Hablar de inicio de curso escolar en septiembre es remitirse, como cada año, a los lugares comunes en que mejor nos desenvolvemos. Y es que, pese a que está felizmente asumida la ley de la evolución de las especies, en la práctica resulta que todo es cíclico: las crisis, los crecimientos, las revoluciones, los silencios, las preocupaciones… y de ahí que las frases hechas no pasen nunca de moda. Inicio del curso escolar, como si en agosto hubiera estado de vacaciones la actualidad, aquí y en Libia, en Siria, en el Cuerno de África, en México, en Estados Unidos, en los despachos de Moody’s, de Standard&Poors y de Fitch, de Mª Dolores de Cospedal (y me dejo cientos de lugares entre las teclas), actualidad frenética y estrambótica que no ha hecho vacaciones en agosto y alardea de ello, como hacen los turistas que se vanaglorian de coger sus vacaciones lejos de la masificación y a mejores precios. Agosto, el esperado e idolatrado agosto, con sus noticias y reportajes de nevera, es ya como un mayo, por poner un ejemplo de mes revolucionario por excelencia no se sabe si por la primavera, que la sangre altera, o porque se acerca el fin de curso y hay que regañar bien alto a los dirigentes para que la bronca traspase el doble acristalamiento de sus despachos, porque se han pasado el invierno perdiendo el tiempo y haciendo novillos.
Este curso escolar ha empezado sin libretas ni lápices nuevos. Están todavía por acabar las hojas y la tinta del año pasado y continuamos el dictado de los mercados y con los mismos temas. Habrá que ponerse duro en matemáticas porque en el curso pasado no salían las cuentas y las ecuaciones eran abismos con demasiadas incógnitas que resolver. También hacer hincapié en idiomas, alemán sobre todo para tratar de tú a tú a Ángela Merkel y evitar traducciones erróneas, y en inglés, para entender al resto. Una novedad: este año no habrá recreos sino acampadas, para irnos acostumbrando al futuro (o al pasado, que vuelve).