NUESTRO PRECEDENTE MIGRATORIO.España y Portugal han sido tradicionalmente países de emigración, de trabajadores que buscaron fuera de sus fronteras una oportunidad laboral como salida a una situación de dificultades e incluso miseria en sus lugares de origen.Los flujos de salida en los años del “desarrollismo europeo”, entre 1960 y 1975, serían realmente extraordinarios, fundamentalmente dirigidos hacia Europa, especialmente con destino a Francia, Alemania y Suiza, a puestos de peonaje y mano de obra en general sin cualificación.Si los datos registrados por nuestros dos países ya son en sí importantes, las estadísticas de los lugares de recepción son aún más extraordinarios, pues a los que aquí podemos cuantificar como “salidas asistidas”, legalizadas, en destino se añaden los que acceden sin cobertura de los Institutos de Emigración. De esta forma, entre 1961 y 1975 serían más de dos millones los españoles (un millón trescientos mil asistidos y más de setecientos mil que marcharon “a la aventura”) y casi un millón y medio los portugueses (subiendo de medio millón los ilegales).Altas cifras en ambos casos, pero porcentualmente más abrumadoras en el caso portugués, que representan el 17% de su población de 1960, siendo en el caso español el 6’6%.En cuanto a los lugares de destino, es más concentrada la emigración portuguesa, dirigida fundamentalmente a Francia (casi el 44%), con mucha diversidad de otros destinos, entre los que sobresalen los de Alemania, Estados Unidos, Canadá y Brasil. En el caso español, se reparte fundamentalmente entre Alemania (30%), Suiza (30%) y Francia (20%).Esta corriente migratoria sufriría un parón prácticamente total a consecuencia de la crisis económica mundial de 1973, cortándose dicha sangría migratoria de manera significativa, y no volviendo a retomarse hasta que la nueva, gravísima y continuada crisis iniciada alrededor de 2008 “empuja” especialmente a los jóvenes de entre veinte y treinta años a buscarse un porvenir fundamentalmente dentro de la Europa Comunitaria a que pertenecemos y Norteamérica.
LA LLEGADA DE INMIGRANTES A NUESTRA PENÍNSULA IBÉRICA.La crisis económica mundial de 1973, agravada aún más en 1979, con los conflictos en Oriente Medio y la subida de los precios del petróleo, retuvo los flujos migratorios en esos años y la década posterior, ya que las fronteras de la Europa del desarrollismo se cerraron de manera contundente para la mano de obra extranjera de cualquier tipo. Más bien se produjo un retorno de los muchos trabajadores que quedaban sin trabajo.Por lo que respecta a España y Portugal, la contención en movimientos de salida se aparejó con tímidos retornos, pues nuestra situación no daba para una acogida laboral ni de compatriotas ni de extranjeros, por supuesto.
Sin embargo, en los años noventa se comienza a ver una tímida recuperación económica generalizada, que en España y Portugal tiene síntomas esperanzadores, por el impulso de la industria turística y el desenvolvimiento inmobiliario (urbanizaciones, hoteles, complejos de ocio…) que llevó aparejado. En el caso español fue una “fiebre constructiva” sin precedentes ni parangón en toda Europa, que demandó grandes cantidades de mano de obra. Estábamos a las puertas de un fenómeno nuevo: la recepción de emigrantes extranjeros en la Península ibérica.