún sentido o justificación, pero toda justificación desaparece en países como España, donde los partidos políticos, practicando un abuso claro de poder, han construido un Estado enorme, innecesario, que hay que mantener a pesar de que la inmensa mayoría desea que adelgace y que se mantiene incólume aunque solo beneficie a la clase política, que así puede colocar, a cargo del Estado, a cientos de miles de sus afiliados, amigos y aliados.
Los impuestos sufragan muchos gastos innecesarios y, a veces, también sufragan la corrupción. Muchos españoles sienten asco y vergüenza al contribuir porque carecen de la confianza necesaria en la autoridad y sospechan, con fundamento, que parte del dinero que se le arrebata sirve para que delincuentes políticos sin escrúpulos se hagan ricos.
En muchos países podridos por la corrupción, el destino de los impuestos es dudoso y el ciudadano no siente que contribuye con su dinero al bien común, sino que, por el contrario, teme estar siendo expoliado.
La brutalidad fiscal y la injusticia recaudatoria son las culpables de que el dinero escape y se refugie en paraísos fiscales, donde se pagan pocos impuestos. Esos paraísos existen porque también hay infiernos fiscales, creados por un poder político que está podrido de codicia.
En esos paraísos se refugia el dinero de los más ricos y poderosos, que son los que tienen capacidad de utilizarlos y recursos para burlar al fisco amenazante, que siempre es mas implacable con el débil que con el poderoso. Es toda una paradoja porque los paraísos fiscales sirven, precisamente, a los que deberían perseguirlos desde el poder. Esa es la única explicación lógica de que el mundo este plagado de paraísos fiscales y de que cada día más estados y regiones concedan mas ventajas fiscales al gran capital, mientras que los débiles y trabajadores con nómina no tienen mas remedio que soportar el pulpo del Estado insaciable.
Los españoles tienen en su retina una referencia reciente que pesa mucho a la hora de tributar: el denigrado régimen franquista no cobraba impuestos a los ciudadanos, que no tenían que realizar la declaración de la renta, y sin embargo conseguía dinero para muchos servicios básicos e inversiones, mientras el país prosperaba y crecía cada año de manera contundente, llegando a ser la novena potencia industrial del planeta.
Cuando los españoles analizan cómo pudía vivir aquel sistema sin cobrar impuestos, la respuesta salta a la vusta: el de Franco era un Estado austero y comedido, sin 17 aparatos autonómicos que mantener, con todo su boato y ostentación innecesaria, y sin esos 445.000 políticos que en España actual ordeñan al Estado cada día, sin ser necesarios y con sueldos públicos cuantiosos. España mantiene hoy a más políticos que Alemania, Francia e Inglaterra juntos. Pero los políticos se niegan a adelgazar ese Estado monstruo que, para mantenerse, necesita exprimir el bolsillo de sus ciudadanos.
Francisco Rubiales