Diego Carretero. Foto de archivo: escuela taurina de Albacete
Comenzaba el III Certamen Internacional de becerradas “Doctor Juan Pedro de Luna” con un festejo infumable, tedioso y aburrido tanto por el juego de las reses como por la actuación de los becerristas. Si aquí está el futuro de la Fiesta, apaga y vámonos. El ganado de Francisca Martín Tabernero, mal y desigualmente presentado, con dos ejemplares que más parecían “Bambis” que añojos bravos. Salvo el primero que tuvo más clase y algo más de fuerza, el resto mansos y tullidos, con algún inválido que debió ser devuelto.
Ante estos animalitos los alumnos de las diferentes escuelas, demostraron que no tenían el bagaje suficiente para estar delante de un becerro. O no tienen más alumnos las escuelas participantes, o la selección de los mismos debiera ser más exigente para poder participar en un certamen internacional que se celebra en un coso que se supone de primera categoría. Hubo una excepción a tanto alumno de suspenso mayúsculo, Diego Carretero de la escuela de Albacete, que firmó lo único destacable del pestiño de festejo. Muy bien con el capote, ofreciendo varias verónicas mecidas, cargando la suerte, con gusto y torería y rematadas con una buena media. Con la muleta estuvo decidido, con gusto y temple, corriendo bien la mano. Se notó la labor de Sebastián Cortés, profesor de la escuela albaceteña. Mató bien, pero perdió los trofeos por el desastroso manejo del verduguillo.
El resto de participantes, una colección de malos pegapases, sin sitio, sin los mínimos conocimientos técnicos y con un desastroso manejo de los aceros. Algunos turistas extranjeros habían en los tendidos que quedaron horrorizados, y con razón, por los incontables descabellos que se propinaron en una sangría indecente que carga de razones a los antitaurinos. Algo hay que hacer para evitar estos despropósitos. Esta profesión es la de matador de toros y, si bien los chavales están en sus inicios, no es de recibo el nulo y desastroso manejo de los aceros que vimos ayer. Carretón, carretón y más carretón. Y el que no sirva, a dedicarse a emplear su tiempo en cosas de más provecho para su futuro.
Muy poco público en los tendidos, lo cual no era de sorprender, pues no se podían haber escogido peores fechas para la celebración del certamen, que las coincidentes con la Eurocopa. Y más que nos pese, los toros hoy en día no pueden competir con el futbol.
Otro detalle negativo fue la supina ignorancia en los aspectos relativos a algo de suma importancia como es la liturgia del toreo. La fiesta de los toros es un arte que tiene su propio ceremonial, su propia liturgia, porque en los toros la lidia y la muerte hacen del sacrificio algo verdadero, un sacrificio que nunca es repetitivo por la naturaleza salvaje del animal. Una corrida de toros es, en definitiva, un acto con un guión rígidamente establecido. Tiene sus normas, sus usos y sus tradiciones centenarias. Y esa liturgia empieza con el paseíllo. Qué horrenda forma de hacer el paseíllo de los becerristas en la Malagueta, que más parecían que iban paseando por la calle. Unos sin sombrero, otros sin el capote y eso que la empresa había dispuesto una pareja de alguacilillos bien uniformados montados en dos soberbios equinos y un tiro de mulillas bien enjaezadas para dar brillantez al paseíllo. Para remate, uno de los becerristas procedió a pedir permiso a la presidencia y brindar al público sin sombrero. Si no lo tenía, podía haberlo pedido prestado. Son cosas de suma importancia que debieran enseñarse nada más entrar en las escuelas. Pero no, aquí lo que aprenden muy bien son las morisquetas, los desplantes, el ponerse bonito y muy pesados en un sinfín de mantazos sin sentido que aburren hasta a las ovejas.
Esperamos que la cosa mejore esta tarde con la segunda becerrada.
Paz y salud