Con todo, a juzgar por la desangelada y escasa media entrada que registró la sala Boveda, la expectación no era precisamente máxima. Sin recor y como buenos profesionales, los ingleses salieron a matar con la cuadrupla “Read All About It”, “Breakaway”, “High Flying Gipsy” y “Tell Me Why”, mostrando su cara más contundente y con un Nathan James dictando magisterio desde el escenario gracias a su portentosa garganta y un abanico de gestos que remarcan su personalidad. El resto de la formación está integrada por tipos muy solventes, pero inevitablemente quedan eclipsados por James. Para no caer en el “síndrome Blues Pills”, un poco de mayor extroversión por parte de la dupla de guitarristas no estaría mal.
Con la briosa “I Got a Feeling” dieron carpetazo a la primera y enérgica fase del recital para afrontar, desde un punto de vista puramente subjetivo, un cuestionable tramo acústico. No por el formato en sí, si no por la selección del temario. Rendir homenaje a los caídos siempre es digno de aplauso, pero noera sitio ni momento para una cover de Linkin Park -“Black Hole Sun”, aunque tampoco pegue, siempre será bienvenida-. E invitar a una amiga barcelonesa, con muy buena voz, a cantarse un temita me parece bien. Pero de los putos King of Leon no, por favor! Superado el trance, el pulso se retomó con la épica de “Faraway” -dónde el timbre de James recuerda horrores al de Myles Kennedy-, para encarar acto seguido con lo más parecido que tiene esta gente a un hit: “I Don’t Need Your Loving”, “Holy Water” y “Until I Die”. Tres certeros zarpazos, tres temazos como la copa de un pino para cerrar el recital tras unos exiguos 70 minutos.
Me quedé con la duda de si, molestos por algo, habían decidido acortar su set. Pero chequeando la red, veo que no, los conciertos de Inglorious son así. Tomen nota, milords: no siempre si lo bueno es breve, dos veces bueno.