Son periodistas, como Gorka. Saben lo duro que es currarse una información, los riesgos que se corren cuando estás en medio de una carga policial y ves avanzar hacia ti los escudos, las porras y los cascos. Sin embargo, en una información destinada a explicar las detenciones que se hicieron frente al Ministerio del Interior, ni siquiera nombran al compañero apaleado y detenido injustamente.
Tampoco se atreven a reivindicar el derecho, “su derecho” también, a informar sin interferencias, sin que nadie obstruya tu labor y menos mediante una manta de palos. Es preferible centrarse en “atracadores”, “okupas”, “radicales” y “antisistemas”, porque manipular a la opinión pública está por encima del derecho a ejercer en libertad la información. En esto de informar también hay “modus operandi”. Lo que para el mundo entero es noticia, para ellos sólo de paso.
Hay que vivir esos momentos. Cuando ves a la férrea maquinaria del poder acercarse amenazante es difícil aferrarse a la tarea y obviar la intimidación, el peligro inminente de tu integridad física, y centrarte en lo que estás haciendo.
Si se hiciera un estudio entre los integrantes de las fuerzas de orden público de lo que consideran que es un periodista nos llevaríamos más de una sorpresa. Pero en ese instante, son ellos quienes tienen toda la potestad, son ellos quienes determinan quién es y quién no periodista. Y si su decisión es que no lo eres, el resultado final suele ser el apaleamiento, tal y como ha sucedido esta vez con Gorka.
Recuerdo la última huelga general en las instalaciones de Tussam en la Avenida de Andalucía. Eran las cinco de la madrugada y, como es habitual, había una gran concentración de huelguistas a la entrada para obstaculizar la salida de la flota de autobuses.
La policía tenia acordonado el carril de salida hacia la avenida con agentes parapetados y furgones policiales alienados. Mi compañeros Jesús Rodríguez, Juan Antonio Moreno y yo estábamos allí tras habernos pegado toda la noche haciendo el seguimiento del desarrollo de la huelga general por toda la ciudad.
En un momento de confusión, de esos típicos que se producen cuando los manifestantes elevan el tono de sus protestas y la policía el de sus nervios de manera proporcional, el oficial al mando del destacamento se acercó a Jesús y a mí, que estábamos filmando con las cámaras, y nos quería requisar el material. Le dijimos que éramos periodistas y que lo único que queríamos era hacer lo mejor posible nuestro trabajo sin estorbar.
-¿De qué periódico sois?- preguntó.
-De ninguno- dije yo- publicamos nuestro trabajo en Internet, en nuestros blogs.-
-Entonces no sois periodistas- concluyó.
Nos apartó, nos requisó nuestros carnets de identidad y se los entregó a un agente que estaba a bordo de uno de los furgones para que comprobara nuestros antecedentes.
Estuvimos como veinte minutos pegados al vehículo policial, sin podernos mover ni trabajar, hasta que al tipo le dio la gana de devolvérnoslos. Gracias a la intervención de otro oficial, más comprensivo que el primero, pudimos continuar con nuestro trabajo, pero ya teníamos la obligación de estar tan pendientes de los acontecimientos que se sucedían como del primer tipo que amenazó con requisarnos los materiales. No nos pudimos librar de su mirada inquisitoria durante el resto de la jornada.
Al parecer, desde detrás de la visera de un casco policial se multiplica la dificultad de distinguir a un informador de la potencial diana de una carga.