Por mucho que nos digan que los colores, en realidad, no existen, sino que son longitudes de ondas lumínicas que nuestro cerebro interpreta como colores, el azul es el que mejor nos transmite la sensación de inmensidad, de infinito. Los físicos podrán objetar que simplemente captamos la luz que reflejan estos espacios, a través del agua de los océanos o del aire de la atmósfera, pero nuestros ojos se estremecen con la impresión de inmensidad azul del mar que se une en el horizonte con un cielo azul infinito. El color azul, además de transmitir tranquilidad y paz, nos invita a contemplar la vastedad de un mundo en el que nuestra presencia es insignificante, que nos impresiona con su magnificencia azul y una belleza indescriptible e inabarcable. El azul es lo infinito y la inmensidad que percibimos engañados por unos sentidos que nos facilitan la comprensión de lo ignoto y lo reducen a nuestra escala sensorial y cultural. La inmensidad azul es una interpretación humana del mundo y del universo infinito, que se hace agradable con esa tonalidad a nuestros ojos. Nada hay más placentero que extasiarse ante un cielo azul inmaculado y frente a un mar que nos hace perder la vista en el azul infinito.