La guerra no es más que un contexto. Malditos Bastardos se sitúa en medio de unas calles de París infestadas de nazis, como podría haberlo hecho en la Rusia zarista o en la Roma imperial. Los nazis no son nazis, son malos de película. Toda la cinta es un continuo homenaje al cine (y ya no sólo desde un punto de vista técnico): desde el uso del tempo del spaghetti western (algo a lo que ya ha recurrido en alguna ocasión) a situar parte de la acción en una sala de proyecciones o que uno de los protagonistas se pase de héroe de guerra a actor de cine
Lo de Tarantino es un cine íntimo y salvaje, que ronda siempre bajo una misma marca, pero aportando una nueva vuelta de tuerca con cada película. La indiferencia no tiene cabida en su filmografía, y Malditos Bastardos no deja indiferente.
Si en sus anteriores películas los personajes y sus diálogos eran la fuerza que movía el conjunto de la obra, en Malditos Bastardos cobran aún más importancia. Ya no sólo por lo que se dice o no se dice, los distintos acentos e idiomas dan un mayor abanico de matices al film. Hasta cuatro lenguas llegan a emplear los protagonistas para relacionarse entre ellos. Incluso los acentos son relevantes, pues hay personajes que se delatan por éste y escuchar como el teniente Aldo Raine pronuncia su particular italiano no tiene desperdicio. Esta variedad lingüística que se presume como uno de los puntos fuertes, presumiblemente decaiga y pierda sentido con la versión doblada al castellano. Una pena.
La aparición en escena del coronel Landa ya provoca un mal cuerpo en el espectador, ya que no se trata del típico oficial nazi al que estamos acostumbrados a ver: déspota y agresivo; sino que mantiene una actitud muy educada y formas corteses, juega mucho con la ironía y desborda sentido del humor. El público lo ve venir, sabe que todo lo que hace y dice Landa va con una intención muy clara, está siempre un paso por delante de sus interlocutores, lo que aumenta la tensión del momento.
Por el contrario, los bastardos resultan de lo más flojo de la película. Están muy desdibujados. Eli Roth debe su participación por ser amigo del director. Porque realmente su personaje es completamente prescindible; y Brad Pitt da la impresión de que cumple un papel de reclamo publicitario, pues su personaje es plano y está desaprovechado. Hay una descompensación entre los dos bandos: los nazis aportan más emoción y complejidad interpretativa, al tiempo que los bastardos van de un rollo más superficial.
Como aspecto más reprochable (aparte de los bastardos en sí) está el hecho de recurrir a técnicas y lenguajes ya usados anteriormente en sus películas, como la escena en la que se muestra la crueldad de los bastardos, rodada como si fuera un spaghetti western. No logra aportar nada nuevo. Además, tira de la misma música de Enio Morricone que utilizó en Kill Bill. Aquí lo cierto es que Tarantino habló con el compositor para escribir la música de Malditos Bastardos, pero al no llegar a tiempo, se decidió por repetir composición.