Me dicen que escribo frases muy largas and that hurts amigos: duele mucho. Entiendo que a veces uno se expresa con más medios de los que le hacen falta al interlocutor para comprenderlo, que se habla demasiado o se dicen demasiadas tonterías y que con el cincuenta por ciento de tanta estupidez se podía uno entender de sobra con el otro, eso lo entiendo, pero si uno se quiere expresar con abundancia de material, porque dispone de él, pues que lo haga. Que luego los demás seleccionen según conveniencia, ahí no me meto.
Y digo esto porque ayer terminaba yo de ver la última de Paul Thomas Anderson y me quedaba alucinada con el esfuerzo que me estaba costando seguirla hasta el final -y desde el comienzo-. Tanto lio y tanto personaje que no puede una dejar de preguntarse si se trata de una adaptación más bien mala de lo que debe de ser una novela más bien densita de Thomas Pynchon, o si lo que sucede es que una está viendo demasiadas series y ya no es capaz de seguirle el ritmo a una película larga (siendo esto último algo preocupante, sobre lo que habría que hablar más).
Inherent Vice encaja en el patrón de historias de detectives y salvo alguna que otra pretensión más, ahí se queda: cine negro envuelto en psicodelia sudorosa de los años de la minifalda y la pestaña XL, las gafas de sol geométricas y el orgullo de ser un hippie guarro. Doc Sportello, un Gran Lebowski serio con la cara y el cuerpo de Joaquim Phoenix, se deja liar para echarle un cable a su hipersexy ex novia Shasta, que ha perdido la pista de su actual amante. A partir de ahí, el asunto se va complicando, no sólo con enredos de un guión que cuenta demasiado para no hacer otra cosa que marear a la audiencia, sino también porque no paran de entrar y salir actores de los que queremos retener en la pantalla y que no nos duran más que unos pocos planos: ahí tenemos a Benicio del Toro, Reese Witherspoon, Owen Wilson y Martin Short jugando al robo de protagonismo de sus protagonistas, no sólo Joaquim Phoenix, que habitualmente no me pasa por el ojo de la aguja pero que aquí tiene un puntito muy guay y muy simpático, sino también Josh Brolin, porque hay quienes admiran mucho a este actor y todo hay que respetarlo.
Yo que de natural tiendo a barrer para mi terreno, me quedo con mis propias conexiones entre esta película (con todo lo que le debe a esa novela homónima, que desconozco) y la grandiosa Chinatown de Roman Polanski, estrenada cinco años después del asesinato de la esposa de éste a manos de Charles Manson y acólitas, una gente a la que se menciona con no poca frecuencia a lo largo de la historia.
Otra cosa les diré: si la selección musical no original es apabullante (Jonny Greenwood ¿dónde estás?) no lo es menos el tono ultrasexual que empapa a las acciones de cada una de las secuencias; hay traseros perfectos, parejas que se miran deseosas sin acercarse ni tocarse, y tenientes de policía que engullen plátanos bañados en chocolate como si no hubiera un mañana. Puro vicio.