Hoy el es día grande de María, la madre de Dios. El pueblo católico celebra con gozo que María, en atención a sus méritos futuros, fuera preservada del pecado original desde el primer instante de su ser. Nada hubo en ella reprochable en todo el curso de su vida entre nosotros. Durante este tiempo de Adviento, acompañamos a la Virgen María en su espera gozosa del nacimiento de su primogénito. Es el modelo, la discípula que nos enseña cómo esperar al Señor. No solo fue dotada de las mejores cualidades, toda ella estuvo llena de gracia y belleza espiritual. Miriam, su nombre en hebreo, cuando andaba por las calles, no se distinguía físicamente de otras mozas casaderas. Mirándola bien, en lo profundo de sus ojos, se podía apreciar una especial serenidad. Adolescente, casi una niña, como es lógico se turbo ante las palabras del ángel que le hizo saber la gran responsabilidad que iba a tener. Brevísimo tiempo duró esa duda inicial. Su respuesta fue un SI rotundo. "Hágase en mí según tu palabra", dijo cuando el ángel acabó de darle la buena nueva de su maternidad por obra del Espíritu. De esta forma, la Virgen nos anuncia como signo profético la salvación que, por misericordia de Dios, realiza Jesucristo de toda la Humanidad. María, concebida inmaculada, nos trae la esperanza de una Humanidad transformada y purificada libre de todo egoísmo. También nosotros debemos dar un sincero SI a la llamada que hemos recibido. La Navidad, que ya esta cerca, debe ser una gran oportunidad de renovar nuestros compromisos. Por María, madre del Salvador y madre nuestra.