Y yo leo. Normalmente, sin errores, y tan rápido como me lo pida.
Dejando de lado este orgullo de abuelo, mi enfermedad de la lectura me traerá sobre todo reproches y desprecio:
“No hace nada. Se pasa el día leyendo”.
“No sabe hacer nada más”.
“Es la tarea más pasiva de todas”.
“Perezosa”.
Y, sobre todo, “Lee en vez de…”
¿En vez de qué?
“Hay miles de cosas más útiles, ¿no?”
Incluso ahora, por la mañana, cuando la casa se vacía y todos mis vecinos se van a trabajar, tengo un poco de cargo de conciencia por instalarme en la mesa de la cocina a leer los diarios durante horas en vez de… fregar los platos del día anterior, ir de compras, lavar y planchar la ropa, hacer mermeladas o pasteles…
Y, ¡sobre todo!, en vez de escribir.
Agota Kristof, La analfabeta